Refugiados de ucrania

El "milagro" de rehacer la vida en un hotel de Zaragoza tras escapar de la guerra

Dos misiles destrozaron el piso de Olena Lavska y Carlos Alberto de Souza en Kramatorsk y ahora están acogidos en el Zentral AVE, que asume su estancia y le ha dado a él un empleo.

Olena Lavska enseña en el móvil una foto del deplorable estado en el que quedó el salón de su casa.
Olena Lavska enseña en el móvil una foto del deplorable estado en el que quedó el salón de su casa.
Oliver Duch

Las vidas de la enfermera ucraniana Olena Lavska y de su pareja, el vigilante de seguridad portugués Carlos Alberto de Souza, cambiaron en tan solo 20 segundos. Justo el intervalo en el que cayeron dos misiles balísticos rusos sobre unos edificios oficiales situados junto a su apartamento en Kramatorsk, que quedó destrozado como consecuencia de la onda expansiva. Los fuertes muros de la vivienda, junto a la providencial protección adicional que les dio tanto su nevera como el sofá, les permitió salvar su vida, que ahora rehacen en Zaragoza gracias "al milagro", como ellos mismos denominan, de que el hotel Zentral AVE les haya dado cobijo y asumido su manutención por tiempo indefinido.

Además, él empezará esta martes a trabajar como técnico de mantenimiento en el establecimiento, cuyo salario podrá ahorrar con el fin de empezar de cero. "Se nos abrió el cielo, porque en Polonia no tiene capacidad de acogernos a tantos. Ahora, Olena está ansiosa por aprender español para encontrar también un trabajo en cuanto sea posible", señala Carlos Alberto.

Ambos enseñan las fotografías y vídeos que tomaron del "horror" que padecieron en su localidad, situada al este del país, fruto de 24 días de bombardeos continuos de la artillería rusa, junto al lanzamiento de misiles sobre los barrios de esta importante ciudad industrial que tenía más de 150.000 habitantes antes de la invasión. "Las tropas no llegaron a entrar, pero dejaron los edificios destrozados", explica en un fluido español.

Los dos reciben a este diario con una simple camisa y una blusa con una fina chaqueta pese al frío que reinaba ayer por la mañana en Zaragoza, nada que ver con el que tuvieron que sufrir durante el asedio en su país con los servicios básicos suspendidos y bajo una lluvia de obuses. "Olena aún se está recuperando del estrés postraumático, que se le agravó al trabajar en el hospital central de la ciudad. Era oír pasos y ponerse a chillar porque pensaba que habían entrado los rusos", recuerda mientras la mira.

Durante los bombardeos, optaron por dormir en el pasillo como muchas otras familias, pero los misiles que afectaron a su casa impactaron cuando ya llevaban un rato activos, en torno a las nueve de la mañana. "A ella le protegió la nevera y aún así la onda expansiva la lanzó dos metros por el pasillo y sufrió cortes en la espalda, en la cabeza y en los brazos. Quedó inconsciente y pensé que había muerto", confiesa.

En su caso, le cogió resguardado con una butaca de espaldas a la cristalera del salón, cuando "lo normal", reconoce, es que estuviera tomando imágenes y haciendo vídeos. "No quedó nada de la terraza y tanto la sala de estar como la habitación de su hijo Vlad quedaron muy dañadas. Él tiene 21 años y se ha tenido que quedar", añade.

Una vez volvió en sí, Olena y Carlos Alberto tuvieron que romper la puerta para poder salir y se trasladaron en taxi a las afueras, donde vive su suegra Olga, de 76 años, mientras filmaban un helicóptero Ka-52 en pleno ataque. "No quería venir, está muy apegada a su tierra y en otoño perdió a su marido por culpa de la covid. Era oficial en un submarino nuclear ruso", enfatiza como paradoja de la guerra en una familia que habla ruso y un "poquito" de ucraniano, aunque tienen muy claro el sentimiento de pertenencia a su país.

En dos horas, tras recoger las mínimas pertenencias, tomaron un tren y en trece horas de viaje cruzaron la frontera polaca, donde María, de la fundación española Tuakogida, les dio un hilo de esperanza al poder evacuarlos a España en avión junto a otros compatriotas. "Llegamos a Madrid y desde allí vinimos en AVE a Zaragoza al hotel. Ella se quedó mucho más tranquila y ahora quiere conocer el mar", insiste.

La escasa ropa que salvaron y sus recuerdos los trajeron en tres maletas, además de en la memoria de sus móviles, una herramienta imprescindible para estar en continuo contacto con la familia que dejaron atrás en Ucrania.

El director del hotel Zentral AVE, Alberto Ascaso, señala que los cuatro establecimientos de la cadena se han ofrecido a acoger a sendas familias a través de la citada fundación y darles trabajo. "Ante la cantidad de refugiados, nos pedían habitaciones a bajo precio y el grupo decidió ofrecer esta solución. La idea es que puedan reunir un dinero que les ayude cuando vuelvan a su país o rehagan su vida en España", añade Ascaso, quien destaca lo que les ha costado hacerle sonreír a Olena desde que llegó el pasado 26 de marzo. "No me puedo poner en su lugar, lo que han sufrido es espeluznante, más si cabe en un continente en el que casi nos habíamos olvidado de lo que es la guerra", apunta antes de despedirse junto a la pareja en el vestíbulo.

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