Vidas Minadas, 25 años: las historias interminables de las minas antipersona

Los estragos que provocan las minas sobre las personas son para toda la vida. En su 25 aniversario, el proyecto 'Vidas Minadas' llega a La Lonja. 

Sofia Elface Fumo tenía 11 años cuando pisó una mina antipersona en Mozambique. En la imagen grande, con cuatro de sus hijos en 2023. A la izquierda, en imágenes de 1997, 2007 y 2017.
Sofia Elface Fumo tenía 11 años cuando pisó una mina antipersona en Mozambique. En la imagen grande, con cuatro de sus hijos en 2023. A la izquierda, en imágenes de 1997, 2007 y 2017.
Gervasio Sánchez

Vidas Minadas es un proyecto inacabable igual que son infinitas las secuelas que provocan las minas antipersona. Llevo trabajando con víctimas de esta lacra desde septiembre de 1995. En 1997, 2002 y 2007 presenté diferentes versiones de este proyecto, que recorre la mayor parte de mi vida profesional. Hoy regreso con ‘Vidas Minadas, 25 años’. Quizá haya en el futuro un ‘Vidas Minadas, 50 años’.

Los estragos que provocan las minas son para toda la vida. Las víctimas de este proyecto fueron elegidas al azar en países africanos como Angola y Mozambique, asiáticos como Camboya, Afganistán e Iraq, latinoamericanos como El Salvador, Nicaragua y Colombia o europeos como Bosnia-Herzegovina.

Me crucé con ellas en hospitales a punto de ser amputados o malheridos con posibilidades de morir cuando eran menores, en centros ortopédicos donde intentaban volver a andar con piernas de plástico, en fundaciones donde eran maltratadas y abusadas o en familias que sobrevivían con muchas dificultades.

Mi familia universal

Con las nuevas tecnologías mantengo el contacto permanente con varias de ellas. Me informo en tiempo real de sus problemas más acuciantes, las felicito en sus cumpleaños, me alegro de sus pequeños triunfos, me entristezco con las malas noticias. Varias de estas víctimas forman parte de mi familia universal; sé de ellas más que de muchos de mis familiares más cercanos, quizá porque el dolor que han sufrido trasciende el paso del tiempo, y me obliga moralmente a estar más pendiente. Una de las víctimas me llama ‘padre’ y le ha puesto mi nombre a su quinto hijo.

Empecé ‘Vidas Minadas’ hace más de un cuarto de siglo gracias a un curioso encargo realizado por una revista del corazón que me permitió viajar a Angola y darme de bruces con un submundo de horror y dolor. La guerra había concluido, pero cada día se multiplicaba el número de víctimas por las explosiones de minas antipersona que los diferentes ejércitos habían plantado en las zonas desalojadas por los combates, y donde los desplazados regresaban para reiniciar sus vidas como campesinos. Morían o resultaban heridos por unos diminutos guerreros ocultos, letales a la más mínima presión.

En 1995 llevaba más de una década fotografiando la violencia más descarnada en distintos continentes. Sabía lo que era una mina porque las había evitado en El Salvador o Nicaragua, mientras me desplazaba con los combatientes durante los combates, o en los conflictos balcánicos, cuando revisaba cualquier edificio destruido antes de entrar en él por miedo a encontrar una mina trampa.

Lo que no sabía es que las minas causan mayor dolor cuando el conflicto ha finalizado y los refugiados regresan a sus domicilios después de años de ausencia. Los ejércitos gubernamentales o los grupos irregulares como guerrillas, paramilitares o mercenarios casi siempre se olvidan de desactivar las minas que han sembrado en los mismos campos que los campesinos tienen que utilizar para cosechar. No queda otro remedio que asumir el riesgo: plantar para comer o morir de hambre. Las minas siempre están esperando a su siguiente víctima. Durante años y décadas son mortíferamente fértiles.

164 estados han firmado la Convención sobre la Prohibición de Minas Antipersona, aunque entre ellos no están Estados Unidos, Rusia ni China, con los mayores arsenales de minas de todo el mundo. Además, son miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, con la posibilidad de vetar cualquier intento de sancionar a los estados que violen el acuerdo internacional. También hay países que siguen usando minas antipersona a pesar de haber estampado su firma en la convención.

