'La Macarena' en bucle a todo trapo y otros 'guantánamos' musicales

La Policía de Nueva Zelanda ha recurrido al 'hit' de Los del Río para disuadir a los manifestantes antivacunas. La guerra psicológica musical se ha demostrado un arma efectiva en situaciones similares.

Los del Río en una imagen del año 2000, cuando su canción se internacionalizó.
Los del Río en una imagen del año 2000, cuando su canción se internacionalizó.
Heraldo.es

Ver para creer. O mejor, escuchar para aborrecer. Todos hemos odiado en las verbenas de verano la repetición sin tregua de esa canción con un machacón estribillo que parece un gusano cerebral: no hay modo de quitársela de la cabeza. Este es un mal tan común que sirve, incluso, para desatar una guerra psicológica.

El pasado fin de semana las autoridades de Nueva Zelanda decidieron reproducir en bucle la canción 'La Macarena' para tratar de minar el ánimo a cientos de manifestantes que ocupaban los aledaños del Parlamento para protestar contra la obligatoriedad de las vacunas. Para ser justos con Los del Río, ‘La Macarena’ se intercalaba por megafonía a todo volumen con canciones Barry Manilow, el cansino ‘Baby Shark’ y mensajes educativos sobre la covid. Cuentan que los manifestantes contestaron a esta “barrera de sonido” con bocinas de camiones para tratar de eludir la cancioncita de marras y, de paso, seguir ignorando que la muchacha tiene un novio de apellido Vitorino.

"Poner música repetitiva es un método aversivo y agresivo que ayuda a minar la resistencia"

“Esta acción corresponde a un experimento psicológico totalmente controlado y se lleva a cabo como una terapia de aversión”, explica la psicóloga Gabriela Lardiés, al tiempo que comenta que “está basado en los condicionamientos de Paulov, conocido por sus experimentos de laboratorio que demuestran que se puede transferir una respuesta automática a un estímulo nuevo y anteriormente neutral”. “No es algo nuevo que un sonido se use para anestesiar a las personas: en sectas, por ejemplo, se utilizan campanas o cantos que de forma continua debilitan o incluso anulan la voluntad”, comenta esta profesional del Colegio de Psicología de Aragón, a quien la táctica de la policía neozelandesa le recuerda también al “experimento de contracondicionamiento que se pudo ver en la película ‘La naranja mecánica’, de Kubrick, quien de forma magistral induce a un estímulo positivo como es la música de Beethoven y lo asocia a estímulos aversivos”.

Es posible que ‘La Macarena’ no sea la canción más detestable de la historia, pero puesta en bucle cada 15 minutos sí puede crispar los nervios y llegar a pedir clemencia. “Yo creo que la forma de percibir la música varía en una situación u otra: no depende tanto de la fórmula en la que esté construida, sino cómo se percibe en función del contexto”, explica Alberto Moreno, profesor de música avanzada y conocido también por sus sesiones como Sweet Drinkz. “A veces hay canciones que, por nervios o estrés, no nos dejan dormir y puedes acabar odiándolas. También sucede con las que se asocian a las alarmas: yo me ponía como despertador canciones que me encantaban y, lejos de ayudarme a empezar el día con energía, les he cogido una manía tremenda”, cuenta Moreno.

Al exdictador panameño Noriega se le sacó de
la embajada vaticana a fuerza de heavy metal

No es la primera vez que salta a los medios experimentos semejantes y mucho se habló de la ‘tortura sonora’ en las noches de Guantánamo, cuando a los presos trataban de agotarles psicológicamente con canciones tralleras de AC/DC o Rage Against The Machine. La polémica en Estados Unidos fue tal, que en un concierto los líderes de la banda subieron al escenario vestidos con el traje naranja y la capucha que usaban los presos para ‘solidarizarse’ con ellos. La historia quedó plasmada en una novela gráfica, ‘Guantanamo Kid', en la que se relata cómo los guardias del presidio hacían de todo para impedir el descanso de los presos.

Otro episodio semejante y conocido fue el de la persecución al dictador panameño Manuel Noriega, que en diciembre de 1989 se refugió en la embajada del Vaticano en la capital de Panamá y fue sometido a lo que llamaron un “asalto musical”: durante horas y horas no dejaron de tronar por los altavoces canciones de heavy metal. Los militares estadounidenses, al no poder asaltar el nuncio apostólico, iniciaron una guerra psicológica que acabó facilitando que el dictador, hostigado y aturdido de tanto Jimi Hendrix, los Stones y Guns N’Roses, se entregara. George W. Bush y Colin Powell pidieron posteriormente disculpas por generar estrés al personal de la embajada con una táctica que, reconocieron, fue “irritante y mezquina".

La megafonía de La Puebla de Valverde, con la cinta de Manolo Escobar.
La megafonía de La Puebla de Valverde, con la cinta de Manolo Escobar.
Antonio Garcia/Bykofoto

Y en Aragón, ¿se ha utilizado alguna vez una estrategia semejante para disuadir, convencer o disolver manifestaciones? Fuentes de la Delegación del Gobierno aseguran que no, que no se ha llegado a tal punto, aunque sí reconocen que las Fuerzas de Seguridad tienen otras tácticas para controlar escenarios tumultuosos. Citan, por ejemplo, la unidad militar de cría caballar porque se ha demostrado que el uso de caballos en manifestaciones es muy efectivo para evitar que estas se descontrolen. Son animales enormes, que pueden resultar disuasorios para los alborotadores y, de hecho, hay ciudades (aunque no Zaragoza) que tienen expresamente una unidad caballar que la sacan a pasear cuando hay riesgo de que se produzcan tumultos.

Una acción musical llamativa con impronta aragonesa que sí ha trascendido fronteras es el llamado ‘método Manolo Escobar’ para prevenir robos al descuido en pequeñas localidades. Consiste en hacer sonar por la megafonía del municipio la archiconocida canción ‘Mi carro me lo robaron’ para alertar de la presencia de sospechosos. Esta medida se puso en marcha de forma pionera en La Puebla de Valverde en 2010 y desde entonces ya se ha implantado con éxito en otras poblaciones como Cella, Gurrea de Gállego o Caminreal.

“Al igual que un compositor no puede valerse del mismo truco para hacer un disco entero, porque si todas las canciones tienen un mismo patrón, el efecto es la extenuación, la repetición continua de un mismo tema, sin cambios en el ritmo o en la letra, también causa agotamiento”, explica Dolores Campo, una joven zaragozana, que ha completado un curso de ‘songwritting’ (composición de canciones) de la Universidad de Berkeley. “En estas clases te enseñan a diseccionar cada canción y a aplicar herramientas para componer temas pegadizos y que se queden en el oyente, aunque también advierten de que los excesos pueden resultar desagradables”, explica, en referencia a lo que los expertos conocen como “gusano auditivo”.

“Hay que contar también con una base biológica porque en la corteza auditiva del cerebro, ubicada en el lóbulo temporal, encontramos una zona de bucle fonológico que está asociada a la memoria temporal”, explica la psicóloga Gabriela Lardiés. “Esas melodías duran poco tiempo pero en el caso de lo sucedido en Nueva Zelanda, al estar tan premeditado y tan medido, el efecto es desestabilizar y lograr un impacto negativo en el cerebro que rechace el estímulo”. ¿Puede la música, por tanto, llevar a abandonar la manifestación? “Es un método aversivo y agresivo que ayuda a minar la resistencia”, explican los profesionales, dando a entender que todo dependerá de la fortaleza y las convicciones del manifestante.

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