Investigación

De investigar sin ordenador a la nanociencia

Los hombres y mujeres que investigan en Aragón construyen hoy el futuro con herramientas como la nanociencia o la inteligencia artificial que no existían hace cuarenta años. Desde universidades, institutos y centros de investigación, la I+D+i ha modernizado sus estructuras y mejorado sus equipamientos, con enfoques que cada vez tienen más presentes las necesidades de la sociedad y los retos globales.

Equipo de investigadores del Laboratorio Subterráneo de Canfranc en 2006.
Equipo de investigadores del Laboratorio Subterráneo de Canfranc en 2006.
Pedro Etura / Heraldo

Cada proyecto de investigación de la Universidad de Zaragoza tenía en el departamento de Contabilidad, allá por 1982, una ficha donde, con todo cuidado, se anotaban a mano ingresos y gastos. "Entonces no había ordenadores y, de vez en cuando, los investigadores venían a consultar; buscabas su ficha y, con calculadora, les sacabas a mano el saldo que les quedaba, se lo apuntaban y se iban". Carmen Baras, actual vicegerente de Investigación, vivió en primera fila "el cambio de mentalidad de pasar a reconocer a los investigadores como algo fundamental".

En 1986, la primera Ley de la Ciencia marcó un antes y un después, porque "cambió la forma de hacer todo", asegura. Solo dos años después, la de Zaragoza fue una de las primeras universidades en crear una sección específica de gestión administrativa de investigación –"en un despachito que no tenía ni teléfono", aunque ya sí los primeros medios informáticos– y, en 1989, algo totalmente pionero: una OTRI. Estas oficinas de apoyo a la transferencia que empezaban a nacer en España tienen padre aragonés: Luis Oro, que entre 1987 y 1994 sería director general de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Ciencia, así como secretario general del Plan Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico. 

Fue un momento de modernización y planificación –el primer plan nacional de investigación es de 1988– y también de internacionalización. Tras la entrada de España en la Comunidad Europea, "se estructura un sistema homologable a Europa y se incrementa la inversión", destaca Oro.

Desde entonces, en programas altamente competitivos, el ecosistema de I+D+i aragonés se ha ido nutriendo de financiación europea. La última en llegar, 2,6 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación, la ayuda de mayor prestigio científico de la Unión Europea, para Irene Pérez Ibarra, investigadora en el Instituto Mixto Agroalimentario de Aragón que analizará las diferentes formas de gestión sostenible de los recursos naturales en el mundo. Los primeros proyectos europeos que se gestionaron desde Unizar fueron del III Programa Marco, uno de bioquímica y dos de física de la materia condensada, en 1992.

Para Luis Oro, hoy profesor emérito del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), "la evolución de la investigación en Aragón a lo largo de estas cuatro décadas ha sido buena, ha habido un desarrollo espectacular y actualmente contamos con investigadores aragoneses en la primera línea del conocimiento en la mayoría de las áreas de investigación, encuentras aragoneses en todas las grandes revistas, en los ‘advisory boards’..., en posiciones muy relevantes".

Algunos de los actores del sistema de I+D+i actual tienen sus orígenes en los años ochenta. En 1984 se transfieren a la Comunidad Autónoma de Aragón las primeras competencias en investigación –que se asumirán al completo en 1996– y se crea el Servicio de Investigación Agroalimentaria. En el recién nacido Instituto Tecnológico de Aragón (1984), instrumento catalizador regional de innovación tecnológica de empresas y profesionales, no había aún nanomateriales ni big data, tampoco ordenadores potentes. Hoy, Itainnova es motor para la transformación digital.

En 1985, el Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón (ICMA) se convirtió en el primer instituto de investigación de la universidad mixto con el CSIC, hoy integrado en el Instituto de Nanociencia y Materiales. El ICMA se sumó a los tres institutos propios del CSIC que ya existían: la Estación Experimental de Aula Dei –referente en investigación agraria y medioambiental–, el Instituto Pirenaico de Ecología –que ha ampliado gradualmente su enfoque hasta abordar temas ambientales de relevancia global– y el Instituto de Carboquímica –que del estudio de los carbones de las cuencas aragonesas ha pasado a volcarse en el desarrollo tecnológico de procesos energéticos y dispositivos para el aprovechamiento sostenible de recursos renovables–. Desde 2011, la parte química del ICMA forma un segundo centro mixto CSIC-Unizar, el Instituto de Síntesis Química y Catálisis Homogénea (ISQCH).

