La osa del parque Bruil y el minizoo de los horrores

La actual ordenanza municipal de protección animal quiere "hacer de Zaragoza una ciudad amable para los animales"; a diferencia del pasado, cuando fue de todo menos amable.

La osa del parque Bruil y el minizoo de los horrores
La osa del parque Bruil y el minizoo de los horrores
Arturo Burgos/Archivo Heraldo

En los próximos meses, el Ayuntamiento de Zaragoza debatirá en pleno la modificación de la ordenanza de protección animal con el fin de "adecuarla a los avances en materia de protección animal que ya se están dando en la sociedad", según señalaba el concejal de Servicios Públicos, Alberto Cubero el pasado diciembre, y con el objetivo de "hacer de Zaragoza una ciudad amable para los animales".


En el pasado, la capital aragonesa ha sido de todo menos amable con los animales. Una de las aspiraciones de la ciudad hace más de cinco décadas fue tener un zoológico al estilo de otras grandes capitales como Madrid y Barcelona, pero los intentos de crear en Zaragoza una instalación similar nunca llegaron a cuajar y no pasaron de crueles ejemplos como el minizoo del parque Bruil o el polémico ‘África Park’, en el Parque de Atracciones.


El parque Bruil fue inaugurado oficialmente el 17 de julio de 1965 por el entonces alcalde Luis Gómez Laguna, culminando así el plan para crear una zona verde en los antiguos terrenos donde estuvo ubicaba la finca de Juan Faustino Bruil y Olliarburu (1810-1878), banquero y ministro de Hacienda durante el bienio progresista (1854-1856). La creación del parque tardó una década en materializarse debido, en parte, a una dificultosa expropiación de los terrenos que desde las primeras décadas del siglo XX pertenecían a José María Monserrat Pano.

Primeros habitantes

Tras la inauguración del parque Bruil, a finales de aquel año 65, comenzaron a instalarse junto a la calle Alvira Lasierra las jaulas de un minizoo proyectado en un espacio que cerraría las puertas a sus primeros inquilinos –2 osos pardos, 2 monos mandriles y un jabalí, todos con escasos meses de edad- el 12 de octubre de 1966 sin actos oficiales y sin propaganda en un acto inaugural que contó con la presencia del concejal delegado de Parques y Jardines Juan Agüeras.


La instalación se creó con el anhelo de que la ciudad contase en breve espacio de tiempo con un zoo que albergase un mayor número de especies. En las jaulas del parque Bruil llegaron a vivir dos leones, dos osos, dos zorros, tres monos y un jabalí, aunque también hay quienes recuerdan pavos reales y hasta un tigre. Algunos animales provenían de donaciones y otros ejemplares fueron adquiridos por el Ayuntamiento, como los osos Nicolasa y Juan, que fueron traídos de Barcelona por el Consistorio zaragozano.


Los primeros en tener crías fueron los monos, en noviembre de 1968, pasando a ser tres. Se llamaban Rafael, Chita y Judy. A la semana siguiente se esperaba descendiente de los osos Nicolasa y Juan, por lo que se advertía de la necesidad, en breve plazo, de ampliar instalaciones. “Ha sido difícil poder fotografiar a la mona madre y a la mona hija. Luis Mompel casi ha tenido que meterse materialmente en la jaula. La mona madre se muestra recelosa. Teme por su hija. No oculta su desconfianza”, relataba HERALDO al día siguiente del feliz acontecimiento.

Los zorros Betty y Diz

Lamentablemente, la cría de oso murió al poco tiempo de nacer. Probablemente la mató Juan, el oso macho, debido a que los tres plantígrados se encontraban en la misma jaula, cuando debería haber sido aislado Juan para evitar el comportamiento jerárquico que es habitual en los osos.


Tres años después, en agosto de 1971, se sumaron dos nuevos moradores: Betty y Diz, dos zorros pardos que según recogía la prensa “hacen las delicias de los visitantes. Ellos, al principio -la verdad-, se sintieron un tanto cohibidos pero fue cuestión de días. Ahora les encanta comer las chucherías que les arroja la gente menuda”.


Desde que el recinto comenzó su actividad se encargó de su cuidado Francisco Cañada, trabajador del servicio municipal que asumió la función de cuidador. Pero el Ayuntamiento no prestaba la atención debida a este espacio y las condiciones higiénico sanitarias empeoraron con el paso de los años, por no hablar del comportamiento ‘animal’ de la ciudadanía, que fue desde el lanzamiento de piedras y colillas de cigarrillos encendidas a los animales hasta la perdigonada en un ojo que recibió Nicolasa, además del envenenamiento de algunos de ellos.



