'Golondrinas', un vuelo de ida y vuelta al pasado de las aragonesas que cruzaban a pie el Pirineo para trabajar

Eran jóvenes y valientes. Dejaban su casa seis meses al año para trabajar en Francia, tras cruzar el Pirineo a pie. Hoy, aún seguimos con la mirada a aquellas ‘golondrinas’ alpargateras.

En esta imagen del taller de alpargatas de Cherbero, en Mauléon, se ha identificado a Francisca Berbiela Pérez, de casa Botero; Juana Gastón Aznárez, de casa Bartola; María Gastón Añaños, de casa Juaquineta; así como a Concha, de casa Fernandé; Josefa, de casa Fonz; y una moza de casa Sebas, todas ansotanas.
En esta imagen del taller de alpargatas de Cherbero, en Mauléon, se ha identificado a Francisca Berbiela Pérez, de casa Botero; Juana Gastón Aznárez, de casa Bartola; María Gastón Añaños, de casa Juaquineta; así como a Concha, de casa Fernandé; Josefa, de casa Fonz; y una moza de casa Sebas, todas ansotanas.
Imagen cedida por la Asociación Ikerzaleak de Mauléon

"En los últimos días del otoño, se ven llegar por todos los caminos que bajan del sur, grupos compuestos sobre todo por chicas jóvenes. Cada una de ellas lleva, por todo equipaje, un pequeño paquete envuelto en un pañuelo, y transporta un pequeño banco de madera que le servirá de asiento en las paradas de un interminable viaje a pie a través de la montaña (...) En la habitación donde se instalan por cinco o seis meses, habrá ocho o diez, o doce de ellas. Por la noche se acuestan en el suelo o en malos colchones, apretadas las unas contra las otras. Esas hormigas, más laboriosas que aquellas de la fábula, ahorran en el invierno y, cuando regresa el buen tiempo, retoman el camino de regreso y el bulto que llevan se desproporciona por todo lo que han comprado". 

Así describía Eugène Grangié en ‘Gracieuse au béret bleu’ (1925) el vuelo de ida y vuelta de las mujeres que, desde este lado de los Pirineos, pasaban a Francia a trabajar duramente en las fábricas de alpargatas de Mauléon. Hormigas, palomas de invierno, ‘las españolas’, les decían a estas bandadas de jóvenes aragonesas y navarras, a veces casi niñas, integrantes de una inmigración estacional que comenzó hacia 1890 y duró hasta las primeras décadas del siglo XX (1950). La poesía de llamarlas ‘golondrinas’ vendría después.

Hoy, su recuerdo se cuida, se investiga, se canta y se baila. La Ronda de Boltaña acaba de dedicarles un tema que tiene a Rozalén como voz invitada y que une dos historias de emigración: aquellas y las actuales. En el vídeo de ‘La tumba de la golondrina’, la bailarina oscense Violeta Borruel se suma al homenaje a estas mujeres altoaragonesas que cruzaban a pie la cordillera para ir a trabajar a Francia. Ella es una de las personas que se ha detenido a escuchar las historias de las nietas de las ‘golondrinas’. Y ha transformado en movimiento "esa sensación de volar", reflejando "la dureza de partir y la libertad de salir de casa".

'Golondrinas', proyecto de danza contemporánea de la oscense Violeta Borruel
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Luces y sombras, esfuerzo y vitalidad

'Golondrinas', proyecto de danza contemporánea puesto en pie en 2019 por Violeta Borruel, aúna investigación antropológica y danza, "en una visión personal sobre la historia real de unas mujeres emprendedoras que partían de su hogar todos los inviernos. Un imaginario del mundo de las aves y las mujeres, lleno de luces y sombras, esfuerzo y vitalidad".

Fago, Ansó, Isaba, Salvatierra de Esca, Uztarroz, Sigüés... eran los nidos de origen de estas trabajadoras que por decenas –933, rozando el millar, en 1911– respondían a la demanda de mano de obra para la floreciente industria alpargatera de la zona del eje Mauléon-Oloron.

Tirar del hilo del vuelo de las ‘golondrinas’ de Ansó y Fago fue para Fina de Mañas "un reto y una ilusión personal por recuperar el pasado y ponerlo en valor". Su labor tomó forma de exposición en 2019 y puede verse en la página web de la asociación A Gorgocha, que Fina preside en Ansó. No había una motivación familiar, pues no hubo ‘golondrinas’ entre sus antepasadas, "¡ya me gustaría!, lo que podría fardar...", exclama. 

