Heraldo Escolar

Eva Lax, trabajadora social: "El encuentro con la realidad social de cada niño es apasionante"

Son sus últimos días en activo tras 29 años en el Equipo de Orientación nº 3 de Las Delicias. Alerta de que "la educación corre peligro" porque "hemos dejado de acompañar a la escuela en el proceso de educar".

Eva Lax Cacho, trabajadora social, en un aula del CEIP José María Mir.
Eva Lax Cacho, trabajadora social, en un aula del CEIP José María Mir.
Toni Galán

Hay personas tan presentes en nuestras vidas que nos parece imposible que todo pueda continuar sin ellas. Eso sienten los compañeros de Eva Lax (Peñalba, Huesca, 1962) que, tras 29 años trabajando en el Equipo de Orientación número 3 de Zaragoza, se jubila.

¿Dónde estudiaste?

Hasta 4º de EGB estudié en mi pueblo. Terminé EGB en el colegio San Vicente de Paúl de Zaragoza. En BUP pasé al instituto Pignatelli. Cuando cursaba COU algunas plantas del edificio, actual sede del Gobierno de Aragón, se vinieron abajo. Tardaron meses en trasladarnos al nuevo edificio, el antiguo colegio de Maristas, también en la calle San Vicente Paúl. Finalmente volví de nuevo a esa calle, al seminario de San Carlos, para estudiar Trabajo Social.

¿Qué recuerdos guardas de la escuela?

Era muy grande y luminosa. Empezamos a ir mezclados, pero primaba aquello de los chicos con los chicos y las chicas con las chicas. Profesoras para ellas, profesores para ellos. Ninguno destacable, por desgracia. Era la época de las primeras fichas, muchas fichas. Cuando nos castigaban copiábamos 500, 1000 veces frases míticas: ‘Imitaré al niño Jesús’. El recreo era inmenso y fabricábamos nuestros propios toboganes en la rampa de tierra o coloreábamos nuestros chicles con las minas de nuestras pinturas.

¿Por qué decidiste estudiar Trabajo Social?

En realidad, no sabía qué era eso. Mi COU fue complejo incluyendo una salud algo floja en ese momento. Llegué a la selectividad en condiciones nefastas y sin tener claro hacia donde inclinarme. Suspender la selectividad me dejó fuera de onda. Pero allí estaban mi madre y mis tías para no dejarme caer. Se empeñaron en que me presentase a la prueba de acceso a la escuela de Trabajo Social. Mi madre decía que era un oficio de escuchar y apoyar y, según ella, yo era una persona con cualidades para ello.

¿No tenías vocación?

Nunca la tuve. Las circunstancias me llevaron allí y con este oficio me he ganado la vida. Lo he aprendido todo de los que me escucharon y me apoyaron y de lo que de ellos escuché. Esa fue mi verdadera escuela, mis compañeras de carrera y de trabajo. No soy mujer de manuales ni doctrinas.

¿Por qué te dirigiste al ámbito de la educación?

Quizá porque ser profesora fue una de las cosas que barajé antes de ser trabajadora social. Y la educación especial me atraía. Yo trabajaba en el Servicio Social de Base Flumen-Monegros. Era un trabajo interesante, pero muy general. Así que cuando convocaron oposiciones para educación decidí probar suerte en ese campo.

¿Cuándo empezaste a ejercer?

Desde 1983 a 1986 trabajé en el Servicio Social de Base de Monegros. En 1986 aprobé las oposiciones y mi primer destino fue el Equipo de Orientación de Alcañiz. Allí empezó mi aprendizaje en el ámbito educativo. Tuve buenas compañeras para ello. En general, esa suerte me ha acompañado siempre. Luego estuve cuatro años en el Equipo 6 de Zaragoza y desde el curso 1993-1994 trabajo en el Equipo 3, en Las Delicias.

¿Qué aportan los trabajadores sociales a los equipos de orientación?

Una perspectiva de las necesidades educativas más allá de las capacidades de cada niño o de sus conocimientos. Nuestras capacidades lo son en función de nuestras vivencias y somos capaces de desplegarlas si el contexto que nos rodea nos es favorable. Y no habló de cuestiones económicas sino de soporte emocional. Esto puede fallar o darse en todos los estamentos sociales, en contra de lo que a veces se cree. Ese encuentro con la realidad social de cada niño, para mí, es lo más apasionante de mi trabajo, algo siempre necesario si queremos saber qué necesita un alumno.

