La resaca de la riada, seis meses después

Estos días las riberas del Ebro son un remanso de paz en plena ciudad. Vecinos que pasean de sombra en sombra, ciclistas que avanzan soportando el calor, algún turista despistado... El río pasa en sintonía con este ambiente, lento y silencioso con su nivel más bajo del año. Este panorama choca con el que se recuerda si se echa la vista seis meses atrás. Entonces, las orillas del Ebro aparecían atestadas de gente que se asomaba a ver el espectáculo en el que se convirtió un río que superó todas las previsiones, y que pocos recordaban tan enfurecido a su paso por la capital aragonesa.

El 2 de marzo, Zaragoza recibió la punta de la gran avenida, con 2.610 metros cúbicos por segundo. Hubo garajes, almacenes y locales inundados en varios barrios, resultaron afectadas instalaciones deportivas y colegios, se cerró el parque del Agua, el más grande de la ciudad, con casi todos sus negocios dañados... Ayer, a punto de cumplirse seis meses de ese momento, el Ebro llevaba 52 metros cúbicos por segundo, aunque este verano ha llegado a bajar de los 30, que es el caudal mínimo ecológico que marca la normativa.

Los expertos apuntan que no se trata de algo excepcional, y que el estiaje de este verano está siendo el habitual, a pesar de que el año hidrológico ha estado marcado por la gran riada de febrero-marzo. Ramón Sánchez, técnico de hidrología de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), apunta que "la fluctuación del caudal es la habitual de los ríos mediterráneos". Según Sánchez, hasta la gran riada de febrero, la mayor en más de 15 años, "entra dentro de lo normal", aunque fuera "algo más intensa" de lo habitual.

Sus altos niveles no han tenido ningún efecto en la época de estiaje, y tampoco en el propio cauce, una vez que este se ha podido revisar con calma con las aguas retiradas. Si con la riada de 1961 se creó el galacho de Juslibol, en esta ocasión no ha ocurrido nada parecido, más allá de la acumulación o el movimiento de gravas y sedimentos.

El técnico de la CHE destaca la importancia del papel "regulador" del embalse del Ebro, que permite mantener un nivel mínimo hasta en épocas de sequía. De no existir, no se podrían mantener los regadíos sin dejar el río prácticamente seco.

Sin conocer los datos de los aforos, a simple vista se percibe la tremenda fluctuación del río de invierno a verano. Los caminos, praderas, piscinas e instalaciones deportivas que estos días disfrutan los zaragozanos hace seis meses estaban completamente anegados. El 3 de marzo, el Ebro llegó a los 6,1 metros de altura a su paso por la capital aragonesa. Ayer, el agua apenas levantaba 77 centímetros desde el fondo del cauce.

Julio Jiménez es una de las personas que mejor conoce el comportamiento del río en verano a su paso por Zaragoza. Desde hace tres años lleva el Félix de Azara II, el barco turístico que une el embarcadero del Náutico con el de la Expo. Jiménez confirma que el estiaje de este año es "el normal", y que el efecto más importante de la riada ha sido "que hay mucha gente que pregunta hasta dónde llegó el río".

Aunque en el cauce también se notan algunas consecuencias: "La riada debió mover algunas gravas junto al Pabellón Puente, por lo que hay más calado. Este año podemos llegar hasta allí y dar la vuelta, a la gente le gusta mucho". Lo que sigue resultando imposible es atravesar el puente de Piedra. Allí, Julio Jiménez se ha fotografiado en verano con el agua por los tobillos. Así, el barco no puede pasar.

Para hacerlo, haría falta un dragado en el canal de navegación, algo que el nuevo gobierno municipal anunció que no haría. De hecho, la propia navegación se pondrá en entredicho si tampoco se retiran gravas de la pasarela del Voluntariado.