Una historia que contar. Las víctimas protagonistas de este proyecto documental simbolizan la tragedia que afecta a centenares de miles de víctimas de explosiones de minas antipersona en todo el mundo. Todas tienen una historia que contar de lucha por la supervivencia y la dignidad y nuestra obligación, ya que somos incapaces de poner fin a los conflictos, es respetar sus vivencias. He intentado acercarme a ellas con gran respeto y he evitado condicionar o alterar sus formas de actuar o comportarse. Nunca me he querido convertir en un ladrón de sufrimientos ajenos.

Los responsables de tanto sufrimiento se esconden detrás de una nebulosa de intereses o siglas. La industria armamentística es cada día más poderosa e impenetrable, a pesar de las leyes sobre control de armas que se aprueban en los parlamentos de los países democráticos y que casi siempre se convierten en papel mojado a la hora de realizar negocios de la muerte. Una de las grandes especialidades de nuestros gobernantes, empresarios y banqueros es presentarse ante la sociedad como adalides del respeto a los valores universales y a la legalidad vigente, mientras utilizan el secretismo y la impunidad para reescribir y violar las leyes y subordinarse al pragmatismo más obsceno. Los que más gritan en la oposición son lo que más rápido se acaban plegando al guion oficial en cuanto alcanzan los salones del poder.

‘Vidas Minadas, 25 años’ es un grito contra una terrible injusticia y un drama diario

‘Vidas Minadas, 25 años’ es un grito contra una terrible injusticia y un drama diario. Muestra cómo afectan a los protagonistas las heridas físicas que se mantienen en los cuerpos talados para siempre, las veces que hay que cambiar de prótesis, el coste de las múltiples operaciones, los efectos psicológicos que destruyen tanto o más que las mutilaciones, el dolor por las dificultades para mejorar, la felicidad por los pequeños retos conseguidos.

Forma parte de la lucha contra el cinismo y la hipocresía de nuestros gobernantes, siempre refugiados en la falta de transparencia y la impunidad, incapaces de tomar las decisiones trascendentales que sirvan para poner fin a tantas tragedias ocultas en el gran negocio de la guerra y la muerte.

En la Lonja

  • La exposición ‘Vidas Minadas, 25 años’ se inaugura el próximo 28 de septiembre en La Lonja, donde podrá visitarse hasta el 7 de enero de 2024. El libro se presenta el 3 de octubre en el Centro de Historias de Zaragoza.
Manuel Orellana (El Salvador), con su hija Tania en 1997, 2006 y 2017.
Manuel Orellana (El Salvador), con su hija Tania en 1997, 2006 y 2017.
Gervasio Sánchez

Manuel Orellana: sabían que había minas, pero había que trabajar

Manuel Orellana tenía 20 años cuando perdió ambas piernas en diciembre de 1991, mientras recogía café en una hacienda al lado del volcán San Salvador, pocos días antes de la firma de la paz entre la guerrilla y el ejército tras doce años de guerra civil. “Sabíamos que había minas, pero la necesidad te obligaba a trabajar y asumir los riesgos”, recordó años después.

Después del accidente, trabajó durante un tiempo en una cooperativa textil creada por mutilados de guerra. Manuel prefirió llevarse dos máquinas de coser antes que cobrar una pequeña indemnización cuando la cooperativa se disolvió a finales de los noventa. Ayudado por su mujer, Edith Hércules, comenzó a coser camisas, camisetas, trajes colegiales..., que vendía en los mercados de Apopa, donde vive, a 30 km de la capital. Los márgenes de beneficio eran escasos, pero la fuerza de voluntad y la capacidad de trabajo de ambos les permitieron sacar adelante a sus cuatro hijos. La pareja se comprometió con un gran objetivo y lo consiguió: que sus hijos estudiaran en la universidad para superar el círculo de pobreza en el que vivían sus familias desde generaciones. Manuel y Edith, con 50 años cumplidos, han creado una hermosa familia de fuertes raíces: Christian, de 31 años, es técnico en Administración de Empresas; Daniel, de 28 años, es padre de Victoria, la única nieta de la pareja; Tania, de 26 años, es licenciada en Psicología; y Manuel, de 22 años, está estudiando Ingeniería Agrónoma.

La guerra civil dio paso a otro ciclo inconcluso de violencia protagonizado por las maras, pandillas con estructuras criminales, y las fuerzas de seguridad salvadoreñas, que obligaron a vivir a Manuel y a su familia en un estado de tensión permanente. Sus propios hijos sufrieron amenazas de pandilleros cuando iban al colegio.

