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Nerea Marcén, una zaragozana en el primer hanami postpandémico

Se trata de uno de los mejores momentos del año para disfrutar el país, que sigue cerrado al turismo.

Nerea Marcén, en Japón.
Nerea Marcén, en Japón.
Heraldo

Entre los meses de marzo y mayo, Japón celebra el ‘Cherry Blossom’ o estallido de la primavera en el que los distintos tipos de cerezos que se extienden por el país se convierten en claros protagonistas. Con sus típicas flores rosas, estos árboles se han convertido, con el tiempo, en uno de los elementos más simbólicos del país. Un árbol cuya floración marca, como explica la zaragozana Nerea Marcén, el inicio del año para los japoneses. “El cerezo es un símbolo nacional. Aquí todo empieza en abril, el curso escolar, el año fiscal… es como nuestro septiembre en España”, relata.

Conocido como uno de los mejores momentos del año para visitar el país, durante semanas miles de personas se han lanzado a vivir el estallido de la primavera tras dos años en los que esta tradición había estado prohibida debido a la pandemia. Además, durante estos meses en Japón se practica el denominado ‘Hanami’, una tradición que se basa en, sencillamente, observar la belleza de las flores (sakura). “Cogen mantas y cosas para sentarse en el suelo y pasan todo el día al aire libre en parques y jardines”, explica.

“Este ha sido el primer año en el que se ha recuperado tras dos años desde el inicio de la pandemia. No en todos sitios, pero en la mayoría”, explica. Como ella, han sido cientos las personas que, de la mano del ‘Cherry Blossom Forecast’, un calendario de floración anual, organizan sus agendas para visitar las diferentes zonas del país en busca de instantáneas que parecen auténticas postales: “La verdad es que es una tradición sorprendente y preciosa”.

Nerea está disfrutando de su primer hanami.
Nerea y su pareja están disfrutando de su primer hanami.
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Y es que si hay algo que caracteriza a la cultura japonesa es su profunda conexión con la naturaleza: “Cada cambio de estación es una fiesta y lo celebran de manera muy especial. Es, sin duda, una de las cosas más curiosas de esta cultura”.

Nacida en 1991, esta vecina del barrio de La Jota lleva tres años viviendo en Japón. “Llegué, sola, poco antes del estallido de la pandemia, en marzo de 2020”, rememora. Hoy lo recuerda como una experiencia verdaderamente complicada. “Nada más llegar me tuve que encerrar completamente sola pues mi pareja tenía previsto llegar poco después”, añade. Y así estuvo más de seis meses. “Sin conocer a nadie ni poder salir de mi casa”, señala. Hoy, dos años y dos meses después, el país sigue cerrado a cal y canto al turismo.

Marcén estudió Filología Inglesa en la facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. Tras vivir en Polonia, Reino Unido e Irlanda, hoy trabaja como profesora de inglés en Hekinan, al sur de Nagoya, donde vive junto a su pareja, Arthur Ouvrard (29), un parisino ingeniero espacial. “Estábamos en Madrid, cansados de la monotonía y con ganas de un cambio, así que nos preguntamos dónde queríamos vivir”, admite.

Nerea está fascinada por la naturaleza nipona.
Nerea está fascinada por la naturaleza nipona.
Heraldo

Un lugar de contrastes

Pero, sin duda, si hay algo que llama la atención al visitante es el fuerte contraste entre la tecnología y la naturaleza que se da en este país. “Respetan modernidad y tradición a partes iguales, es como la combinación perfecta”, opina la zaragozana. Hoy, considera que ha sido una de las decisiones más acertadas de sus vidas. “Lo que más me ha sorprendido es la seguridad que hay en la calle. Dejan la bicicleta sin atar, los coches abiertos, el móvil o el bolso en la mesa del restaurante y se van al baño… una pasada”, destaca.

Con el tiempo, la zaragozana ha logrado adaptarse a esta cultura, incluso ha adquirido varios kimonos, considerado el traje tradicional pero que la gente suele llevar a diario: “La gente los usa incluso para salir a tomar café”. En cuanto a horarios, comen en torno a las 12.00 y cenan sobre las 18.00. “A las 19.00 ya está casi todo cerrado”, añade.

Por supuesto, también tocó adaptar paladares, eso sí, asegura que no hay nada como la gastronomía aragonesa y española. “Nos encanta la comida de aquí y al principio es algo que llama mucho la atención, pero nada como la tortilla de patata, la paella o el ternasco, sobre todo lo que prepara mi madre”, admite.  

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