Belloch: "La lección de la Expo es que con unidad hasta lo más difícil se puede hacer"

Fue el alcalde de la Expo 2008 y así será recordado siempre. Diez años después de la inauguración de la muestra internacional, Juan Alberto Belloch rememora desde sus inicios el reto que supuso conseguir y gestionar el mayor acontecimiento internacional organizado en Zaragoza.

Juan Alberto Belloch, que fue alcalde entre 2003 y 2015, en la pasarela del Voluntariado.
Juan Alberto Belloch, que fue alcalde entre 2003 y 2015, en la pasarela del Voluntariado.
Guillermo Mestre

Al llegar al recinto de Ranillas, Juan Alberto Belloch se aproxima a la pasarela de Voluntariado. Preguntado por si es su lugar preferido, responde: "Más que el lugar, los que son mis favoritos son los voluntarios".Recuerda que él le puso el nombre al viaducto de Manterola para recordar el papel de los más de 13.000 zaragozanos que se volcaron para hacer de la muestra un éxito. Destaca especialmente la bienvenida que hicieron a los miembros del jurado en la plaza de toros en 2004. "Los dejaron impresionados. Les ratificó que detrás de esto no había un proyecto político partidista, sino de ciudad. La Expo es el éxito de la unidad", comenta.

¿Se acuerda mucho de los días de la Expo?

Sí, sinceramente sí. Fueron unos días maravillosos. Zaragoza, por primera vez, y espero que no sea la última, volvió a ser importante a nivel internacional. Fueron días gloriosos para los zaragozanos. Y también para España.

¿Los echa de menos?

De los 12 años que fui alcalde, los más apasionantes fueron los comprendidos desde que ganamos hasta la clausura. No es que los eche de menos, los he vivido ya. Ahora no me metería en un lío de estos ni aunque me pagaran, pero la verdad es que fue espléndido.

Planteó la Expo en la campaña de 1999. ¿Cómo surgió el proyecto?

En la primera fase una frase se repetía hasta la saciedad: convertir el Ebro en la calle mayor de la ciudad. Pero, antes de todo, partíamos de la convicción de que es imposible lograr las inversiones masivas si previamente no conquistas la nominación a un gran acontecimiento de peso internacional. O lograbas eso o debías tener una administración rutinaria.

La propuesta fue recibida con cierto escepticismo.

La primera reacción fue la típica aragonesa: ‘Y para qué tanto’. No se creía que eso fuera posible, ni imaginable siquiera. Creían que era un farol de este de Madrid. En esta tierra hay que hacer ese esfuerzo siempre, no te dan gratis ni los buenos días.

No ganó las elecciones de 1999. ¿Qué pasó después con la Expo?

Recuerdo a José María Mur, que hizo en el Parlamento la primera reunión de partidos. Antes había pactado con Rudi que yo respaldaría la traída de aguas a cambio de que ella apoyara la Expo. Pero las cosas se empiezan a mover cuando el alcalde es Pepe (Atarés), porque él sí que se creía el proyecto. Lo mantuvo vivo.

Después hubo que ganar la candidatura. No fue fácil.

Fue terrible. Nos dijo el secretario general del Bureau International des Expositions (BIE) que si teníamos 100 apoyos que en realidad pensáramos que teníamos 50. La mitad miente. Y frente a otro tipo de prácticas, como las de Berlusconi en las que no quiero entrar, acordamos a través de la secretaría de Estado de Cooperación subvencionar temas de agua. Esa política de hacer inversiones, además de ser honorable, tuvo éxito y nos votaron más de lo previsto.

Cuando el presidente del BIE pronunció Zaragoza, ¿qué sintió?

Pues primero un sofoco. Y el segundo sentimiento fue un poco de susto. Y finalmente la alegría absoluta. Aquel día estábamos Teresa Fernández de la Vega, Marcelino Iglesias y yo y fue emocionante en grado extremo. El viaje en avión de vuelta a Zaragoza fue espectacular. El avión se estropeó. Y a mí, que tengo horror al avión, me daba igual. No tuve miedo. Nunca pensé que la política pudiera darme ese tipo de sentimientos. Pero eso no fue política, fue otra cosa.

¿Recuerda la fiesta posterior en el Ayuntamiento?

Ordené que se sirviera todo el cava que existiera. Hasta canté. Luego me tomaban el pelo, pero no me importaba. Fue emocionante.

El Gobierno central impuso a Roque Gistau y parte del equipo. ¿Hubo tensiones?

Sí, sí… Yo me cabreé en muchísimas ocasiones. Por el Gobierno estaba la subsecretaria Juana Lázaro y el secretario de Estado, Carlos Ocaña. Roñoseaban cada duro. Hubo muchas tensiones, yo protegiendo a Zaragoza y Eduardo Bandrés, también. Y Fernando Escribano, el jefe de gabinete de Teresa, que apoyó los intereses de la ciudad. Hubo confrontación. Pero al final nos salió bien.

Después llegaron las obras. ¿Cómo recuerda esa etapa?

Pues con bastante angustia. Pero funcionó muy bien gracias a que tenía un equipo muy bueno. Ahí tuvo un papel esencial Fernando Gimeno, que llevó toda la oficina de licencias, Carlos García, Jerónimo Blasco, Francisco Pellicer… Gente muy competente que hizo que el proyecto se realizara.

¿Recuerda alguna anécdota?

Lo de Zaha Hadid fue un número. Fue la persona más antipática, y lamento que esté fallecida, y más genial. Constantemente venía a visitar la obra y para poner pegas. Todo estaba mal, todo había que volverlo a hacer y venga a pasar el tiempo. Pero al final pudimos hacerlo. Quería destruir entero el ‘skyline’ de la ciudad porque le estropeaba la vista de su obra.