El Titán, ya en acción en 2010, es hoy el corazón del Laboratorio de Microscopías Avanzadas, al servicio de la ciencia a nivel internacional.
El Titán, ya en acción en 2010, es hoy el corazón del Laboratorio de Microscopías Avanzadas, al servicio de la ciencia a nivel internacional.
Esther Casas / Heraldo

"En los 2000, con Manuel López como director general, se produce un gran cambio con la creación de estructuras: grupos e institutos", recuerda Carmen Baras. El reconocimiento de grupos de investigación por parte del Gobierno de Aragón (desde 2001) articula y ordena. "Deja de haber investigadores que van por libre y se unen esfuerzos, se trabaja en común", valora. 

En 2002 se crea el primer instituto universitario propio de investigación: el de ingeniería (I3A), al que sigue el de Biocomputación y Física de Sistemas Complejos (BIFI). Hoy, son ya seis (más tres mixtos). Coetáneo es el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria de Aragón (CITA), que potencia la innovación tecnológica en los campos de la agroalimentación, sistemas forestales y medio ambiente.

Actualmente, Aragón cuenta con cinco Infraestructuras Científico Técnicas Singulares; la primera en incorporarse a ese mapa sería, en 2007, el ampliado Laboratorio Subterráneo de Canfranc, donde el grupo de Física Nuclear y Altas Energías, liderado por Ángel Morales, había empezado a experimentar en busca de esquivas partículas en 1985. Unos años en que, de forma generalizada, "teníamos que subordinar la investigación a los medios de existentes, lo que a veces obligaba a poner a trabajar la imaginación", rememora Luis Oro.

Esta es una de las investigaciones de largo recorrido que aún siguen en marcha en nuestra Comunidad. También es el caso de la duradera colaboración entre Unizar y BSH. La primera generación de cocinas de inducción, un desarrollo absolutamente pionero del equipo de Tomás Pollán, llegó al mercado en 1989, fruto de un ejemplar modelo de transferencia de conocimiento a la empresa. A aquellas primeras patentes de Balay con participación de la universidad les seguirían muchas más.

Veinticinco millones de pesetas costó, en 1983, el equipo de mayor importe financiado en Unizar por una ayuda para infraestructuras: un licuefactor de helio del que figura como responsable Domingo González Álvarez. Fue una buena inversión, pues, en la actualidad, hospitales y laboratorios de todo el mundo reutilizan helio, un recurso escaso, con un innovador sistema patentado nacido del ICMA.

En junio de 1982, un recién licenciado en Medicina llamado Carlos Martín encaminaba su formación decididamente hacia la microbiología –"en tercero de carrera ya había entrado como interno honorario en la cátedra del profesor Gómez Lus", apunta– y, poco después, en 1987, hacia la genética de micobacterias, el campo que daría nombre al grupo que formó en 1992. Desde hace más de 25 años, impulsado por el espectacular avance experimentado por la genómica, su equipo desarrolla una nueva vacuna contra la tuberculosis, MTBVAC. Tras una década de investigación clínica, esta vacuna iniciará en 2022 los estudios de fase 3 en unos 7.000 bebés en Senegal, Madagascar y Sudáfrica.

Es uno de los talentos formados en los ochenta que tuvo la oportunidad de quedarse en Aragón. Este retorno se quebró con las reducciones presupuestarias en torno a 2010, que llevaron a una generación de doctores españoles "a trabajar fuera y no volver, es un drama formar a gente muy valiosa que no somos capaces de incorporar", lamenta Oro.

Cerca de la sociedad

En los laboratorios de hoy en día, los jóvenes talentos predoctorales trabajan con contrato laboral desde el primer año (antes las becas eran sin cotización ni derecho a paro), pero siguen recorriendo una empinada cuesta arriba para conseguir estabilizar sus carreras. En sus manos, se renueva el afán por mejorar el bienestar social y conseguir un desarrollo sostenible.

En los últimos cuarenta años, además de profesionalizarse, se ha ido forjando "una investigación más pegada a la necesidades; ha permeado que la investigación tiene que ser aplicada y estar cerca de la sociedad", constata Oro. Los científicos y científicas miran lo que demanda el entorno, "pero el entorno busca la aplicación inmediata y la investigación tiene sus tiempos y, aunque se ha avanzado mucho, queda camino por recorrer". 

El futuro viene también sin duda marcado por "una de las cosas mas importantes que se ha producido en este tiempo: el encuentro de la química y de la física con las ciencias de la vida", opina Oro, que ve en esta interrelación, en esta eliminación de fronteras entre las distintas áreas de conocimiento, "un cambio notorio, del que las vacunas han sido una demostración".

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