Eduardo Ruiz de Temiño: "Hay que involucrar a las empresas privadas para hacer algo que merezca la pena"

El exdirector general de Construcciones aboga por dotar de contenido a los edificios singulares de la muestra, manteniendo el patrimonio público. Propone, para ello, otorgar concesiones de uso a largo plazo.

Eduardo Ruiz de Temiño, exdirector general de Construcciones
Eduardo Ruiz de Temiño: "Hay que involucrar a las empresas privadas para hacer algo que merezca la pena"
Heraldo

Asumió la Dirección General de Construcción en abril de 2005. ¿Dudó en algún momento a la hora de aceptar el cargo?

Sí. Pero me hacía mucha ilusión. Soy de Zaragoza y era un reto con tu ciudad, era un compromiso. Llevaba quince años como contratista de obras y la verdad es que me apetecía hacer un cambio.

¿Volvería a hacerlo?

Por supuesto. No me cambié por una cuestión económica, porque pasé a ganar menos dinero, pero la satisfacción profesional sí fue muy importante.

Vivimos los primeros meses de 2008 preocupados por si las obras de la Expo llegarían a tiempo. ¿Pensó en algún momento que no se cumplirían los plazos?

Es la duda que me entró cuando me ofrecieron ser director general de Construcciones. Primero lo veía desde fuera y pensaba que iba a ser complicado. Pero pensé que iba a haber un apoyo importante de las instituciones y eso te daba mucha tranquilidad.

¿Fue necesario introducir alguna modificación en los pabellones?

Tuvimos modificaciones en los proyectos, pero fueron las habituales. Las ingenierías de taller muchas veces no recogen todas las circunstancias, y es cierto que hubo algunos cambios. Lo que sí hicimos fue tomar algunas medidas previas en los proyectos para hacerlos compatibles con los plazos. Nos centramos en buscar soluciones prefabricadas donde se podía, como en los pabellones de los países, y desarrollamos los proyectos por etapas. No esperábamos a tener el proyecto terminado para licitar la ejecución de una obra. Ahí sí que no hubiéramos llegado. Siguiendo esta filosofía, la cimentación del Pabellón Puente la licitamos sin tener el proyecto de la estructura.

¿Era el Pabellón Puente el más complejo técnicamente?

Sí, fue el más complejo empezando por la cimentación, pero siguiendo por la estructura. Había que hacer un edificio con un único apoyo sobre un río como el Ebro que tiene un caudal impresionante. Tuvimos que construir una parte en una orilla y hacer un lanzamiento. Las placas que recubren la fachada del pabellón son de cemento prefabricado, se hicieron en Austria y hay 120 tipos de triángulos de diferentes tamaños y distintos colores. Montar aquello tuvo mucha complejidad.

El pico de obras se alcanzó en febrero de 2008 con 4.100 trabajadores acreditados por Expoagua de 35 nacionalidades distintas. ¿Cómo se consigue coordinar todas estas obras?

Distinguiría dos fases importantes en las obras, la que empezó en diciembre de 2005 en los pabellones y, a partir de enero de 2008, cuando entraron los países en sus espacios. Teníamos un recinto que era bastante pequeño y rodeado de agua por todos los lados, y por tanto no había muchos accesos al meandro. Lo que tuvimos que organizar fue un plan logístico para todos, con una red de caminos de acceso y otra para llevar la electricidad y el agua. Hicimos también una protección del río por si había inundaciones durante las obras. La entrada de todos los suministros estaba perfectamente organizada.

Y llegamos a mayo de 2008, con 22 de lluvia, y el agua empieza a cubrir el frente fluvial. ¿Qué pensó entonces?

Fue terrible. Tuvimos usar sacos terreros para que no se nos inundaran algunas zonas del Pabellón Puente, el anfiteatro y el Palacio de Congresos. Estábamos rematando la urbanización, se quedó inundado y nos obligó a hacer una protección de emergencia para poder avanzar y llegar a la fecha.

¿Cuando se inauguró la Expo finalizó su trabajo?

