Heraldo del Campo

Un vino de cojón...(de gato)

Un nombre llamativo y una etiqueta rompedora son unas de las claves del éxito de Vinos Divertidos, una iniciativa para hacer más cercano y atractivo este producto.

Alberto Lozano, Alex Marco y Julio César Ferri, representantes de la iniciativa, en Fenavin.
Alberto Lozano, Alex Marco y Julio César Ferri, representantes de la iniciativa, en Fenavin.
Vinos Divertidos

Pero, ¿cómo vais a llamar a un vino Cojón de Gato?» Esta es la pregunta a la que Pepe Marco, fundador de las Bodegas Bal d’Isábena en localidad de Laguarres, en la Ribagorza oscense, tenía que enfrentarse cada vez que explicaba su iniciativa. «En un mercado tan atomizado como el del vino, emprender un nuevo proyecto no es nada fácil, por eso buscamos hacer algo innovador y especializado», justificaba su elección.

Así surgieron hace ya doce años los «vinos divertidos», unos caldos con nombres como Cojón de Gato, Teta de Vaca u Ojo de Liebre, que no están elegidos al azar, sino que hacen referencia a las denominaciones que algunas variedades de uva reciben en diversas zonas de Aragón y el resto de España, con los que se elaboran, mezclándolos con otras variedades como garnacha, tempranillo, syrah o merlots.

Cojón de gato corresponde a una variedad oriunda del Somontano, particularmente de la zona de Secastilla, aunque también puede encontrarse en otras zonas de Aragón y en Castilla-La Mancha, que tiene un grano muy alargado, por lo cual algunos creen que su nombre proviene de esa forma. Teta de vaca es una variedad de uva con unos granos alargados y gruesos, que data de la época romana y a la que denominaban bumasti. Y ojo de liebre es una denominación de la variedad tempranillo, utilizado especialmente en Cataluña.

Estos vinos cuentan con unas denominaciones muy atrevidas, que buscan distanciarse de las tradicionales Barón de…, Marqués de… o Castillo de… que han marcado el nomenclátor del vino en las últimas décadas, y que van acompañadas de diseños de botellas y etiquetas que también marcan la diferencia. Sus coloridos diseños y sus tipografías los hacen inconfundibles.

Pero un «vino divertido» es mucho más que una botella o una etiqueta llamativas. «Detrás de estos nombres no solo hay referencias a variedades de uva que están a punto de desaparecer y que queremos recuperar», explica Pepe Marco, enólogo y creador de esta idea. «Estos vinos cuentan la historia de las pequeñas bodegas con las que colaboramos y que nos ayudan a producir unos caldos de calidad», añade.

Una calidad que se ha visto reconocida con numerosos galardones a lo largo de su trayectoria. Los más recientes, una Medalla de Oro y una de Plata en el certamen de Garnachas del Mundo para sus vinos La Moto y La Motito Vintage, respectivamente. «Para nosotros el diseño es muy importante, pero tanto o más es el hecho de que el vino sea de calidad y la mejor manera de acreditarlo es con estos premios, que suponen un reconocimiento a nuestra labor».

Son un total de seis bodegas las que producen estos vinos. Están ubicadas no solo en Aragón (Laguarres y Calatayud) sino en otras zonas de gran tradición vinícola como Peñafiel, La Rioja, La Guardia o Valdeorras en Galicia. «Nosotros coordinamos todo el proceso de elaboración y somos quienes determinamos los parámetros de calidad», señala Marco. «Ellos producen el vino en sus instalaciones conforme a nuestros requisitos y nosotros les hacemos llegar todo lo necesario para que puedan embotellarlo y etiquetarlo».

Atraer a los más jóvenes

El objetivo de los «vinos divertidos» es atraer a un público «más experimental», que esté dispuesto a «descubrir y probar cosas nuevas», afirma Pepe Marco.

En un momento en el que el consumo de vino por persona y año ha caído en más de un 60% en las últimas dos décadas, y en el que descorchar un caldo de calidad se asocia a celebraciones solemnes, Marco y sus vinos divertidos buscan darle «un carácter más informal, más desenfadado, al hecho de abrir un buen vino. Queremos que acompañe esos encuentros informales que son tan frecuentes entre amigos, familias…». Además, quieren hacer accesible el mundo del vino a los consumidores de entre 20 y 30 años, una franja de edad que apenas tiene costumbre en el consumo de esta bebida.

Pasar de las 162.000 a las 250.000 botellas es el objetivo que se han planteado para este 2018 desde esta rompedora bodega, que divierte no solo a toda España por medio de su medio centenar de distribuidores, sino también a consumidores de países tan distantes y dispares como Estados Unidos, China, Malasia, México, Canadá o Argentina.

Más información en el Suplemento Heraldo del Campo

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