Sabía que era difícil rastrear sus huellas, porque la memoria se va perdiendo conforme el tiempo avanza; y precisamente por eso son tan valiosas las notas que fue tomando en su libreta, sin grabadora para no espantar las confidencias, durante casi dos años de conversación pausada con algunas hijas de ‘golondrina’ y más nietas. 

"Estas mujeres valientes a veces ocultaban ese pasado de emigración, pues está claro que si emigrabas, es porque eras pobre"

"Fue un proceso lento, porque la montaña es poco dada a contar cosas" y, en este caso, además, "estas mujeres valientes, que pasaron dificultades, a veces ocultaban ese pasado de emigración, pues está claro que si emigrabas es porque eras pobre y tenías que buscarte el sustento". De este minucioso trabajo de campo recuerda la prodigiosa memoria de Manolita, una mujer de Fago que ya ha fallecido, o cómo, en esa montaña tan "poco dada a manifestar las emociones", otras le contaban que su madre terminaba tan cansada la jornada que no tenía ni ánimo de hablar. "A mai mía treballaba tanto que cuando plegaba ta casa, no teneba gana de charrá", le contó la hija de Francisca Mendiara Barcos, de casa Barrena de Ansó. Hubo quien reconoció a sus familiares en las fotos rescatadas para la exposición y nada sabía de que hubieran ido a Mauléon.

En las casas hay aún relojes y vajilla traídos de Francia por las ‘golondrinas’. En un tiempo en que también debemos comprender que "no había carretera hasta Ansó y se tenía más relación con Francia; el Pirineo no era una barrera, la gente pasaba de un lado a otro y se traía cosas". Era un recorrido expuesto, "por el puerto de Belagua, con sus boiras (nieblas), pero también una aventura", imagina.

Enseres traídos por las 'golondrinas' desde Francia
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De vuelta, bien cargadas

Burlando muchas veces el control de los carabineros, las ‘golondrinas’ volvían de Francia con enseres como estas piezas de vajilla traídas por Francisca Añaños Gurría, de casa Mariaguerra, o estos relojes, de bolsillo y de casa. El 'agullero' de marfil fue traído por la 'golondrina' Francisca Barrena Barcos, de casa Meyo, de Fago. La asociación A Gorgocha de Ansó les ha seguido la pista.

A pie, hasta Francia

"La dureza del viaje, pasando el puerto", es lo que más impresiona a Sergio Sánchez Lanaspa, periodista que ha embalsado cuanto se sabe del fenómeno de las ‘golondrinas’ pirenaicas en el libro ‘Mujeres. Migración a la modernidad. El siglo XX en el Pirineo aragonés’ (Pirineum editorial). La mitad de los más de 100 kilómetros entre Salvatierra de Esca, por ejemplo, hasta Mauléon se hacía andando. Iban por el valle del Roncal, cruzaban el puerto de Belagua y solían hacer la primera noche en la venta de Juan Pito o, ya pasado Sainte Engrace, en La Caserna. Allí solía ir a buscarlas algún transporte.

La estacionalidad de aquellas migraciones las revestía de peligros. Las ‘golondrinas’, siempre en grupo, partían en octubre, cuando las nevadas tempranas hacían aún más arriesgado un camino jalonado de precipicios que se recorría a pie, y volvían en primavera, con nieve aún en los puertos. Miguela Gurría, de casa Gurría de Ansó, contó cómo, yendo con una prima suya de casa Mayaguerra y un hombre, ya mayor, de casa Momolón de Fago, les pilló una de esas nevadas tempranas. Cansado, no podía seguir y las mandó a buscar ayuda; llegaron –"fartas d’agua y cheladas de frío"– a una borda, pero los carabineros que allí encontraron no quisieron salir de noche a buscarlo y, al día siguiente, lo hallaron muerto, congelado. Una vida después, allí estaba para escuchar y recoger su precioso testimonio oral, la nieta de Miguela, Elena Gusano, que creció oyendo sus historias.

Miguela –y también su otra abuela, Sebastiana Gastón– fue vendedora de té, obrera en Francia y camarera en Panticosa. "Yo fuei a treballá ta Mauleón, mozeta –le decía Miguela–, íbamos caminando". Con 12 años ya trabajaba en Francia.