Manuel sigue visitando los fines de semana a sus padres, Anselma Luz y Aurelio, en el departamento de Chalatenango, donde nació. Le encanta recorrer los parajes donde pasó la infancia hasta que empezó la guerra civil salvadoreña en 1980. Vivía en Arcatao, zona de influencia guerrillera, pero nunca militó en sus filas. Tampoco cayó en manos del ejército como muchos de sus amigos campesinos. Huyó a Honduras con sus padres en enero de 1982 y allí vivió tres años refugiado, dependiendo de la ayuda humanitaria.

Sofia Elface Fumo (Mozambique) habla por teléfono junto su quinto hijo, Gervasio.
Sofia Elface Fumo (Mozambique) habla por teléfono junto su quinto hijo, Gervasio.
Gervasio Sánchez

Sofia Elface Fumo: una persona invencible que nunca se rinde

Sofia Elface Fumo tenía 11 años cuando pisó una mina antipersona un sábado de noviembre de 1993 sobre las cinco de la tarde, mientras recogía leña con su hermana pequeña Maria muy cerca de su casa en Massaca, a 42 kilómetros de Maputo, la capital mozambiqueña. Fueron trasladadas muy graves al Hospital General de Maputo y un equipo de cirujanos españoles las operó de las graves heridas. Sofia perdió las dos piernas y Maria, de 8 años, murió un mes después del accidente de una infección múltiple.

A pesar de sus limitaciones, Sofia consiguió acabar la educación secundaria en una escuela que se encontraba a 9,6 kilómetros de su casa y a la que acudía en una silla de ruedas con un manillar especial donado por dos organizaciones humanitarias españolas. Pero no pudo estudiar en la universidad porque en julio de 1999 nació Leonaldo, su primer hijo. El padre la abandonó después de dejarla embarazada cuando todavía era una menor de edad. En noviembre de 2004 nació su segunda hija, Alia. Su tercera hija, Karena, nació en marzo de 2013 y su cuarta hija, Ana María, en junio de 2017.

Poco antes de cumplir los 40 años, Sofia tuvo a su quinto hijo. Fue un parto por cesárea que se tuvo que adelantar por su hipertensión galopante. La mujer aceptó que se le hiciera una ligadura de trompas, una decisión improrrogable después de traer al mundo cinco hijos de cuatro parejas distintas. Sofia, a la que el genial escritor Henning Mankell había definido como “una persona invencible” que “no se deja pisar” y que "nunca se rinde", regresó a casa junto a sus hijas pequeñas y su pareja Daniel Custódio. Por primera vez en su vida había a un hombre a su lado que se encargaba de cocinar, de calentar el agua para el baño del bebé, al que puso el nombre de Gervasio, preparar la ropa del colegio de las otras hijas de Sofia, hacer las compras de la casa, regentar la tienda que Sofia había abierto y había mejorado con una ayuda económica recibida diez años antes. Pero Sofia nunca ha tenido una fase tranquila en su vida. Cuando su último hijo estaba a punto de cumplir los cuatro meses, su padre Daniel se suicidó, en junio de 2022, colgándose de la viga de una de las habitaciones de la casa.

Medy Ewaz Ali reza ante la tumba de su madre en Kabul (Afganistán).
Medy Ewaz Ali reza ante la tumba de su madre en Kabul (Afganistán).
Gervasio Sánchez

Medy Ewaz Ali: en Madrid tras el regreso de los talibanes

Medy Ewaz Ali perdió la pierna izquierda a finales de los años noventa en la explosión de una mina cuando era tan pequeño que ni siquiera lo recuerda. Lo lógico es que hubiese muerto tras la explosión, pero alguien, con ciertos conocimientos en primeros auxilios, taponó su herida y evitó que se desangrase. En 2003, con 7 años, llegó a Kabul con su abuelo Safar Mamad, su madre Zia Gol, que poco después murió de cáncer, y sus dos hermanas, Nasrin y Parwin, tras la captura de su padre por los talibanes.

Durante años sobrevivieron con unos 20 euros al mes que recibían de una organización religiosa iraní. La mitad era para pagar el alquiler y el agua potable. Tuvieron que cambiarse varias veces de casa ante la subida constante de los gastos. En 2009, Medy regresó al quirófano para remodelar su muñón. La tibia había crecido mucho y existía peligro de una infección que impidiese al niño volver a colocarse una prótesis. Las consecuencias de una mina son para toda la vida.

