¿Por qué crece la sensación de que no tenemos tiempo para nada?

Estar ocupado ha adquirido prestigio social. Los psicólogos advierten contra el riesgo de normalizar el sobrevivir "con un cronómetro constante".

Vivimos en una sociedad sobrestimulada e híperacelerada.
Vivimos en una sociedad sobrestimulada e híperacelerada.
Pixabay

Uno lee los diarios de Virginia Woolf o las notas personales de James Joyce y da gozo ver cómo se recrean en la vida, en sus detalles, en los pequeños placeres, en lo cotidiano. Leen, escriben, salen a la campiña a pasear con los perros, asisten a eventos sociales… Todo lo hacen sin prisa ni agobio. Da la impresión de que sus vidas, como las de muchos otros personajes del siglo XIX o, incluso, hasta bien entrado el XX, ‘cunden’. ¿Qué ha sucedido para que en la sociedad actual creamos de que no da tiempo a nada? ¿Es un cambio de la percepción temporal o una realidad?

“Estamos sobrestimulados. Nos imponemos excesivas obligaciones, no sólo con el trabajo sino también a nivel social, y nuestro tiempo de ocio se ha reducido mucho”, comenta el psicólogo Jesús Padilla, que también relaciona el incremento de esta ansiedad social con el uso creciente de las redes sociales. “Las redes nos brindan la apariencia de que vivimos cinco vidas diferentes, a veces incluso con identidades distintas, y no hay tiempo para todo”. Estas afirmaciones se sustentan con datos como los el informe del Estado Móvil de 2022 que arroja que los españoles pasamos más de cuatro horas diarias pendientes del teléfono y aplicaciones como Twitter, Instagram o Facebook. “Conoces a mucha gente, socialmente parece una vida activa, pero, al igual que se dice que hay que aprender a estar solo, respecto al tiempo también hay que aprender a aburrirse, a no tener que correr por todo, a disfrutar de lo que otros llamarían tiempo improductivo”, añade.

Los expertos advierten contra el peligro de que el ocio sea aniquilado por la necesidad de producir

Según los expertos habría un buen racimo de factores (filosóficos, neurocientíficos, psicológicos...) que analizar a la hora de abordar esta aceleración del tiempo. En el marco histórico, se pueden buscar sus raíces en la revolución industrial, que aportaría el primer acelerón, pero -sobre todo- en la fiebre capitalista desde los 80 o los 90, “que lleva a pensar que todo lo que hagamos tiene que ser útil y pragmático”. Con la eclosión digital aún parece correr todo aún más deprisa porque alimentan la comparación y la competitividad y el hecho de “estar ocupados” ha adquirido cierta relevancia social. Advierten los psicólogos de los peligros de atribuirnos una importancia y unas responsabilidades que no deberían ser prioritarias y aseguran que están en el origen de ese sentirse desbordado.

La psicóloga Gabriela Lardiés, con el cuento premiado ilustrado por Mamen Marcén, en su consulta de la capital aragonesa.
La psicóloga Gabriela Lardiés, en su consulta de la capital aragonesa.
Camino Ivars

“Hemos normalizado vivir -más bien, sobrevivir- con un cronómetro constante. Las prisas, la hiperestimulación permanente de las pantallas y la tecnología han intoxicado cómo vivimos. Parece que siempre tenemos que hacer algo útil y con un fin, pero a veces ese fin no es otro que evitar sentir que fracasamos”, comenta la psicóloga Gabriela Lardiés, que advierte del peligro de que “hasta las actividades de ocio se convierten en obligaciones” e, incluso, de que a veces “nos sintamos culpables por descansar”.

Respecto a la autoexigencia mal entendida “y la tiranía de los ‘deberías’, Lardiés introduce otro concepto como es el de la procrastinación, el dejar todo para después, lo que “aumenta el sentimiento de frustración y ansiedad”. “Nuestros antepasados no tenían esa hiperestimulación, todos esos elementos de presión, esa competitividad tan negativa. Antes podían disfrutar absortos de una película o una canción, pero ahora hay tantas alternativas que no nos acordamos si la hemos visto o escuchado ya. Todo parece ser de usar o tirar”, afirma la también escritora.

La percepción del paso de tiempo depende también del estado anímico.
La percepción del paso de tiempo depende también del estado anímico.
Kurresti

Para Sandra Sánchez, psicóloga y gerente del Espacio Ítaca, “desde una perspectiva biopsicosocial, no tenemos tiempo para nada porque no tenemos energía”. “Cuando disponemos de tiempo nos falta el empuje para poder hacer algo. Eso nos lleva a procrastinar. Actualmente vivimos en una sociedad de la explotación y del cansancio, como dice el filósofo Byung-Chul Han, en la que estamos hechos para y por producir: el entretenimiento ha sido aniquilado por la necesidad de producir”. Sánchez también cita la teoría de las relaciones líquidas de Zygmunt Bauman -todo sucede a través de pantallas- y lamenta que la dependencia de las redes pueda derivar en una suerte de “diógenes digital, en el que se sustituya información por placer”.

“Necesitamos parar, necesitamos silencio para aquietar el alma, necesitamos aprender a ‘no hacer’ como forma de autocuidado"

“La percepción tenemos del tiempo y del uso que hacemos de él depende de cómo estén las emociones presentes con la atención”, explica Rubén Somalo, psicoterapeuta de la asociación Psicara. “Si nuestra atención y conciencia están en un estado anímico apetecible, que se relaciona con el disfrute, hará que el tiempo transcurrido parezca que vuela. Hay mil ejemplos: en el sexo, las redes sociales, los viajes, una buena película… Si, por el contrario, este estado anímico atraviesa un momento difícil o incómodo, muchas veces identificable con el trabajo, eso hará que el tiempo pase lento”, comenta Somalo. Existen estudios sobre la subjetividad del paso del tiempo que señalan que a medida que se cumplen años y se suman responsabilidades más rápido avanzan las agujas del reloj: a partir de los 40, la cantidad de acciones que nos obligamos a hacer un día crecen exponencialmente y eso contribuye a subrayar la desagradable impresión de que vivimos contra reloj.

¿Qué soluciones o ejercicios proponen los expertos para tratar de evitar este disgusto? “Necesitamos parar, necesitamos silencio para aquietar el alma, necesitamos aprender a ‘no hacer’ como forma de autocuidado”, afirma Gabriela Lardiés. Padilla, por su parte, apuesta por “repensar el aquí y ahora”. “Urge tener un pensamiento crítico para ver si nos hace feliz el estilo de vida que tenemos. Conviene renunciar a lo superfluo, anteponer nuestra propia felicidad y aceptar desde la humildad que no vamos a llegar a todo”. “Hay que contar que a través del aburrimiento llega la creación, que es fundamental para el ser humano”, apunta Sánchez, reivindicando “la importancia de hacer nada”.

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