Los fantasmas del museo

Exploraciones alternativas de las colecciones del Museo del Prado. Caixaforum expone la intrahistoria del espacio como otro de los relatos posibles.

'La cámara de Felipe IV en el Real Sitio del Buen Retiro', 1881. Vicente Poleró y Toledo
Los fantasmas del museo

Gruppo di famiglia in un interno’ fue la penúltima película de Visconti. En España la titularon ‘Confidencias’, pero su título italiano es el de un cuadro de género: ‘Interior con grupo familiar’. El protagonista de la película ("el profesor", Burt Lancaster) coleccionaba pintura antigua, y le vemos observar con una lupa un cuadro que alguien le ofrecía. Es obvio que esos cuadros que atesoraba "el profesor" no jugaban en la primera división de la pintura, pero parte de encanto del arte se esconde en esta retaguardia, cuadros de género, bodegones, interiores con figuras, retratos por encargo, a los que podemos aproximar la lupa, aproximación a la que se prestan con mayor generosidad que las grandes obras, que nunca llegaremos a contemplar sin prejuicios, pues nunca será, cuando las veamos en el Museo, la primera vez que las veamos, por más que sea ésa nuestra primera visita a una ciudad, porque su imagen la conoceremos de antemano, gracias a las ilustraciones, a internet, y porque el estilo del pintor famoso que lo firma, sobre el que tanto hemos leído, sobre el que se acumulan interpretaciones, eclipsa la materialidad icónica de lo que se nos muestra, resultando que, en realidad, se ha ocultado dentro de su aura.


‘Los objetos hablan’, la exposición del CaixaForum, explora los fondos del Museo de Prado, y saca a la luz algunas piezas que se prestan a ese examen con lupa. Muchas son pinturas excelentes, pero la gracia está en que se presenten sin la arrogancia de obras maestras. Es una exposición didáctica, y altamente recomendable para un público escolar, al que, afortunadamente, se trata aquí como lo que es, un público más inteligente y despierto que el adulto, invitándole a mirar con ojos críticos, descubriendo la carga de significado que los cuadros encierran, y su funcionalidad, algo que la beatería estética y la ignorancia tienden a ocultar. Pero este curioso material didáctico invita a otros recorridos.


Uno de ellos, a nivel técnico, habla de cómo los "objetos", individualizándose, permiten la experimentación con la luz y sus efectos. Podemos apreciarlo en un bodegón del XVII atribuido al holandés Willem Claesz Heda o a su taller, un cuadro que, gracias a la web del Prado, nos enteramos de que vuelve a Zaragoza tras dos siglos, pues fue propiedad de María Teresa Vallabriga y Rozas (retratada por Goya y enterrada en el Pilar). También podemos apreciar en los géneros más caprichosos, como en el trampantojo, un anticipo de las vanguardias, y en concreto, del Cubismo. ‘Armas y pertrechos de caza’, atribuido a Vicente Victoria, incorpora como ficción pictórica tanto una firma falsa de Velázquez como un falso orificio en la pared.


Recuerdo que cuando se discutía sobre si las obras de La Almudena debían o no acabarse, Francisco Umbral terció diciendo que Madrid no necesitaba otra catedral que El Prado, que se le pusiera en lo alto una cruz y punto. Al igual que una catedral, con su cabildo, escolanía y sacristanes, puede considerarse república o ínsula independiente, ubicada dentro de una ciudad, pero con reglas propias, un Museo como

El Prado disfruta de una vida autónoma, subterránea, paralela a la evolución del mundo alrededor. En ‘Los objetos hablan’, la intrahistoria del propio Museo es otro de los relatos alternativos. Varios de los objetos físicos, no pintados, que se exhiben tienen que ver con ello. Por ejemplo, la escribanía de plata que nos dicen que lucía sobre la mesa del director del Prado. Y también un cuadrito muy curioso: ‘La cámara de Felipe IV en el Real Sitio del Buen Retiro’, obra de Vicente Poleró (1824-1911), quien, más que como pintor, es conocido por haber sido restaurador en ese mismo Museo, y por haber publicado en 1855 un influyente libro sobre el ‘Arte de la restauración’. El cuadrito al que me refiero tiene que ver con este trabajo. Poleró intenta enseñarnos, con criterio historicista, cómo pudieron ser las estancias del palacio de los austrias en tiempos de Carlos II.


En las paredes del salón donde están el rey niño y su madre, la regente, aparecen algunas obras maestras de Velázquez, entre otras ‘Las Meninas’, en una disposición plausible, que se asemeja a los gabinetes de coleccionistas del XVII.


Esta pintura es ya el testimonio de una época ecléctica y desconfiada de sí misma (finales del XIX) en que la historia de la pintura se ha convertido en tema para la pintura. La gran época de los museos coincide con la desconfianza en que se sigan produciendo obras maestras.