Seguimos en el día a día. Casi no pude ver las exposiciones de los países porque tenía muchísimo trabajo durante la Expo. Nos ocupábamos de todo el trabajo de mantenimiento de los pabellones.

¿Pudo vivir con tranquilidad la ceremonia de inauguración?

Aquel día, por la mañana todavía estábamos poniendo tetris en los taludes del Pabellón Puente.

¿Se les da el valor que se merecen a las construcciones de la Expo?

No. Creo que los aragoneses, como buenos españoles que somos, somos muy cainitas y lo nuestro no lo valoramos, o lo valoramos poco. Lo que ha supuesto la Expo para Zaragoza es un cambio radical en la fisionomía de la ciudad por todo lo que se hizo en las riberas, el parque, hasta el azud, y sobre todo por el mensaje que transmitió la Expo: el respeto al medioambiente, tomar conciencia de la escasez de agua. Nos cuesta mucho reconocer los valores que aportó la Expo.

Igual se echa en falta que Zaragoza haya sabido rentabilizar el valor turístico del recinto.

Es complejo. Quizá, cuando se adjudican estas exposiciones, se debería pedir para todos los proyectos qué tienen pensado para después. Eso ayudaría. Luego te encuentras con un recinto que tiene muchas limitaciones porque no has pensado en el día después.

El presidente de Expoagua, Roque Gistau, cree que a Ranillas le faltan usos residenciales.

Eso hubiera ayudado, y hubiera ayudado también a sanear las finanzas de la Expo sobre todo en la etapa posterior, porque al centrarse todo en un producto comercial o de oficinas resulta muy limitado. De noche se queda aquello muy solitario, y eso a determinadas empresas no les gusta.

¿Cuál es su construcción favorita de Ranillas?

Una de las que me gustan, sobre todo porque se está utilizando, es el Palacio de Congresos. También  el Pabellón Puente y la Torre del Agua; pero me gustaría verlos con algún uso.

¿Y qué uso considera que podrían tener?

Creo que hay que involucrar a las empresas privadas y hacer algo que merezca la pena. Preservando el patrimonio público, se podrían otorgar concesiones de uso por un  plazo largo que fuera realmente una apuesta de valor para la ciudad. Ahora que la crisis ya ha remitido un poco, es un escenario más favorable para plantearlo. Se habló de hacer un clúster de la industria del automóvil en el Pabellón de Aragón, fue una idea muy interesante, pero al final creo que no ha cristalizado.

¿Hay alguna construcción que ahora recomendaría que no se ejecutase?

Sí: las plazas temáticas. Se invirtió mucho esfuerzo y no sé si el resultado fue el esperado para lo que costó. Al final hubo que desmontarlas porque estaban en una zona muy inundable. Quizá es lo que me hubiera replanteado un poco más. Yo recomiendo que se desarrolle un poco más la ingeniería conceptual antes porque eso te permite tomar las decisiones con más tranquilidad. La verdad es que tuvimos muy poco tiempo. En el con junto, a pesar de que es obra de diferentes manos, está muy armonioso y fue mérito del arquitecto de la Expo Pablo de la Cal.

¿Cuál piensa que será el emblema de la Expo?

Una de las cosas que más sobresalen es la Torre del Agua.

¿Qué tiene más valor para Zaragoza, la celebración de la Expo en sí o las obras complementarias que se agilizaron gracias al evento?

Es complementario. Creo que está claro que Zaragoza pegó un salto de diez años con la llegada de la Expo y unas inversiones que hubieran acabado llegando se adelantaron, se aceleraron. A mí me parece tan importante la materialidad de las obras como el mensaje de la Expo porque somos seres espirituales y necesitamos un discurso, una idea, y eso la Expo lo transmitió muy bien. Y toda la mirada hacia el río, el disfrutar de las riberas es un cambio cultural para la ciudad, y eso lo valoro tanto como la materialidad de contar con unos buenos cinturones.

Una década después de la muestra, ¿qué balance realiza de la Expo?

Sí. Para mí el balance para la ciudad es muy positivo.

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