Una amistad para nota: yo te cuido, tú me enseñas

Ana ayudaba a Inmaculada en las tareas de casa y descubrió a una profesora particular entregada. Ahora, no hay adversidad (ni ecuación) que se
interponga en su alianza.

Ana e Inmaculada, durante una de sus clases particulares en casa.
Ana e Inmaculada, durante una de sus clases particulares en casa.
Raquel Labodía

Inmaculada Ruiz (69 años) y Ana María Navarlaz (38) han forjado una alianza sin par. Inmaculada ha sido maestra toda su vida y, no contenta con la carrera de Magisterio, se licenció también en Filosofía y Letras. Ahora, en la Universidad de la Experiencia, ha seguido con árabe, Geografía, Arte Románico o Derecho Aragonés, entre otras materias: es una todoterreno que solo necesita un poco de ayuda para las tareas del hogar.


Relata que, hace unos meses, llamó a varios números de teléfono de asociaciones que ofrecen apoyo y compañía para estos casos. Al final, contactó con la Fundación Rey Ardid, donde tienen el programa "Soy Hogar", y empezó a recibir, cada dos semanas, la visita de Ana María, una mujer alegre, trabajadora y con un gran deseo de estudiar a pesar de todas las dificultades.


Poco a poco, Ana le fue contando a Inmaculada cómo su padre no veía con buenos ojos que ella estudiase, así que su madre la mandaba al colegio a escondidas. Cómo se encerraba en el baño para hacer los deberes y cómo tuvo que dejar la escuela definitivamente para ayudar en casa y cuidó después a sus padres durante una década. Cómo enfermó su hermana también y, finalmente, cuando sus padres faltaron y su hermana se recuperó, acudió a la Fundación Rey Ardid para trabajar y para preguntar, una vez más, cómo podía estudiar. "Siempre he querido estudiar. Y cuidando a mi familia me he sacado los cursos de auxilios y cuidado", dice Ana.


A raíz de entonces, Ana volvió a la carga y se matriculó en un programa de la Rey Ardid para obtener el Grado Medio (es decir, las competencias clave de Educación Secundaria) y así mejorar en el trabajo y, por qué no, continuar con los estudios.


Un día, tuvo problemas con las matemáticas, y le pidió ayuda a Inmaculada. "Se me atragantaban mucho, pero Inmaculada me las explica tan bien...", asegura. Rápidamente, su maestra la interrumpe: "Tú lo pillas todo al vuelo, no tienes ningún problema. ¡Y vaya notas estás sacando!", insiste.


Siempre que se ven sacan un rato para repasar, y alguna vez Ana le pide ayuda a Inmaculada aunque no le toque ir a su casa. Han programado un calendario de clases y comparten su amor por el estudio. En un momento, sacan los cuadernos y se ponen juntas a mirar el temario.


"No quiero parar aquí. Querría ser auxiliar de enfermería porque me gustan los cuidados y además tengo experiencia", dice Ana. Inmaculada, no obstante, tiene otras metas para ella: "¡Tú irás a la Universidad! Puedes sacarte lo que quieras", le insiste.


Ambas se consideran almas gemelas en cuanto a su voluntad inquebrantable y a una demostrada capacidad de sacrificio cuando han tenido dificultades en la vida. También recalcan que ambas son muy religiosas, lo que les hace tener aún más cosas en común.


Además, Ana cree que su caso puede ayudar a visibilizar el potencial que tienen las mujeres gitanas y a conseguir que la escuela o la capacidad de valerse por sí mismas sean dos opciones en firme para ellas. "Mi madre valía mucho: aprendió a leer ella sola y estaba convencida de que yo podía estudiar. Mi padre, aunque era más reticente, en los últimos años cambió un poco, y ya no lo veía tan mal. Creo que los dos estarían orgullosos de mí", asegura.

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