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Agresiones de jóvenes: cuando la violencia se ampara en el grupo

La brutal paliza a un joven en Amorebieta y el crimen de un sanitario gallego han conmocionado a la sociedad española. En Aragón, las denuncias por delito de odio son escasas y apenas hay por lesiones graves en Zaragoza.

Flores en el lugar donde fue asesinado Samuel Luiz en un linchamiento colectivo, el martes en La Coruña.
Flores en el lugar donde fue asesinado Samuel L. en un linchamiento colectivo, el martes en La Coruña.
Cabalar/Efe

Un chaval de 23 años permanece en coma ingresado en el Hospital de Cruces, en Vizcaya, tras la brutal paliza propinada por un grupo de jóvenes durante una pelea multitudinaria en la localidad de Amorebieta. Ya son 14 los detenidos -siete de ellos menores- y, según ha determinado la investigación, los implicados pertenecen a una banda violenta ('Los Hermanos Koala'). El suceso ocurrió a finales de julio y se suma al caso de Samuel, un sanitario gallego de 24 años, que hace un mes fue asesinado en un linchamiento colectivo en La Coruña por el que hay varios arrestados (no se ha confirmado que su condición de gay fuera el móvil de la atroz agresión). Además, la Policía investiga otra presunta agresión grupal a dos chavales el pasado fin de semana en Gijón.

La brutalidad de las agresiones y la coincidencia en el tiempo han alarmado a la sociedad española si bien las fuerzas de seguridad a nivel nacional no han constatado un repunte de la violencia juvenil y se refieren a una mayor repercusión mediática tras ser grabadas y difundidas a través de las redes sociales.

En Aragón, fuentes de la Policía Nacional señalan que las denuncias por delitos de odio en la Comunidad son "escasas" y similares a las registradas en 2019. En concreto, en lo que llevamos de año se han tramitado dos: una contra un padre por pegar a su hijo por su orientación sexual y otra por la agresión que sufrió una pareja por el hecho de ser latinos. Asimismo, desde el Cuerpo policial resaltan que apenas hay denuncias por delitos de lesiones graves. "En Zaragoza cuando hay lesiones es por riñas tumultuarias de dos grupos que se pegan entre ellos, sobre todo bandas latinas. Aquí no hay casos de coger a un chaval y darle una paliza. Zaragoza es una ciudad segura y no se caracteriza por que haya muchas lesiones por peleas", afirman.

Por su parte, el sociólogo y profesor de la Universidad de Zaragoza Juan David Gómez-Quintero asegura que no se dispone de datos que permitan afirmar "con contundencia" que ha habido un incremento de casos de violencia juvenil en los últimos meses y  advierte de la importancia de diferenciar las motivaciones que incitan a una agresión (el delito de odio nada tiene que ver con un enfrentamiento entre bandas) y descarta una relación causa-efecto entre la crisis sanitaria del coronavirus y los sucesos de Amorebieta y La Coruña.

"Hablaría del fuerte papel que cumplen los grupos, sobre todo en el caso de la adolescencia y juventud. Tienen una enorme capacidad de influencia sobre el individuo. Hay un fuerte sentido de pertenencia que se retroalimenta de esas dinámicas de orgullo y vergüenza y también de defensa y enaltecimiento de los valores del propio grupo. Y fuera del periodo escolar, la pandilla adquiere un protagonismo especial en los periodos estivales", señala.

Al mismo tiempo, este sociólogo indica que la grabación y difusión de las agresiones a través de las redes sociales reafirmarían la hipótesis de la exaltación de los valores e identidad grupal. "Cuando se graba y se emite se quiere casi exhibir las fortalezas y virtudes que el grupo señala como propias. Las utilizan como propaganda de la propia identidad grupal", ahonda.

También la psicóloga zaragozana Alejandra García -especializada en niños y adolescentes- se refiere a que los jóvenes tienen un sentido "muy fuerte" de pertenencia de grupo y se escudan en él para actuar. "Ninguno de los casos que ha habido es de un individuo aislado. Cuando los chavales entran en la adolescencia la idea de amistad fuerte existe y los padres pasan a otro nivel. Lo que pasa es que en estos casos aún más, el sentimiento de grupo es todavía muchísimo más fuerte y se acentúa la violencia hasta estos límites. Además, con la pandemia el ocio nocturno está en la calle y no tienen tanto control", explica.

Para esta psicóloga, no hay un perfil concreto de joven agresor y pueden coincidir varias casuísticas como que haya tenido carencias afectivas, que a lo largo de la infancia tuviera falta de límites ("lo que les lleva después a un descontrol muy alto"), que tengan baja tolerancia a la frustración o que hayan visto violencia en casa. "O que algunos chavales hayan podido sufrir abuso emocional, físico o sexual. Al final, se traduce en esto", añade.

"Falta de autoridad y valores"

Mientras, la psicopedagoga aragonesa Olga Lázaro pone el acento en que la educación que reciben los hijos es en muchas ocasiones "con falta de autoridad y de valores", sobre todo en edades muy tempranas. "Las consecuencias actuales de la agresividad y la forma de relacionarse de nuestros hijos en momentos de ocio tiene ver con esa educación primaria inicial que han recibido desde las casas. Muchas veces desde pequeños se convierten en pequeños retadores y tiranos, con dificultades para aceptar las normas. Eso a lo largo de los años y siguiendo con ese modelo de educación genera este tipo de situaciones en la que los niños no saben autorregularse y no tienen respeto hacia sí mismos ni hacia los demás", señala Lázaro, que también dice que la pandemia ha pasado "factura" tanto a niños como a padres. 

Asimismo, esta profesional alude a la relación de los hijos con las redes sociales y los juegos virtuales, estando expuestos a juegos con mucha agresividad que normalizan. "Los casos de violencia entre jóvenes es una mezcla de todas las circunstancias que hemos vivido, de la educación recibida y el ocio que tienen nuestros hijos. Muchas de las escenas que ven durante años las van normalizando como una forma de resolver los conflictos desde la agresividad y la violencia", informa.

Lázaro avisa de que cuando un niño no acepta bien las normas tiene baja tolerancia a la frustración y cierta impulsividad a la hora de relacionarse. De ahí que llame a intervenir desde ese momento porque en esas edades, comenta, tiene fácil solución. "Cuando son más mayores tenemos que pedir ayuda si lo consideramos necesario. Y volver otra vez a tener una reflexión sobre nuestros valores y la forma en que queremos que nuestra familia se eduque, que es desde la empatía y la resolución de conflictos de forma positiva", aconseja esta psicopedagoga, que avisa de no mirar para otro lado cuando un hijo tiene conductas no adecuadas. "Da igual que tenga un año, cinco o 15. Debemos medir y restringir mucho el tiempo que dedican a las pantallas y la redes sociales. Estar pendientes de todo ese mundo que nosotros aparentemente no contolamos, pero que existe y  tenemos que supervisar", recomienda.

Por su parte, la psicóloga Alejandra García habla de "modelar" desde casa. "Enseñarles que puedan gestionar sus emociones, la tolerancia, la frustración, el respeto y el 'no' a la violencia. Y si vemos que se nos está yendo de las manos, consultar a un profesional".

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