1542, cuando la Universidad no era tan deseada

El catedrático de Historia Antigua Guillermo Fatás rememoró los difíciles comienzos de la institución, cuando algunos la veían como un peligro para Zaragoza.

El catedrático Guillermo Fatás, en su alocución sobre el origen de la Universidad.
El catedrático Guillermo Fatás, en su alocución sobre el origen de la Universidad.
Aránzazu Navarro

Dice el rector, José Antonio Mayoral, que la Universidad de Zaragoza goza de "buena salud"y que ha logrado hacerse tan longeva –el próximo 10 de septiembre soplará 475 velas– "porque ha sabido adaptarse". Pero no es un secreto que la institución académica tiene ciertos males crónicos –como la reforma de la facultad de Filosofía y Letras, mil veces prometida, mil y una pospuesta– y, tal como explicó el catedrático de Historia Antigua Guillermo Fatás, los comienzos tampoco fueron sencillos. Hubo quienes, incluso, vieron en ella a un ‘enemigo’ de la ciudad de Zaragoza. Aunque otras cosas no han cambiado tanto.

El 10 de septiembre del año 1542, el rey Carlos I le concedió, a petición de la ciudad de Zaragoza, la capacidad de otorgar todos los títulos en las facultades existentes y en las futuras, con las mismas prerrogativas que las universidades principales. Pero la llegada de la institución tuvo sus detractores.

Varias décadas después, en 1581, el virrey Artal de Alagón, conde de Sástago, escribió al rey transmitiéndole su preocupación por el incremento de los delitos que se producirían al congregarse en la ciudad "semejante gente" y lo complicado que sería su castigo pues, como explicó el catedrático, en ese tiempo "el que entraba en la Universidad, gozaba de fuero". El virrey lamentaba que "la Universidad será un refugio de todos los delincuentes".

También alertaba don Artal de los riesgos de que todos quisieran que sus hijos estudiasen: "No solo faltarían personas para los servicios bajos, sino también para los oficios de sastres, calceteros y otros de esta calidad y menor". Recordaba Fatás que, mientras en cualquier otra labor era fácil saber si se trabajaba y se avanzaba, en los oficios universitarios, no. Además, reflexionaba el virrey, la llegada de estudiantes a la Universidad incrementaría el coste de la vida en la ciudad. "Como si fuera el enemigo número uno", resumió el catedrático.

Pero no el único. Un año después, un notario del séquito de Felipe II auguraba –y se equivocaba– corta vida a la Universidad: "En el año de 1583 se instituyó una Academia, pero no sé si será duradera, por los pequeños salarios que cada año pagan a los maestros". Pero esto, comentó Fatás, despertando las risas del público, "tampoco es un cambio revolucionario".

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