Un hogar en Zaragoza para aprender a vivir fuera del infierno de las drogas: "Este piso es un trampolín de vida total"

Proyecto Hombre cuenta con una vivienda de transición en el que pacientes de la comunidad terapéutica residen unos meses antes de incorporarse a la sociedad. Desde él, Flor y David cuentan cómo luchan por salir de sus adicciones.

David y Flor son compañeros en el piso supervisado de Proyecto Hombre tras su estancia en la comunidad terapéutica.
David y Flor son compañeros en el piso supervisado de Proyecto Hombre tras su estancia en la comunidad terapéutica.
Guillermo Mestre

Flor tiene 58 años y comenzó a tontear con "algunas sustancias" de adolescente "por las compañías". Hace 11 años, tras un grave accidente de tráfico en el que falleció su suegra y ella y su hija ingresaron en una unidad de cuidados intensivos, se convirtió "en una alcohólica total". "Y lo sigo siendo, aunque haya dejado de beber", dice. David, de 45 años, pidió ayuda y entró en la comunidad terapéutica Proyecto Hombre en Miralbueno tras sufrir un brote psicótico "por la droga y el alcohol que consumía". "Pensé que había perdido completamente la cabeza". Para entonces, ya había roto la relación con su mujer y su hijo, del que perdió la custodia y que ahora tiene 9 años. Residía en la casa de su abuela en un pueblo aragonés "porque era la única forma de tener un techo sin pagar alquiler".

Sus vidas, tan dispares, tienen en común una larga adicción que les condujo primero al centro de Proyecto Hombre, el único que existe en la Comunidad de carácter público con 45 plazas convenidas con la DGA. Ahora, coinciden en el piso supervisado de transición para cinco personas en el que residen unos meses antes de emprender una nueva vida lejos del infierno de las drogas. El Centro Solidaridad Zaragoza puso en marcha este nuevo recurso en la capital aragonesa el pasado noviembre y hasta ahora han pasado por él siete usuarios.

En este hogar, una antigua vivienda parroquial que los primeros inquilinos se encargaron de acondicionar, la luz entra a raudales en todas las estancias. En la puerta de la nevera está colgado el cuadrante con las tareas que tiene que cumplir cada uno.

"El salto de la comunidad terapéutica a la vida diaria se puede convertir en un precipicio para las personas que no tienen una red familiar de apoyo al salir, necesitan encontrar un trabajo o que quieren empezar de cero en un sitio nuevo", explica Juan Pablo, trabajador social. Junto a otros dos profesionales acude tres días a la semana (lunes, miércoles y viernes) para hacer un "acompañamiento global" y hablar con ellos. Además, cada paciente vuelve a su unidad de atención y seguimiento de las adicciones (uasas) de referencia.

Para entrar a vivir aquí lo tienen que solicitar y si cumplen los requisitos "firman un contrato", ya que el tiempo máximo de permanencia es de medio año, "que se puede prolongar si hay motivos justificados". Si no hubiera existido esta vivienda, alguno de los hombres que ya se han beneficiado de ella se hubiera ido "derecho a la calle", reconoce este trabajador social. Las plazas están concertadas con Sanidad y solo tienen que pagar la comida.

Durante 2022 en la comunidad terapéutica de Miralbueno siguieron un tratamiento 143 pacientes, de los que 121 eran hombres y 22 mujeres. Las sustancias principales de ingreso son el alcohol (33%) y la cocaína (27%) y la estancia media es de siete meses.

David y Flor en la cocina del piso, en el que en estos momentos residen tres personas
David y Flor en la cocina del piso, en el que en estos momentos residen tres personas
Guillermo Mestre

"Me daba miedo coger el bus"

Flor se tomó en serio "gastar" su "último cartucho" el día que su hija, que ya tiene 24 años, le dijo "que cuando fuera abuela vería al niño siempre con ella, que tal como estaba no me lo iba a poder llevar sola". "Lo hice por ella, que ha sido mi seguimiento en la comunidad, pero también por mí".

Ella fue uno de los tres usuarios que estrenó esta casa tras su paso por el centro de Miralbueno. Lleva siete meses y espera independizarse en breve. La idea de volver a su pueblo, donde reside su madre nonagenaria, "a la que veo ahora más feliz que nunca", no le atraía porque suponía retornar a una "peligrosa" rutina. Desde que sufrió el accidente percibe una pensión con la que quiere "empezar de cero" en una Zaragoza que ha redescubierto, "solo la recordaba de venir a por sustancias".

Llegar a este punto no ha sido fácil. "Cuando salí me daba miedo hasta coger el autobús, la primera vez me bajé dos paradas antes y llamé a la educadora", cuenta. Ha aprendido "a valorar las cosas pequeñas", a disfrutar de la piscina y se ha apuntado como voluntaria para atender a personas mayores. El miedo a la recaída sigue muy presente: "Me protejo con una pastilla". Y prefiere que nadie se tome una cerveza o una copa cerca de ella.

David en su habitación. Esta vivienda supervisada cuenta con cinco plazas
David en su habitación. Esta vivienda supervisada cuenta con cinco plazas
Guillermo Mestre

"Hay que seguir luchando"

Más flexible en este punto se muestra David, que tras 11 meses en la comunidad terapéutica lleva uno en el piso. Está en "plena adaptación" para "seguir luchando y tirar hacia adelante". Ahora cobra una baja y busca empleo en una línea de producción o en un almacén. Ha trabajado en la construcción y de camarero, pero prefiere evitar estos sectores para alejarse de tentaciones. Además, se está sacando el carné de conducir, va a clases de kung-fu y le ha cogido afición a jugar a ping-pong. Ha normalizado las relaciones con sus hermanos y espera un día ver a su hijo. "Soy consciente de lo que he hecho mal. He vuelto a pasar la pensión a mi mujer después de mucho tiempo sin hacerlo. Algún día tendré que hacer por ver a mi hijo, pero primero quiero estar bien yo", afirma.

Flor y Miguel se tratan con confianza. Han compartido mucho, pero cuando dejen este hogar ninguno tendrá el teléfono de los otros. "Al principio no lo entiendes, pero no es conveniente, porque somos adictos y en cualquier mal momento podemos recaer –asegura Flor–. Si nos vemos por ahí, seguro que nos alegramos. Aquí se empieza y aquí se acaba". Y concluye con esta reivindicación: "Este piso es un trampolín de vida total, debería haber más".

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