Las otras fotos del fin del estado de alarma: cuatro historias de reencuentros en Aragón

El domingo se levantaron los cierres en la frontera de la Comunidad, por lo que miles de aragoneses 'en el exilio' pudieron volver a estar con los suyos.  

Cuatro historias de reencuentros tras la apertura de las fronteras en Aragón.
Cuatro historias de reencuentros tras la apertura de las fronteras en Aragón.
Heraldo

El fin del estado de alarma dejó lamentables imágenes de jóvenes (y no tan jóvenes) concentrados en las calles, en ocasiones sin mascarilla, celebrando la primera noche sin toque de queda. Sin embargo, también dejó instantáneas -en este caso más privadas- de reencuentros. De familias y amigos que -con más o menos medidas de distancia y seguridad- pudieron juntarse varios meses después gracias al levantamiento de los cierres perimetrales de las comunidades autónomas.

El pasado domingo por fin cayeron las barreras que cerraban las fronteras de Aragón y que impedían pasar a las comunidades limítrofes. Solo en las provincias que colindan con Aragón viven 63.710 personas que nacieron en nuestra Comunidad. Quien más, quien menos conserva familia o amigos en su lugar de origen, de los que han estado forzosamente alejados por la pandemia y las restricciones. Salvo circunstancias concretas de trabajo o problemas de salud, llevaban sin poder acercarse a verlos al menos cinco meses, en el mejor de los casos.

Aunque las precauciones a las que aún exige la pandemia hicieron que en algunas casos no fuera el reencuentro soñado, muchos pudieron quitarse el gusanillo el domingo con una excursión rápida en la que ver a los nietos, saludar a los hermanos o simplemente compartir un rato de conversación con los amigos. Los abrazos no están recomendados, pero en muchos casos fueron inevitables.

Una visita para conocer a la pequeña Lucía

Mari Carmen Millán y Ricardo Sanz (sentados), con las pequeñas Lucía e Irene y los padres de Ricardo, Ana Vidal y Ricardo Sanz.
Mari Carmen Millán y Ricardo Sanz (sentados), con las pequeñas Lucía e Irene y los padres de Ricardo, Ana Vidal y Ricardo Sanz.
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Mari Carmen Millán y Ricardo Sanz son de Alcorisa y viven en Almazora, muy cerca de Castellón. Ella fue con a vivir allí con sus padres a los 10 años por motivos laborales. Seguían volviendo a Alcorisa siempre que podían, y allí unos años después ‘enganchó’ a Ricardo y 'se lo llevó' a esta localidad castellonense. 

Hace tres meses tuvieron a su segunda hija, Irene. Con las fronteras cerradas, los abuelos paternos de la pequeña no habían podido conocerla aún. También se habían perdido los progresos de Lucía, su hermana mayor, que ahora tiene tres años y medio. “Los abuelos estaban como locos por poder venir, así que el domingo a mediodía ya estaban por aquí. Mi suegra se emocionó mucho cuando pudo coger por primera vez a su nieta”, cuenta Mari Carmen, quien añade que la pequeña Lucía también tenía muchas ganas de ver a sus abuelos, pese a tantos meses sin haber tenido contacto con ellos.

Esta pareja de aragoneses en el exterior fueron a Alcorisa por última vez en septiembre, justo la semana que nació su sobrino. Desde entonces no han podido cruzar la frontera. “Echamos mucho de menos todo. Por supuesto ver a las familias de los dos, pero también poder juntarnos con los amigos simplemente a vernos un rato”, señala. Dentro de diez días, que es fiesta local en Almazora, aprovecharán para ir un fin de semana largo a Alcorisa, localidad de la que les separan casi dos horas y media de coche. “Solíamos ir al menos una vez al mes, así que todo este tiempo se ha hecho duro”, apunta. 

Una foto en el cartel y un paseo por el monte

Ricardo Soriano y su mujer, en la frontera de Aragón con la Comunidad Valenciana.
Ricardo Soriano y Lola Gil, en la frontera de Aragón con la Comunidad Valenciana.
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Ricardo Soriano vive en Valencia, pero tiene una doble vinculación con la provincia de Teruel, ya que él nació en Guadalaviar y Lola Gil, su actual esposa -a la que conoció en el centro aragonés de Valencia-, es de Torrijas. Él dejó la Sierra de Albarracín a los 10 años cuando sus padres, “como tantos otros”, tuvo que salir a la ciudad del Turia a trabajar.