“Se comieron al jabalí del minizoo de Bruil”

En febrero de 1969 se tomó una decisión tan insólita como atroz, y que al parecer no causó revuelo alguno entre las zaragozanos. De este modo, se resolvía el problema de espacio provocado por el crecimiento del jabalí que habitaba en el parque Bruil.


HERALDO publicaba en una crónica del día 20 de aquel mes: “El animal no cabía ya en la jaula. Una original cacería se improvisó en el zoo zaragozano, instalado en el parque municipal de la torre de Bruil, para abatir a un enorme jabalí, al que le había quedado pequeña la jaula donde se alojaba. El animal ingresó en el zoológico cuando era un jabatillo, de doce kilogramos de peso, y actualmente había alcanzado los ciento cincuenta. Con su carne comieron los ancianos acogidos en la casa municipal de Amparo y su cabeza quedó en poder del cazador que lo abatió”.


Ese mismo año también se anunció que en 1972 la capital aragonesa tendría por fin un zoológico con más de 50 especies en estado de semilibertad, suprimiendo las jaulas, según declaraciones a HERALDO del entonces concejal delegado de Parque y Jardines, Ángel García Muniesa.


Pero este proyecto, cuyo coste inicial sobrepasaba los 12 millones de pesetas, nunca llegó a materializarse. Su ubicación se planteaba en los Pinares de Venecia ya que "en la ciudad -Dios nos libre- no tenemos sitio ni para meter un 600". 

El minizoo de los horrores

En la década de los 70, los habitantes del minizoo fueron muriendo “por no haberse adaptado al clima de la ciudad”, según la versión municipal. Sin embargo, un estudio realizado por el veterinario Alberto Cortés reveló que uno de los leones había muerto por raquitismo y el otro envenenado, en cuanto al oso Juan y los monos Rafael, Rita y Judy, no pudo determinarse el motivo de su fallecimiento. Se dijo que el jabalí murió de viejo y de los zorros nunca más se supo.


La osa Nicolasa, herida en un ojo de una perdigonada, enferma y sin control higiénico sanitario sobrevivía en un habitáculo insuficiente para sus dimensiones. “Un oso necesita como mínimo 25 metros cuadrados de espacio y nosotros hemos tenido dos en 18 metros cuadrados”, declaraba entonces Alberto Cortés.


Mientras todavía se barajaba la instalación del zoológico en el entorno de los Pinares de Venecia, la osa seguía confinada en una jaula de poco más de 8 metros cuadrados, donde también se encontraba una pequeña piscina en la que apenas cabía el animal. Se intentó donar a varios zoológicos, llevarla a Vigo, Barcelona... pero todos rehusaron aceptarla.


A finales de julio de 1984, se realizó una propuesta del delegado de Difusión de la Cultura para trasladar a la osa del Parque Bruil a los Pirineos, en concreto junto al balneario de Panticosa, pero este intento tampoco llegó a fructificar hasta diciembre de 1984, cuando finalmente la osa fue trasladada al parque Rioleón Safari, en El Vendrell (Tarragona, actual Aqualeón), tras las gestiones realizadas por Cortés, experto en animales salvajes, quien además había trabajado en este lugar.


El veterinario Alberto Cortes, junto a la osa Nicolasa. Foto: Juan G. Misis/Archivo Heraldo
 Movilizaciones en defensa de Nicolasa?

En julio del 84, las asociaciones ecologistas y defensoras de los animales se movilizaron, entre ellas Ansar, Adecca, Adda, Fauna Salvaje, Asamblea Ecologista, Protectora de Animales y Plantas y el mismo Alberto Cortés. Juntos decidieron tomar la decisión de que el Ayuntamiento cediera la osa a la Protectora, pero conservando su propiedad, para que así pagara una subvención; el resto que faltase, la Protectora.


Esta se encargaría de su mantenimiento, cuidados y de proporcionarle los medicamentos adecuados. El grupo Rotary Internacional asumiría el traslado de la osa desde Zaragoza a cualquier punto donde se la pudiera llevar.


En aquel año, 85 chavales formaron Acción Ecologista para defender a la osa del parque Bruil, que aguantaba como podía en pésimas condiciones y en un estado de abandono. En periodos de vacaciones no se le daba de comer, pese a que tenía una asignación para comida que no se empleaba para alimentar al animal de manera suficiente. La única atención que recibía era por parte del personal municipal de Parques y Jardines, que no tenía formación en el cuidado de animales salvajes como el oso pardo.


El 22 de diciembre de 1984 la osa Nicolasa abandonó, dormida, la jaula del recinto en el que había permanecido encerrada durante 18 años. En su nuevo destino, el parque Rioleón, falleció “3 o 4 años más tarde”, según estima Alberto Cortés.

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