Licencia para la gloria

La gimnasta española de origen griego Artemi Gavezou Castro logra el billete olímpico con el equipo nacional. Desde hace dos años compite con ficha de la Federación Aragonesa.

Artemi Gavezou, en un ejercicio de cinta.
Artemi Gavezou, en un ejercicio de cinta.
fanny cortyl

Artemi Gavezou Castro siempre ha perseguido la perfección. No vale otra cosa en una disciplina en la que se maneja con soltura desde los seis años. En su Tesalónica natal, Artemi aprendió que la gimnasia rítmica es "sacrificio y disciplina". Lecciones de la escuela del tapiz. Y con la mayoría de edad en su pasaporte, tuvo claro que su destino estaba en su segundo país, donde la ejecución del ejercicio sería completa. "Quería entrenar con las mejores, la mejor rítmica estaba en España", afirma categórica. Cuando Artemi llegó a Madrid en octubre de 2012 "no conocía a nadie". Llamó a la puerta de la Residencia Blume y mostró su arte ante los técnicos nacionales –Anna Baranova y Sara Bayón–, que descubrieron que su espigada figura encajaba en la selección de conjuntos. Pero a Artemi le faltaba el último documento para que la pirueta fuera redonda: una licencia deportiva que le permitiera competir. Y entre salto y salto encontró a sus "salvadores". Los zaragozanos Ignacio Marrón y Sergio García, implicados en la gimnasia rítmica aragonesa y nacional desde la Federación Española, le abrieron las puertas del Club Gimnástico Aragón y le tramitaron la ficha con la Territorial. "La licencia para la gloria", reconoce la deportista. Hace una semana logró, junto con sus compañeras Alejandra Quereda, Sandra Aguilar, Elena López y Lourdes Mohedano, el billete para los Juegos Olímpicos de Río gracias a la medalla de bronce conquistada en el Mundial de Stuttgart (Alemania).


La gimnasia rítmica lo es todo para Artemi. "Dedico mi vida a esto. Es una vida disciplinada, ordenada, dura, porque renuncias a muchas cosas, pero cuando te ves en el podio sientes que ha merecido la pena. Dejas de lado cosas que haría la gente de tu edad, pero a mí me compensa. Llegar a unos Juegos es lo máximo para un deportista", explica la gimnasta. Gracias a su hermana Dafne conoció que la rítmica es un espectáculo plástico que combina precisión, armonía y técnica. Que flexibilidad, fuerza, coordinación y agilidad son cualidades que explotan desde pequeñas. A los seis años pisó el tapiz y, desde entonces, ha embellecido un currículum que se llena de medallas de todos los colores.


"Se me daba bien, así que mis padres me apoyaron para que siguiera. Estuve en el equipo nacional griego con el que disputé un Europeo y un Mundial, siempre en individual. Hasta 2012, cuando me propuse venir a España. En Tesalónica, como en todo el país, la situación económica es difícil. Al deporte también le afecta y por eso tomé la decisión. Quería crecer y en el CAR de Madrid encajé en el conjunto. Me pena por mi familia, que está allí, pero ha sido lo mejor para mi futuro deportivo", explica Artemi. La Federación Internacional de Gimnasia aprobó en febrero de 2013 su cambio de nacionalidad. Un mes después, la gimnasta debutaba en el Grand Prix de Thiais, subiendo al segundo cajón del podio en la final de 10 mazas y colgándose el bronce en la general de conjuntos. En mayo consiguió la ansiada beca para prepararse en la Blume, donde ahora estudia Administración y Dirección de Empresas.


En el centro de alto rendimiento de Madrid, Artemi Gavezou saborea el yogur y el queso feta, placeres griegos que se permite "en las dosis justas". Aunque son sus dos años de éxitos, en los que sobresalen los dos oros mundiales en Kiev (2013) y Esmirna (2014), lo que le provoca una sensación "de inmensa felicidad". El camino no ha sido fácil. "De vivir en un piso sola, a conseguir la beca en la Blume. De las primeras pruebas para lograr un puesto de titular en el conjunto español, a que la Federación Aragonesa me acogiera y con la licencia pudiera ir a campeonatos. Pero todo ha sido más fácil gracias al apoyo de la gente de aquí, que me ha hecho sentir muy cómoda", apunta.


El camino a la gloria no es fácil. "Todos los deportes requieren disciplina, pero en la gimnasia rítmica, en el conjunto, es más claro. Es el día a día, siete horas de trabajo, repeticiones y más repeticiones del ejercicio para conseguir la sincronización perfecta. Cada movimiento, gesto, figura, control de los aparatos... Es un trabajo de equipo, de cinco personas. Si una falla, fallamos todas", afirma la internacional.


En el último Mundial de Stuttgart, el conjunto nacional obtuvo el premio a su inmenso sacrificio: la medalla de bronce en el concurso general, tras Rusia y Bulgaria. Un éxito que vino acompañado del billete para Río de Janeiro. "Actuamos con energía, nos sentimos muy bien", recuerda Artemi, que rió y lloró en apenas 24 horas. Si el sábado subía al podio, al día siguiente, en la final por aparatos (cinco cintas), donde España defendía la corona mundial, la gimnasta escuchó cómo "crujía" su pie izquierdo. "Fue a mitad del ejercicio, en un impulso. Pude seguir con dificultad, un minuto que se hizo eterno, aguantando las lágrimas", recuerda Artemi, que mitiga el dolor con la satisfacción de sentirse olímpica. "Cuando vine no imaginaba que el sueño de niña se haría realidad. Un sueño del que también forma parte Aragón", concluye.

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