Camino de la mayoría de edad, empezó a aprender el oficio de electricista y mejoró su inglés. También trabajó durante años en tiendas de teléfonos móviles. Su único pasatiempo era ir a una piscina cubierta que estaba a unos kilómetros de su casa y pasar unas horas nadando.

Los talibanes ocuparon la capital afgana el 15 de agosto de 2021.Los nombres de Medy y Parwin se incluyeron en una larga lista de personas aptas para volar a España en aviones militares. El 26 de agosto consiguieron ser admitidos en uno de los vuelos y llegaron a Madrid un día después. Nada más aterrizar en el aeropuerto de Torrejón de la capital española, la Asociación Provivienda se hizo cargo de ambos hermanos y pasaron a formar parte del Programa de Acogida de Protección Internacional. Fueron instalados en una vivienda compartida con otra familia y, bajo supervisión de los trabajadores expertos de la asociación, comenzaron a aprender español y a manejarse en la nueva sociedad en la que se han integrado. Tras una primera fase de aprendizaje que duró varios meses, entraron en la llamada ‘Fase de Autonomía’ del programa, que les ha permitido encontrar trabajo a ambos y tener la autonomía económica suficiente para alquilar una vivienda. Ya tienen documentación española.

Adis Smajic (Bosnia-Herzegovina) mira a su primer hijo, Alen, en 2013.
Adis Smajic (Bosnia-Herzegovina) mira a su primer hijo, Alen, en 2013.
Gervasio Sánchez

Adis Smajic: cirugía estética desde 1997 gracias a Pilar Muro

Adis Smajic fue herido el 18 de marzo de 1996 por la explosión de una mina antipersona mientras jugaba con sus amigos al fútbol en una zona aledaña a su barrio, que había servido de línea de demarcación entre los combatientes durante la guerra, finalizada tres meses antes. Con 13 años perdió su ojo izquierdo y sufrió la amputación de su brazo derecho. Durante varios días los médicos temieron por su vida y fue trasladado a Italia para evitar que perdiera el otro ojo.

La mina estaba semidescubierta. “Sabía que era peligrosa, pero no quería que nadie la pisase”, contó tres días después en el hospital de la capital bosnia. La levantó con mucho cuidado, pero cuando iba a ponerla de nuevo en el suelo, se produjo el violento estallido que lo levantó del suelo y lo lanzó a un par de metros de distancia. Pasó de ser un niño de la guerra a convertirse en un adolescente mutilado. La guerra ya había destruido sus recuerdos de la infancia. Varias veces se tuvo que tirar al suelo al escuchar los silbidos de los proyectiles, pero nunca fue herido durante el conflicto armado, que duró casi cuatro años.

En septiembre de 1997, la entonces presidenta de la compañía Previasa, Pilar Muro, esposa de Publio Cordón, secuestrado y asesinado por el Grapo dos años antes, y su consejero delegado Josep Santacreu, se interesaron por su caso y decidieron asumir el coste de su rehabilitación. Desde diciembre de 1997 hasta octubre de 2004 Adis viajó a Barcelona en varias ocasiones para someterse a diferentes operaciones gratuitas de cirugía estética y reconstrucción de su rostro realizadas en la Clínica Quirón por el prestigioso cirujano plástico Antonio Tapia, fallecido en enero de 2023. La compañía DKV Seguros, que había comprado Previasa en febrero de 1998, se encargó de la financiación y jamás utilizó la historia del pequeño herido como promoción. Adís sufrió una treintena de intervenciones en Sarajevo, Venecia y Barcelona desde el día del estallido de la mina antipersona.

En 2007 se casó con Naida Vreto, nacida en noviembre de 1983, con la que ha tenido dos hijos: Alen, que ya ha cumplido 10 años, y Farik, de 5 años. Vive en el mismo barrio donde nació y, a sus 41 años, recibe una pensión vitalicia como víctima de guerra.