Veintinueve años en Las Delicias… ¿Cómo ha cambiado durante este tiempo el barrio?

Las Delicias era un barrio de gente procedente de los pueblos o de gente que había nacido y crecido ahí. El paso de los años hizo que siguiera siendo un barrio de migrantes, pero esta vez a nivel internacional.

¿Y la escuela?

Eso cambió la imagen de los centros, lógicamente. Inicialmente solo uno de nuestros centros tenía alumnos de varias nacionalidades. Hoy eso se ha generalizado. Pero no solo ha cambiado la escuela por la migración, sino por el deterioro del estado de bienestar.

¿Y las necesidades de la infancia?

Inicialmente trabajábamos con discapacidades concretas y fácilmente reconocibles. La crisis del 2008 abrió una importante brecha económica. Aparecieron necesidades básicas que no imaginábamos en nuestro mundo. La pandemia nos ha dejado nuevas brechas, digitales, pero sobre todo ha agrandado las emocionales. Ahora los niños tienen necesidades educativas por muy diversas causas, pero en la mayoría de ellas un peso importante es la carga emocional.

¿Para dar respuesta a esas necesidades son necesarias muchas miradas?

Muchas, pero van más allá de los que trabajamos en la escuela. Quino, el creador de Mafalda, dijo que para enseñar basta con saber, pero para educar hay que ser. Esta sociedad ha dejado de ser y la educación corre peligro. Hemos volcado todo en la escuela, pero hemos dejado de acompañarla en el proceso de educar. Fuera de sus muros suenan discursos de adoctrinamiento y segregación, mientras que la infancia está más desprotegida que nunca. Recuerdo una película que vi cuando terminaba mi carrera: ‘El muro’ de Pink Floyd, que hablaba de esto. Quizá en ese momento pensé que el campo educativo podría ser el mío.

¿Qué podría hacer la sociedad para que quienes lo tienen más difícil estuvieran lo mejor posible?

Reconstruir el estado de bienestar partiendo de la premisa de que necesitamos instituciones que respondan a su cometido. Una escuela pública con ratios más bajas, con especialistas en pedagogía terapéutica y en audición y lenguaje. Una red de orientación dotada, de manera equilibrada, de diferentes perfiles profesionales y con ratios más ajustadas. Un servicio de salud con un número suficiente de profesionales de la salud mental que puedan atender debidamente las situaciones emocionales de los alumnos y sus familias. Un servicio de protección a la infancia que ejerza como tal, cuando la situación así lo requiera.

Parece una utopía…

¿Utopía? No creo. Es una inversión para una sociedad más justa y segura. Si queremos incluir, hemos de poner medios. Con palabras grandilocuentes recogidas en las normativas no se consigue eso.

¿Qué es para ti el equipo tres?

Ufff… Mi segunda casa. Aquí he pasado más horas de mi vida que en ningún otro sitio. No siempre fue fácil. El tiempo y la categoría de las personas que lo forman ha hecho posible que el respeto sea la norma de convivencia, la reflexión conjunta una forma de trabajo y la risa una válvula de escape. Soy defensora del trabajo en equipo, creo que con esas tres reglas y con muchos puntos de vista se abre todo un abanico de respuestas a las necesidades de nuestros colegios y nuestros alumnos. Me siento muy a gusto con mis compañeros camaradas, como me gusta llamarlos. Soy su pepito grillo y siempre les digo que confíen más en sus posibilidades y cualidades que en esos manuales y ‘palabrejos’ que se introducen cada día en la escuela para decir lo que siempre ha funcionado.

Estos son tus últimos días en activo…

Sí, ahora me toca a mí decirles adiós. Durante mucho tiempo he despedido a los distintos componentes de este equipo, este año soy yo la que echa el cierre. Hasta aquí. Hasta siempre.

Por: Víctor Juan, Director del Museo Pedagógico de Aragón y profesor de la Facultad de Ciencias Humanas y de la Educación de la Universidad de Zaragoza

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