“Nunca he dejado de tener conexión con mi pueblo. Todos los veranos, las Navidades, la Semana Santa… La relación ha sido siempre continua y constante”, cuenta. La pandemia la ha cortado, ya que la frontera entre Aragón y la Comunidad Valenciana ha estado cerrada desde después del puente del Pilar hasta el pasado domingo. “Echas de menos no subir a la montaña, ver a tu gente, darle un abrazo a un amigo o a un familiar… estas cosas”, señala.

A Guadalaviar irán este próximo fin de semana -hay más de dos horas y media de viaje-, pero este pasado domingo ya aprovecharon para ir a Torrijas -hora y media-, el pueblo de su mujer. De camino, pararon a hacerse una foto en el cartel de entrada en Aragón “para recordar el momento”. Y ya allí, en el pueblo, aprovecharon para hacer “todo lo que dio tiempo en unas pocas horas”, como visitar a familiares, estar con su suegro, comer, dar una vuelta por el monte… “Aunque solo sea para asomarte por la ventana y ver el monte, merece la pena”, señala.

La visita exprés de Jesús, el "catalán de Binaced"

Jesús Monter, con chaqueta azul, en el reencuentro con su hermano y familiares en Binaced este domingo.
Jesús Monter, con chaqueta azul, en el reencuentro con su hermano y familiares en Binaced este domingo.
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Jesús Monter es un “catalán de Binaced”, como él mismo se define. Nació en esta localidad del Cinca Medio, pero a los 14 años se marchó a Lérida, donde vivía una tía, para trabajar. Se casó con una catalana y ha tenido dos hijos, pero su pueblo le tira. Es presidente de la casa de Aragón de la ciudad, y siempre que puede se escapa a ver a la familia, especialmente a su hermano José Antonio. Más bien, se escapaba. “Estamos a 50 kilómetros, así que a veces me iba solo para almorzar y estar un rato”, cuenta.

Ha estado toda la pandemia (más de un año ya) sin poder acercarse, y lo ha llevado “muy mal”. “Mi hermano solo tiene el móvil para llamar, así que ni siquiera nos hemos podido ver por videollamada”, cuenta. Así que en cuanto ha podido, se ha acercado a Binaced. Si las fronteras se abrieron la medianoche del sábado, el domingo a las 8.00 ya estaba allí. “No pudimos evitar darnos un abrazo. Mi cuñada hizo sangre y tripa de cordero con cebolla, así que tuvimos un buen almuerzo, vimos al resto de la familia… Estuvimos tres generaciones en la terraza, hablando de quién nos iba a decir que nos iba a pasar esto y recordando cosas de otros tiempos”, relata.

Fue una visita exprés, tenía que volver a Lérida para la hora de comer, ya que allí esperaban sus hijos para comer. “Se echaba mucho de menos una visita de estas. Yo siempre digo que los aragoneses de fuera de vivimos más Aragón que los de dentro”, explica.

Una paella en Mosqueruela... con permiso de la lluvia

Teresa Solsona saluda a su padre tras más de ocho meses sin verlo.
Teresa Solsona abraza a su padre tras más de ocho meses sin verlo.
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Teresa Solsona vive en Castellón, pero nació en Mosqueruela. Aunque lleva más tiempo viviendo en Comunidad Valenciana que en Aragón, sigue presumiendo de su origen: “En todos sitios digo que soy de Mosqueruela”, cuenta. Allí tiene a sus padres y a varios de sus seis hermanos; otros se reparten entre Jaca, Zaragoza, Teruel y Villafranca del Cid.

Según explica, en el puente del Pilar del año pasado hicieron una ruta de visitas por Jaca y Zaragoza, pero después les cerraron “y no han vuelto a abrir”. Hasta el pasado domingo. “Había muchas ganas, porque estamos a solo 100 kilómetros y la Navidad fue muy triste. Somos mucho de juntarnos, en este tiempo han pasado cosas… y no poder vernos era duro”, relata.

El domingo se pudieron resarcir con una buena paella en el campo. Tras los saludos a la llegada -“mi padre se emocionó”, cuenta Teresa-, fueron al paraje de Las Truchas, al aire libre y agrupados en mesas de seis personas. “Vas con miedo, pero mis padres están vacunados y eso te deja más tranquilo. La reacción primera fue darles un abrazo, porque lo necesitábamos tanto ellos como nosotros”, confiesa. Aunque habla “a menudo” con ellos y con sus hermanos, el poder verse es otra cosa. Sus hijos, Estela (16 años) y Jorge (13), también tenían “muchas ganas de ver a sus primos”, así que -pese a la amenaza constante de la lluvia- resultó “un día precioso”.

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