Estudiosa del fenómeno de las vendedoras de té ansotanas que, con sus trajes tradicionales y su cargamento en la cabeza, recorrieron España andando, Elena Gusano se emociona al sentir que ha tenido la fortuna de convivir con ellas , "dos mujeres trabajadoras en una sociedad injusta", y de poder trasladar a otros su memoria. Le da rabia no haberles hecho más preguntas, pero, con buena parte de su historia a salvo, y como socióloga que es, intenta ponerse "en su piel y no analizar las cosas desde el hoy, porque aquel era otro mundo".

Miguela Gurría (a la derecha), junto a su madre y su hermana Antonia.
Miguela Gurría (a la derecha), junto a su madre y su hermana Antonia.
Archivo familiar de Elena Gusano

Aclara que, aunque se habla de forma genérica de las ‘golondrinas’, "hay diversas etapas, con circunstancias laborales y sociales muy diferentes: la de después de la I Guerra Mundial es distinta de la de los años 30 o de la de finales del XIX".

Las primeras ‘golondrinas’ fueron a trabajar a Francia "en un momento en que la peseta era más fuerte que el franco, por lo que no les interesaba nada traer francos", dice Elena Gusano. A su vez, "Francia era un país más desarrollado y resultaba más fácil conseguir cosas manufacturadas: armas, cubiertos, cuchillos, ferradas, esquilas, telas, hilos..., así que, de vuelta, venían cargadas". Después, "hubo un momento en que ya abrían sus cuentas en Francia".

El dinero que la generación de sus abuelas podían traer de estos trabajos temporales, "no era para ellas, sino para la casa troncal; podían comprarse sábanas y hacerse un pequeño ajuar –el hilo fino de su camisa de ansotana lo compró Miguela en Francia para casarse–, pero, como en todas las casas pobres de España, todos trabajaban para la casa y, si no, se les cerraba la puerta". Desde nuestra mentalidad actual podemos pensar que era duro e injusto, "pero permitía vivir a una familia entera". 

Elena Gusano hace hincapié en que "ellas eran el último eslabón en una sociedad montañesa y ganadera muy dura con hombres y mujeres, donde no eran las únicas desgraciadas. Había una división clara del trabajo: el hombre defendía el territorio y cuidaba del ganado y la mujer hacía todo lo demás, incluido el cuidado de las huertas". Aunque en la industria alpargatera cobraban menos que los hombres, "eran asalariadas como ellos", destaca Sánchez. Algo nuevo para ellas.

¿Qué se traerían de Francia aquellas mujeres, además de enseres? "Mi abuela Miguela se trajo que hacía ‘crepas’, como ella decía, y que usaba apio en los caldos". Más allá, "viajar siempre es bueno porque vieron el mundo con otros ojos, pero vivían en núcleos muy cerrados, para protegerse". Y si, en una España mayormente analfabeta, las ansotanas de su familia "sabían leer y escribían con aquella letra tan maravillosa era porque era necesario, porque salían y tenían que saber defenderse".

A Elena Gusano le da la sensación de que aprendieron más cosas en el balneario de Panticosa que en Francia. Aunque sus dos abuelas se quitaban la basquiña para ir a trabajar al otro lado de la frontera, era en Panticosa donde se les abrían los ojos a otro modo de comportarse, "porque veían cómo se movía y se vestía la clase alta, aprendían cómo poner la mesa y a comportarse ante los señores, a muchas les sirvió para tener un oficio en la vida y las que fueron a servir a Madrid no iban de fregonas".

Taller de alpargatas en Mauléon (Francia) donde trabajaban 'golondrinas' aragonesas y navarras
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Jornadas de diez y doce horas

Siempre bajo la mirada del capataz, las obreras de las fábricas de alpargatas tenían prohibido hablar y comer mientras trabajaban. "Las inmigrantes españolas eran la mano de obra ideal para aquella industria estacional", señala Sergio Sánchez Lanaspa. "A tiro de piedra, sin cualificación alguna pero hábiles en el trabajo manual, sumisas y dispuestas a aceptar salarios bajos". Al término de la temporada, volvían a sus casas, aunque algunas se casaron en Francia.

