Aragón

Capaceo

XII Concurso de relato breve de Heraldo

La escena era grotesca. El monigote pendía por la cintura de una cuerda atada a la estatua del Torico. Vestía una túnica blanca con una capucha coronada por una tiara con cuernos y estaba rociado por pintura roja. Los primeros transeúntes del día pensaron que se trataba de alguna reivindicación animalista o, a lo sumo, una gamberrada. Nadie imaginó, hasta que llegó la policía y la prensa, que el muñeco no era tal sino un cadáver. Y la pintura, la sangre derramada por su garganta degollada.

El escándalo recorrió toda la ciudad en cuestión de minutos. Todos se preguntaban quién era el finado o cómo demonios lo habían subido allí, y se lamentaban porque en Teruel nunca pasaban estas cosas.

Hubo funeral fastuoso para la víctima y especulaciones durante meses. La investigación avanzó con lentitud hacia ningún lugar dando paso al olvido.

Fue así como el depredador, aliado con el tiempo y camuflado entre los vecinos, consiguió sorprender de nuevo cuando se encontró el siguiente muerto.

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