Sokheurm Man, herido en 1996; en 2007, con su padre; y en 2023, con su hijo Enero. G. S.
Sokheurm Man, herido en 1996; en 2007, con su padre; y en 2023, con su hijo Enero. 
Gervasio Sánchez

Sokheurm Man: perdió una pierna, pero llegó a la universidad

Sokheurm Man fue herido por una mina antipersona en Siem Reap (Camboya) el 10 de enero de 1996, con 13 años, cuando iba al colegio con Chai Chun, su mejor amigo, fallecido en la explosión. Trece días después, el 23 de enero, un principio de gangrena forzó a los cirujanos a amputarle la pierna derecha en una operación que duró 45 minutos. Su padre, Theam Man, le acompañó durante toda su estancia en el hospital. La familia tuvo que vender una parte fundamental de la cosecha de arroz de ese año para sufragar los gastos. Uno de los hermanos mayores de Sokheurm había muerto unos años antes víctima de otra mina. En 2008 su padre falleció. Sus cenizas están guardadas en un pequeño monumento funerario a la entrada de la casa familiar.

Tras finalizar sus estudios secundarios, empezó a trabajar con el Servicio Jesuita para los Refugiados, encargándose de documentar nuevas víctimas de minas en las aldeas de la provincia, y asistió a clases nocturnas de Tecnología e Informática en la Universidad de Siem Reap, muy cerca de los míticos templos de Angkor. Al acabar sus estudios universitarios en 2010, trabajó durante nueve años como gerente de un hotel de lujo.

Desde septiembre de 2019, Sokheurm, que ya tiene 41 años, es director del programa en Siem Reap de Husk, una organización no gubernamental australiana que trabaja en Camboya desde 2008. 430 alumnos de entre 6 y 17 años reciben todos los días clases gratuitas de inglés. Unas doscientas cincuenta familias de extracción humilde han conseguido nuevas viviendas o han podido reparar sus casas. Husk también desarrolla un proyecto de limpieza dental en los colegios de primaria de una amplia zona rural, donde apenas el 10% de los niños no tienen enfermedades bucodentales. Con un sistema de clínicas móviles llegan a tratar a 1.500 niños en una semana.

El 23 de enero de 2006, justo el día que se cumplían diez años de su amputación, nació su primer hijo, fruto de su relación con Ly Nin, con la que se había casado un año antes. El bebé recibió el nombre de Enero, en español. Hoy está acabando los estudios secundarios con 17 años. Julieka, su segunda hija, nacida en junio de 2013, tiene 10 años.

Mónica Paola Ardila, junto al río Magdalena en San Pablo (Colombia). G. S.
Mónica Paola Ardila, junto al río Magdalena en San Pablo (Colombia).
Gervasio Sánchez

Mónica Paola Ardila: el recuerdo de unos ojos que ardían

Mónica Paola Ardila perdió en febrero de 2003 la visión, sufrió la amputación de la mano izquierda y de dos falanges de la derecha y su cuerpo quedó inundado de esquirlas por la explosión de una mina cuando regresaba del colegio junto a su padre en el municipio colombiano de San Pablo.

Regresaba del colegio cuando se salió del camino para orinar. La mina, escondida por un paramilitar, un guerrillero o un soldado del ejército regular, explotó al leve contacto y la hizo volar varios metros por los aires. "Trataba de abrir los ojos, pero me ardían. Es como si se me hubiesen llenado de tierra", recordó años después del accidente.

Tras recuperarse de las heridas, vivió en un hogar de acogida y apenas levantaba la cara de la cama porque "no quería que me viesen sin ojos". Meses después, comenzó a asistir a clases de braille. Necesitaba ayuda psicológica para recuperar su autoestima y superar los graves traumas que acarreaba desde hacía muchos años, pero nadie se la ofreció. Allí fue abusada y violada por media docena de adolescentes y adultos. Era la continuación de los abusos perpetrados por su padrastro a partir de los 4 años. Fue revictimizada por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar entre sus 12 y 16 años y nunca fue indemnizada por un estado celoso de ahorrar una cantidad ridícula a sus arcas, mientras era (y es) permisivo con la corrupción generalizada.

En 2017 conoció a un hombre ya maduro que le sacaba 30 años y la convenció de que se fuese a vivir con él. La convivencia no fue fácil. Las peleas, los malos tratos y las borracheras fueron cotidianas. Pero cinco años después, en mayo de 2022, su pareja murió. La joven sintió de nuevo que el mundo se desplomaba. "Al menos tenía un lugar donde vivir en los últimos años. Es verdad que me pegaba, tenía relaciones con otras mujeres, me humillaba, me lancé varias veces de la moto para matarme cuando él me llevaba, pero también recuerdo algunos momentos bonitos", confiesa Mónica mientras visita su tumba una semana después de su muerte, le pone una vela y encarga una misa de difuntos. Hoy vive acompañada de tres loros gritones, Luna, Lucero y Rayita.

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