La dura vida como obreras en Mauléon era otra cosa. Las fábricas de allá "apenas guardan estadillos de los trabajadores", lamenta Sergio Sánchez, pero sabemos que la fuerte industrialización de la manufactura alpargatera demandó una inmigración estacional casi exclusivamente española y casi exclusivamente femenina, procedente de las localidades fronterizas aragonesas y navarras. Suponía dos tercios de la plantilla. Antes de la guerra de 1914, "se puede hablar de una edad de oro para las empresas", asegura en una conferencia atesorada en internet el presidente de la Asociación Ikerzaleak de Mauléon, Robert Elissondo. "La producción mauleonesa podía superar los 10.000 pares de alpargatas al día durante la temporada". Muchos de los mineros del norte y el este de Francia compraban un par a la semana.

El ritmo es intenso. Mientras las francesas trabajaban a jornal, las españolas iban a destajo, en agotadoras jornadas de diez y doce horas en la fábrica, con prohibición de hablar o comer mientras cosían o montaban ‘espadrilles’. A veces, completaban el sueldo llevándose faena a casa, donde hacían los morros y talones. La desigualdad impera. Las mujeres ganaban aproximadamente un tercio menos que los hombres. "Hacia 1900, el salario diario es de unos 30-35 céntimos al día. Es un poco más que el precio de un kilo de pan. Hacia 1939, el salario de un buen trabajador es de 35-40 francos al día. El kilo de pan está entre 2 y 2,5 francos", refiere Elissondo. En su libro ‘Memoire d’Hirondelles’, Veronique Inchauspé recoge testimonios como el de María Antonia Burro: "Los patrones nos apreciaban mucho, pero había mauleoneses que no nos podían ni ver. Nos decían: ‘Venís a comeros el pan de los franceses’". Convencidas de haber ido hasta allí a trabajar, no solían secundar las huelgas.

En la parte alta de la ciudad, donde se concentraba la población obrera, se hablaba español. Se le llama la ‘Jotavilla’. Las ‘golondrinas’ –aunque ellas desconocían ese término que dulcifica sus precarias condiciones de vida– se alojaban en casas de parientes, de gente de su pueblo o eran huéspedes en casas de mauleoneses. Compartían habitación y cama, o un colchón para cinco que se echaba en el suelo de la cocina. "Eran mujeres humildes, muy sobrias y ‘escusaban muito’", señala Fina de Mañas. Comían migas y poco más. Ir a misa y asomar por el baile los domingos era su única distracción.

Antes de volver a Ansó, María Antonia Barcos posa vestida a la moda y con el pelo corto.
Antes de volver a Ansó, María Antonia Barcos posa vestida a la moda y con el pelo corto.
Archivo familiar

Al llegar la primavera, finalizada la temporada de las alpargatas, aquellas jóvenes fuertes y animosas, sin miedo al trabajo duro –"yera una vida fortal, fortal…, pero yeramos chovens y no plorabamos"– volvían a cruzar la montaña, de vuelta a casa.

Grabación de 'La tumba de la golondrina', de la Ronda de Boltaña, con la colaboración de Rozalén
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¡Vuela, niña, vuela y vuela, mi golondrina tenaz!

Así recuerda la Ronda de Boltaña las migraciones del pasado y el presente, con sus penas y peligros, en ‘La tumba de la golondrina’, con la voz de Rozalén. En su videoclip baila Violeta Borruel e ilustra Kim Aubert.

De vacaciones en Portugal, cuando Manuel Domínguez escribió la canción de la Ronda de Boltaña, "quería hablar de la emigración, especialmente infantil, un tema actual y universal, pero con las raíces bien firmes en lo nuestro, en el Pirineo". Explica que, "jugando con el concepto de la ‘emigración golondrina’, se me ocurrió darle una presencia plástica y poética en esa tumba con una golondrina grabada, de la que debía partir la historia, remontando el vuelo después sobre las montañas hasta un siglo atrás, para regresar finalmente al presente: a aquella imagen que todos vimos en las noticias del niño ahogado en la playa". Y, de este modo, "llevarnos a una conclusión evidente: ¿hemos olvidado nuestra historia –¡tan reciente!– de pueblo emigrante?".

Rondaba por su memoria "el hecho recordado desde Bielsa a Benasque –leído en ‘El Pirineo contado’, de Enrique Satué– acerca de unos niños de Plan congelados al regresar de Francia, donde habían servido como pastores". Fue hacia 1910.

Alpargateras, pastores, jornaleros y obreras..., las ‘golondrinas’ –las llamaran o no así– volaron sobre todas nuestras montañas, de punta a punta.

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