¿Hubo más problemas?

Pues en un momento determinado la cimentación del puente del Tercer Milenio se la comió el Ebro. Y nos dimos un susto del diablo. Hubo que encargar una máquina especial en Alemania para que superara los problemas de subsuelo. Fue la obra que llegó más justa.

Y llegó la Expo. ¿Cómo la vivió?

En el caso de mi mujer y yo de agotamiento total, porque teníamos que atender a todo el mundo. Prácticamente no vivimos, fue de absoluta locura. Pero al mismo tiempo estabas viendo que ya estaba, que no había problemas. Hubo una valoración de los visitantes que fue de 7,8 sobre 10, cuando raramente se llega al aprobado. Funcionó bien y sobre todo por los voluntarios. Su papel fue clave.

¿Qué recuerda de las visitas de los mandatarios internacionales que pasaron por la Expo?

Recuerdo la visita de un país asiático. Vino la heredera. Llegó a mi despacho y se sentó a la derecha y yo le dije a sus acompañantes: "Por favor, sentaos". Se negaron y se tiraron al suelo adorando a la princesa. Y luego el heredero de Japón, que fue el hombre más cordial y más simpático. De hecho tenía su fotografía en mi despacho. Se portó maravillosamente. Era absolutamente encantador.

¿Después de la fiesta hubo depresión postexpo?

Da la casualidad que siete u ocho días después de la clausura quiebra Lehman Brothers, que es un dato importante. Si hubiera quebrado tres meses antes… A veces digo que tuvo la gentileza de esperar a la clausura de la Expo. Y Zaragoza, donde coleaba el éxito de la Expo y sus inversiones, no entró en crisis ya hasta 2009.

¿Qué decisión de las que tomó cambiaría?

Creo que en el azud nos quedamos a medias: debería haber sido más alto. Las autoridades ambientales hicieron un punto intermedio entre los que no querían el azud y los que lo queríamos más alto. Es un azud pero que solo tiene usos limitados, no para ser navegable, como era realmente la aspiración. Fue una equivocación haber aceptado. Se podía haber peleado más.

Los Ebrobuses no funcionaron.

Es una pena, pero no era sostenible. No eran grandes cantidades, pero era tan poco el servicio que no lo hacía compatible.

Siempre dijo que a la Expo le faltaban viviendas.

Mantengo esa posición. Si hubiera un número razonable de viviendas significaría que tendría vida, sobre todo de noche. Debería tener interés alguien en el Ayuntamiento en estudiar ese tema.

El Pabellón Puente y la Torre del Agua siguen sin uso.

La crisis tuvo consecuencias directas para la Expo, como el incumplimiento de los compromisos de las cajas de ahorros, que se quedaron estos dos elementos icónicos. Pero o no pudieron cumplir o consideraron que dedicar dinero a eso se podía considerar inadecuado en tiempos de crisis.

¿Zaragoza se puede permitir esta situación mucho más tiempo?

No. El Pabellón Puente es la obra de arte más importante que tiene Zaragoza. Afortunadamente, hemos conocido recientemente que ya existe un proyecto pilotado por Ibercaja con el apoyo del Gobierno de Aragón. De la Torre del Agua estoy convencido de que Lambán anunciará algo.

¿Cómo lo resolvería usted?

En la Torre del Agua deberían autorizarse dos plantas más. En la parte más alta tendría que haber un restaurante, uno de esos que dan vueltas. El resto serían vistas y exposiciones. Respecto al Pabellón Puente, el planteamiento que se está haciendo vinculado a la movilidad es el desarrollo lógico de la Expo 10 años después.

Con el paso de estos 10 años, ¿qué es lo mejor que ha dejado la muestra internacional?

La unidad. El legado de la Expo es que todos juntos podemos. Ese sentimiento espero que sirva de recuerdo para que cuando queramos hacer algo importante retomemos la verdadera lección que nos dio la Expo: que con unidad hasta lo más difícil de imaginar y soñar se puede hacer.

¿Y respecto a lo material?

El renacimiento de las riberas del Ebro, del Huerva, del Gállego y del Canal Imperial. Es lo que más ha emocionado a los ciudadanos. Y el parque del Agua también, que atrae a muchísima gente.

¿Cree que a la hora de revisar lo que ocurrió aquellos años se hace un juicio justo?

Todavía no. Pero tengo la sensación de que hay más gente que me agradece la Expo. Me siento reconocido por la gente normal y corriente. Y creo que la gente seria, cada vez más, comprende que ha sido la renovación ciudadana más importante que ha tenido Zaragoza en su historia. Tardará un poco más que sea un tópico hablar maravillosamente bien de la Expo, pero nunca he hecho las cosas para que me elogien.

Si hubiera que optar por otro acontecimiento internacional, ¿cuál escogería?

Expo Paisajes, sin ninguna duda. Tiene un coste económico razonable, se puede pagar con pequeñísimas operaciones urbanísticas y permitiría rehabilitar definitivamente la zona. Hay que renovar el Ebro aguas abajo del Casco. Pero hace falta que se logre la unidad, no de los partidos, de la ciudad, y que alguien que esté dispuesto a pasarse cuatro años recibiendo patadas en las espinillas. Si tiene arrestos para aguantar la crítica, sería un proyecto que iría muy bien a la ciudad.

¿Le gusta que le recuerden como el alcalde de la Expo?

No me importa nada, por descontado. Y ya si se añade "y del tranvía", perfecto.

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