Aragón

Huesca, por Nicolás Viñuales

Un libro y una exposición, en el Matadero, descubren la obra del fotógrafo altoaragonés (1882-1927).

Huesca, por Nicolás Viñuales

En varias de las ediciones de Huesca Imagen y en los fotos de la Fototeca se ha exhibido el rico patrimonio fotográfico oscense. Pero no todo estaba al descubierto. Gracias a su madre, hace alrededor de treinta años, a José de la Gándara le llegó un fondo excepcional, que él ha bautizado como Archivo Viñuales (www.archivovinuales.com): alrededor de 4.000 fotos que habría tomado Nicolás Viñuales (1882-1927), hijo de la nobleza y comerciante él, como sus antepasados, con establecimietno en el Coso Bajo 49.


Nicolás coincidió en el tiempo con algunos de los grandes fotógrafos de la provincia y de Aragón: Fidel Oltra y su hijo José, Ricardo Compairé, Feliciano Llanas, Ildefonso San Agustín, etc. Nicolás Viñuales -que tenía un hermano, Elías, que continuaría su labor en el negocio familiar, y tres hermanas- se manifiesta como un fotógrafo sensible, de buen gusto, curioso y con una cuidadosa interpretación de la realidad. En sus fotos -60 de ellas se exponen ahora en el Matadero; más de un centenar integran la monografía ‘Nicolás Viñuales. Fotógrafo de la sociedad oscense del comienzo del siglo XX. Volumen 1 (Pasion por los libros) del propio De la Gándara- explican cómo se moderniza la ciudad a través de la aviación, las motos y los coches.


Hay secciones dedicadas a las prácticas de vuelo, de las que Huesca fue pionera con figuras Campaña ("Campaña quiere volar", escribió Viñuales), y los franceses Jules Vedrines ("el rey de los aires"), Fronval y Bourgeois; sus exhibiciones eran seguidas por la multitud. Viñuales, apasionado por los viajes y el excursionismo, captó muchas instantáneas y algunos accidentes. Las fotos de coches, como sucedía como Jacques Henri Lartigue, son una crónica de la burguesía oscense y de la evolución del parque automovilístico. Hay imágenes estupendas.


Le interesaba todo y se detenía en los detalles: en la arquitectura, de la ciudad y de los afueras. Como si fuera un pintor impresionista, le atraían las panorámicas, las meriendas, las estampas en mitad de la alameda o ante la corriente del río Isuela, que inmortalizó en fotos de atmósfera bucólica o romántica.


Cabe decir que era un fotógrafo de espacios abiertos; algunas de sus fotos son maravillosas, matizadas, insólitas e incluso juguetonas, como sucede con varias tomas de sus amigos en el Salto de Roldán, en Guara, hacia 1907, pero también con el castillo de Loarre, con Las Miguelas y el puente o con algunas visiones del paisaje tras la nieve. Una de las más sugerentes y cinematográficas la tomó en enero de 1925, en el paseo de la estación. Huesca está desconocida:podría ser el escenario glacial del ‘Doctor Zhivago’.


Mujeres en el jardín


Como hizo Ricardo Compairé, también se aproximó a las ferias: de ganado, de cebollas, etc. A Nicolás Viñuales le interesaba sobre todo la gente: las masas humanas (a veces se acerca a algunas realizaciones de Lucien Briet o Martin Chambi), las familias, los niños, las mujeres en el jardín. Era un enamorado de la belleza y la buscaba a través del objetivo.


Al parecer tenía un huerto y allí llevaba a sus modelos: a su esposa, a su cuñada, a algunas amigas, a niñas y niños. "Los fondos de hojas o rosales constituían un elemento imprescindible de la composición pues permitían tamizar la luz según los requerimientos, además de dar un aire nuevo y natural al retrato", escribe De la Gándara. A veces, da la sensación de que incluso prepara escenas para ser fotografiadas como sucede con un aparente duelo. Una de las últimas fotos que debió de realizar fue el reportaje que le hizo a Miguel Fleta y a su mujer Carmen Fillat en 1927. Poco después, en agosto y con apenas 45 años, fallecía.


Solía trabajar con cámaras monofocales y estereoscópicas, usaba placas de gelatino bromuro y también manejó una espectacular Contessa Nettel; fue galardonado en 1924 por la Sociedad Fotográfica de Zaragoza.


Tuvo una vida discreta: le gustaba el ciclismo, viajó a París, aunque solía ir más a Biarritz y a San Sebastián; también estuvo en Sevilla, pero su auténtica pasión era Huesca, que él vio como una provincia exuberante y como una ciudad minúscula que abrió las puertas a la modernidad, así, suavemente, como quien no quiere la cosa. "El tiempo ha ido cargando de significado cada uno de estos retratos", anota José de la Gándara. Y añade: "Es el valor del tiempo, en definitiva el valor del recuerdo lo que nos permite conocer mejor de dónde venimos". Nicolás Viñuales fue un artesano sensible de la mirada.

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