Las Saladas de Chiprana y la vida subacuática que se cuenta por millones de años

Estas láminas de agua salada a las afueras del municipio del mismo nombre, muy cercanas a Caspe, constituyen un tesoro botánico de gran calibre y una excursión interesante para todos los amantes de la naturaleza.

Saladas de Chiprana con olivares en primer término.
Saladas de Chiprana con olivares en primer término.
Laura Uranga

En las inmediaciones del mar de Aragón hay un acuífero de especial relevancia, por la mística que le confieren sus aguas y la increíble longevidad de algunos de sus habitantes. Se trata de las Saladas de Chiprana, un paraje de rara belleza a seis kilómetros y medio de la localidad; conviene ir informado para que la visita sea más edificante y, al mismo tiempo, todo lo respetuosa que merece el lugar.

En el pueblo se cuenta con el Herbario, un centro de interpretación sobre las Saladas así denominado porque el edificio estaba destinado a esa función en un principio, ya que albergaba la colección del botánico Francisco Loscos, natural de Samper de Calanda. El centro se ha dedicado principalmente a la pedagogía escolar, y además de explicar de manera profusa (por medio de paneles informativos) la idiosincrasia de las Saladas, hace una comparativa con otros puntos del globo, incluso de otros planetas.

Las Saladas acumulan en sus pequeñas playas una gran cantidad de salicornias (plantas halófilas, como se denomina a las presentes en las zonas donde se concentra agua salada) y hierbas aromáticas como tomillo y romero, además de tamarices. La ruppia marítima también está presente en este rincón de la provincia zaragozana; de hecho, Chiprana es la única estación continental de esta planta. Se trata de una planta herbácea que vive sumergida en zonas de aguas salinas, con hojas largas y estrechas que forman una vaina en la zona de unión con el tallo.

Saladas de Chiprana.
Saladas de Chiprana.
Laura Uranga

Rica avifauna

El listado de especies aladas es amplio y diverso: chorlitejos patinegros, zampullines, cigüeñuelas, patos colorados y fochas comunes, todos ellos alerta ante la presencia de su predador, el aguilucho lagunero. También está el tarro blanco, especie protegida que tiene una presencia creciente en el Bajo Aragón desde hace algo más de un lustro.

Otro gran aliciente es el tapete microbiano de las Saladas, ya desde las orillas y que llega hasta el metro y medio de profundidad. No es apreciable a simple vista, pero se trata de una red de microorganismos vivos, llamados cianobacterias, que se entrelazan y envuelven los pequeños fragmentos minerales de los fondos, creando una red verde sumamente resistente.

Lo impresionante es el tiempo que lleva ese tejido activo en el lugar; se calcula que el citado manto conserva bacterias descendientes de organismos que poblaron la Tierra hace más de 3.500 millones de años; de hecho, vienen de cuando no había oxígeno sobre la Tierra, y respiraban azufre.

Tanto el Ayuntamiento de Chiprana como la DGA son rotundos a la hora de exigir la mesura a los visitantes, tanto en el consumo de cualquier alimento o bebida en la zona como en la propia actitud; hay paneles explicativos que aclaran todo lo que no debe hacerse allá. Aunque el nivel de salinidad de las láminas acuáticas de Chiprana no llega al del famoso Mar Muerto israelí, sí se compara a otros enclaves simulares de Australia, Irán o Libia. Además, hay que destacar los paleocanales o ríos fósiles, formaciones que se generan de los aluviones y arrastres de las corrientes fluviales y que, cuando los caudales desaparecen, se acumulan. En el Herbario se aclara que estas formaciones, además de en Aragón, se encuentran en el Sahara, en Utah, en la Patagonia y en Marte. De hecho, no son los únicos de la zona: a las afueras de Caspe (a 14 kilómetros de las Saladas) en la llamada Huerta de Roldán, junto a Zaragoceta, hay otros que han llamado la atención de científicos estadounidenses en los últimos años.

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