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En la tirolina de Fiscal: un vuelo sobre el Pirineo vertiginoso y relajante a la vez

Un cable de 22 milímetros de grosor con forma de comba permite alcanzar los 160 kilómetros por hora y, al mismo tiempo, disfrutar de las vistas de un entorno privilegiado.

“Relájate y a disfrutar”. El consejo que Chema lanza parece imposible de seguir desde ahí arriba. Resulta impensable que uno se pueda relajar volando casi literalmente sobre el Pirineo a 160 kilómetros por hora solo sujetado por un arnés enganchado a un cable. Pero es posible y, además, muy deseable para disfrutar de la experiencia. La tirolina Ordesa Pirineo, en Fiscal, se estrenó la semana pasada y en sus primeros días ha levantado una gran expectación.

A las afueras de la localidad, en las puertas de Ordesa, está el punto en el que la empresa ha colocado su base, con un pequeño edificio con terraza y bar. Se trata de la zona de llegada, el lugar en el que termina uno de los vuelos en tirolina más largos del mundo: son dos kilómetros de cable con una pendiente media del 20% (llega a ser del 43%), que tiene casi 500 metros de desnivel entre la salida y la llegada y que permite un viaje de unos 80 segundos de duración.

Sin embargo, la experiencia empieza mucho antes. En la base de la tirolina, Chema Galve y Jorge Jiménez reciben esta semana a los ‘valientes’ que se animan a estrenarla. “La gente piensa que va a ser algo peligroso, pero es una experiencia ‘disfrutona’ y placentera”, dicen, tal vez para lograr en el cliente esa tranquilidad que se busca. Aquí ya colocan los arneses de seguridad, una especie de delantales que cubren la parte de adelante del cuerpo, con dos enganches en la espalda que se anclan al carro que recorrerá el cable. “Lo raro es que solo te digan ‘ha estado bien’”, explican los empleados sobre las 200 personas que lo han probado. El precio es de entre 33 y 38 euros, y ya hay decenas de reservas para los próximos días, pese al cierre perimetral de Aragón.

Un cable de 22 milímetros de grosor con forma de comba permite alcanzar los 160 kilómetros por hora y, al mismo tiempo, disfrutar de las vistas de un entorno privilegiado.

La tirolina se baja tumbado, a modo de hombre (o mujer)-pájaro. “Es una sensación de vuelo auténtica”, anticipa Jorge Rabal, el empresario que acaba de hacer realidad este proyecto en el que lleva trabajando más de una década. Enciende el motor del Range Rover y enfila la senda hacia el punto de salida, un camino que se ha abierto a través del bosque específicamente para esto. “Ha costado casi lo mismo que la propia tirolina”, dice Jorge, que ha invertido más de 800.000 euros en total.

La tirolina de Fiscal ha levantado una gran expectación gracias a su longitud y la velocidad que se alcanza.
Jorge Rabal, en la subida por la senda que lleva hasta el punto de salida.
Vitrián

El camino, con sus rampas imposibles, es parte de la experiencia. Y más cuando se llega al destino, un mirador a 1.200 metros con vistas a todo el curso del Ara y a todos los picos nevados de Ordesa. La vista se pierde en las montañas, porque si sigue el camino del cable, entran los nervios. “¿Seguro que nos tiramos por aquí?”, pregunta retóricamente María Pilar, vecina de la zona que hoy se ha animado a probar.

El cable que soporta las bajadas se ha fabricado en Suiza. Tiene 22 milímetros de grosor y es de acero trenzado, aunque la parte exterior es lisa para coger más velocidad y sufrir menos desgaste. “Soporta 17 toneladas de tensión”, explica Jorge. El resto de la infraestructura la ha instalado una empresa de Estrasburgo que ha colocado tirolinas por todo el mundo. Esta es la más larga de España y una de las más grandes del planeta, tras las que hay en Emiratos Árabes, Gales, Sudáfrica e Italia.

La tirolina de Fiscal ha levantado una gran expectación gracias a su longitud y la velocidad que se alcanza.
Detalle del cable de la tirolina.
Vitrián

El momento de la salida es el de mayor tensión. “A alguno ha habido que convencerle”, cuenta Chema Galve. Con el arnés ya sujeto al patín amarillo que recorrerá el cable, el cliente se suelta y queda suspendido en posición horizontal a un metro de la plataforma. Los pies se acomodan en un estribo para que el cuerpo permanezca bien estirado y la mirada se fija en la inmensidad del valle que conforma el río Ara. “¿Listo?”, pregunta Chema.

Un puñado de segundos después de soltar el amarre, 800 metros más allá del punto de salida, se rozan los 160 kilómetros por hora. De hecho, al cliente se le se coloca una vela en función del peso para frenar algo la trayectoria. Sin ella, se podría alcanzar el récord Guinness de velocidad en una tirolina (172 kilómetros por hora), en poder de una infraestructura italiana. La Tirolina Ordesa Pirineo espera entrar en el libro este año gracias a un especialista que usará otro tipo de frenado, con una especie de paracaídas.

La tirolina no es una línea recta, sino que tiene una primera caída más pronunciada y luego hace una comba que suaviza el trazado y rebaja la inercia. Tras la arrancada inicial, el viaje da para disfrutar, como prometían hace un rato. Da para ver el río, las montañas, los pueblos, el bosque… Todo en una soledad total a decenas de metros del suelo.

Conforme se acerca la llegada, los árboles se ven más cerca y la velocidad se reduce hasta los 65 kilómetros por hora. La frenada es muy progresiva. El patín choca con un tope, pero un sistema de poleas con cadenas de 300 kilos permite desmultiplicar el peso y minimizar el impacto. De 160 a 0 en menos de un minuto. “¿Qué tal ha ido? ¿Ves como da tiempo a disfrutar?”, pregunta Jorge Jiménez al quitar el arnés.

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