Obituario del empresario aragonés Antonio Rey Fillat | In memoriam

Antonio Rey Fillat, de joven
Antonio Rey Fillat, de joven
Familia Rey Fillat

Para valorar un reinado es necesaria la perspectiva temporal, eso dicen los historiadores. No puede entenderse el legado de un monarca sin trascender la suma de sus actuaciones, el paso de los años da una visión más rica. Las personas somos complejas, nuestras circunstancias vitales dan significado a lo que hacemos, incluso a lo que somos. A falta del relato completo nos condenamos al trazo grueso, "fue buena persona". Nuestro rey, Antonio, lo fue. Pero deja mucho más en quienes le hemos querido.

En lo superficial, por ejemplo, hay que entender una cualidad muy suya, tan aragonesa: era ‘mirado’. Eso lo precipitaba a una elegancia profunda, genuina. Podía disfrutar de un rancho entre pastores, pero invitado a tomar el té en Buckingham hubiera salvado la papeleta sin decir ni hacer nada que no debiera, en la discreción estaba su virtud.

Abrir el ángulo también da sentido a su perseverancia. Más allá de su inteligencia viva, lo que lo hacía único era su ingente capacidad de sacrificio y resistencia a la frustración. Ninguno de sus logros profesionales nació de la genialidad; solo trabajo, prueba y error, levantarse del suelo sin reparar en magulladuras. Así construyó su vida. Cada amanecer, camino al trabajo, saludaba a la escultura ‘Mujer Dormida’ en plaza de Paraíso: "Qué envidia, yo también preferiría seguir en la cama". Su perseverancia no era un don, se esforzó todos los días trabajando hasta vaciarse. Ese es el valor de su carrera, por encima de los éxitos empresariales.

Era muy exigente, en casa y en el trabajo. Cuando quería a alguien -solo entonces y fruto de ese afecto- trataba de ayudarle a ser mejor persona o un profesional más competente. Siempre más y mejor, en ocasiones verdades incómodas. Quienes se hayan sentido sido exigidos o espoleados por él son personas a las que de verdad apreciaba.

En su corazón, en apariencia adusto, una Fe recia pautaba su vida, cimentando en él un profundo sentido de responsabilidad social. Siempre de la mano de mi madre, desarrolló una discreta y continua labor de ayuda para muchos, tantos como encontró en el camino.

Mi padre me dijo en una ocasión que las empresas "no son personas, no tienen sentimientos. Una compañía en sí carece de valor, la grandeza está en las emociones con la que se ha construido". Su legado trasciende lo profesional, y son todas esas emociones: las que nadie cuestiona y aquellas otras, más difíciles, que abren puertas para crecer.

Hábil negociando, se lleva más de lo que deja. Enamorarse de una adolescente que bajó del tren la Nochebuena de 1956. Convertir el enamoramiento en algo más importante, preservándolo 65 años. Desanudarse la corbata porque su hija se dormía agarrándola cuando él la visitaba en su cama a la vuelta del trabajo. En los últimos meses, limitadas sus capacidades de habla y movilidad como las de su hijo, abrazarlo con los ojos cuando cruzaban sus miradas. Nada vale tanto, y se lo lleva todo. ¡Bien por él!

Pudo despedirse de su gran amor y de sus hijos, preparado para encontrarse con Dios. No sé me ocurre mejor final, ni principio, para un gran rey.

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