Érase una vez... la osa del Parque Bruil

Un recuerdo cariñoso en forma de cuento a Nicolasa, la osa del Parque Bruil.

Nicolasa, osa del Parque Bruil, en un dibujo de cuento
Dibujo de la osa del Parque Bruil
Heraldo

"Iba a ver a Nicolasa cada día después del colegio y le daba mi merienda. Y, como yo, otros niños". Diego escuchaba con incredulidad las palabras de su madre, mientras caminaban por el bosque. Luisa y su hijo hacían juntos, por primera vez, aquella excursión a los Pirineos. "Ya falta poco. En menos de media hora habremos llegado".

Además de Luisa, entre los chavales que entonces acudían cada tarde al parque Bruil estaban también Eva, Sergio, Jesús y Martín. La osa Nicolasa vivía allí, desde hacía más de quince años, encerrada en una jaula diminuta, en la que apenas podía moverse. Era la única superviviente de un pequeño zoo instalado en ese parque a finales de 1965, donde llegaron a vivir dos leones, dos osos, dos zorros, tres monos y un jabalí, aunque también hay quienes recuerdan pavos reales y hasta un tigre.

Los cinco niños compartían merienda y parte de la tarde con Nicolasa. La osa los reconocía enseguida por el olfato y daba vueltas de contenta hasta que, de golpe, se detenía y acercaba su enorme cabeza a los barrotes. Después se sentaba y escuchaba las conversaciones, al tiempo que recogía los trozos de bocadillo que le lanzaban. Un día, Luisa se apartó de la valla y espetó: "Esto no puede seguir así. Tenemos que actuar cuanto antes". Eva, Sergio, Jesús y Martín se quedaron de piedra. Nicolasa torció la cabeza mientras los miraba con el ojo. El único sano que le quedaba después de que un salvaje le diera en el otro una perdigonada.

Le dijo Luisa a su hijo: "Mira, Diego, estuve en este mismo sitio hace un porrón de años, mucho antes de que nacieras". Llegaron a un claro tras desviarse del camino que discurría por el hayedo y Luisa empezó a caminar en círculos, mientras Diego correteaba a su lado. El murmullo del río corría amortiguado entre la espesura que rodeaba el paraje. "Pero si aquí no hay nada, mamá", rezongó.

Alberto arrojó el informe sobre la mesa y se encaró con los responsables: "¡Solo ha sobrevivido una osa! ¡Está enferma y no cuenta con el debido control higiénico!". Los asistentes a la reunión discutieron durante horas hasta que entre todos decidieron que la mejor de las opciones sería trasladar a Nicolasa a un reserva para animales en semilibertad, en una provincia cercana.

Diego se sentó sobre la manta y antes de hincar el diente en el bocata miró asustado a su madre: "¿Qué es ese ruido? ¡Nicolasa!", gritó. Luisa soltó un carcajada y señaló hacia arriba: "Hace tiempo que vive ahí y por las noches suele guiñar su ojo bueno. Seguro que has visto sus destellos más de una vez. En realidad, Nicolasa nunca llegó a aquella reserva. Eva, Sergio, Jesús, Martín… Todos los chavales que formamos la asociación, con la ayuda de Alberto, dejamos libre a Nicolasa en este mismo lugar".

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