gente de la tierra

Bocados de ilusión y trabajo para frenar el avance de la España vacía

Bernardo Funes y su esposa llevan casi un lustro poniendo en valor los frutos de su cosecha en la empresa Productos Ecológicos del Matarraña.

Bernardo Funes y su esposa María Teresa Jove.
Bernardo Funes y su esposa María Teresa Jove.
P.E.M.

Según asegura un conocido proverbio, «la mejor edad es aquella que arranca cuando dejas de cumplir años y empiezas a cumplir sueños». Y esa filosofía es la que sigue a rajatabla Bernardo Funes quien, con seis décadas de vida a sus espaldas, decidió, junto con su esposa María Teresa Jove, poner en marcha la empresa Productos Ecológicos del Matarraña (www. proecmat.com).

En este negocio, que tiene su sede en la localidad turolense de Valdeltormo, en la comarca del Matarraña, el matrimonio vende productos que ellos mismos elaboran con los frutos procedentes de sus olivos centenarios, de la variedad empeltre; sus frutales; o sus viñas, ubicadas en la zona conocida como el Mas de Labrador y de las que obtienen uvas de las variedades malvasía, cabernet y garnacha.

Bernardo Funes proviene de una familia de larga tradición agrícola y desde pequeño trabajó en su localidad natal, La Codoñera. Su sueño era continuar con la labor que iniciaron sus abuelos y luego continuaron sus padres. Pero el actual responsable de frutos secos del sindicato COAG decidió ir un paso más allá y hace quince años comenzó a apostar por la agricultura ecológica en un tiempo en el que este concepto parecía más filosófico que real.

«Los arranques no fueron fáciles porque había un gran desconocimiento del tema. Pero yo siempre creí que nuestra comarca tenía un gran potencial en este campo y comenzamos a cultivar ecológico», recuerda.

Productos artesanos

Unos años después, en 2015, la pareja pensó que había llegado el momento de dar un paso más, y hacer que sus productos llegarán del campo a la mesa de los consumidores, directamente, sin intermediarios. Fruto de esta idea nació Productos Ecológicos del Matarraña.

«Es un sueño hecho realidad porque nuestra idea siempre ha sido vender lo que producimos. Los primeros pasos no fueron fáciles, porque en el caso de los productos agroalimentarios que hay que hacer frente a muchas cuestiones burocráticas que, en ocasiones, ralentizan el trabajo. Al final, la recompensa, que es la satisfacción del cliente al probar nuestros productos, merece la pena», indica.

Mercados estivales

Durante el año, a la tienda llega gente de muchos rincones de España y en verano la pareja recorre los diferentes mercados y ferias de alimentación que se realizan a lo largo y ancho de todo el territorio aragonés. «En época estival, las ventas bajan en la tienda física y hay que buscarse la vida de otra manera. Hay que moverse mucho y estas ferias son un buen escaparate, ya que la gente que acude a comprar aquí valora todo el esfuerzo que hay detrás de un producto artesano y no le importa pagar un poco más porque saben que lo que van a comer es muy diferente de los productos industriales, que parecen similares, pero que nada tienen que ver en cuanto a sabor se refiere», señala Funes.

Todos sus productos, desde las mermeladas al paté, pasando por el aceite o el vino, que ellos se encargan de envasar aunque la elaboración se hace en molinos y bodegas profesionales, procede de los frutos que obtiene en sus campos. «Es una producción muy limitada, totalmente respetuosa con el medio ambiente y de una gran calidad. Productos de un sabor exquisito que nos recuerdan a los sabores de antaño», afirma este emprendedor.

La pareja es consciente de que sacar adelante un negocio de estas características, unido a las tareas propias del campo, no es nada sencillo, pero siguen adelante con la ilusión de poner su granito de arena para hacer frente al temido problema de la despoblación.

«Para lograr frenar el concepto de España despoblada haría falta que la administración no nos pusiera tantos problemas. Las iniciativas de emprendimiento en el medio rural tienen que ir acompañadas de facilidades, porque en estos negocios tenemos que hacer de todo y lo tenemos que hacer nosotros solos, sin más ayuda. Para llegar a todo, nuestro día tendría que tener 48 horas», concluye Funes. 

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