Tres décadas con un vecino tóxico

Ayuntamiento, vecinos, agentes sociales y ecologistas reclaman explicaciones claras y una actuación integral para controlar la contaminación

"En 30 años no se ha vivido nada parecido. Nos tendrán que explicar qué está sucediendo. Ha llegado el momento de que se pongan las pilas porque esto es una prioridad". El alcalde de Sabiñánigo, Jesús Lasierra (PSOE), es rotundo a la hora de reclamar una solución integral para los residuos almacenados en el municipio. Le duele ver el nombre de su ciudad asociado al lindano, "porque parece que somos los culpables cuando somos las principales víctimas", y cree que la inquietud social merece explicaciones y actuaciones.       


Sabiñánigo convive con este pesticida desde 1975, primero con la fábrica y luego con los residuos que dejó Inquinosa. Especialmente el barrio de Puente Sardas, cercano a la planta (hoy una ruina industrial) y a los dos vertederos (Sardas y Bailín). "La fábrica era trabajo y preocupaba el cierre, incluso nos acostumbramos al olor de los camiones cargados de residuos, pero cuando se empezó a investigar todo... Creo que la gente nunca pensó que el lindano iba a llegar al río. El mal ya está hecho y tenemos un problema monumental, aquí y aguas abajo", lamenta Juan Carlos Rufas, presidente de la Asociación de Vecinos Virgen del Pilar, a quien le preocupa que los recortes económicos por la crisis afecten a los planes de descontaminación. "Ya que han empezado, deberían dejarlo todo limpio", dice. 


El olor desapareció cuando se cerró Inquinosa a principios de los 90, pero volvió este verano. El primer día que se notó fue el 21 de junio, cuando se celebraba la carrera cicloturista Quebrantahuesos, con 30.000 personas en la calle. "Los de fuera no lo percibieron, pero los de aquí sabemos cómo huele el lindano", dice el alcalde, vecino del barrio de Puente Sardas. Aunque no se ha visto afectada el agua de boca (la toman 6 kilómetros más arriba, del río Aurín), la alerta en los pueblos de la cuenca del Gállego se ha vivido "con gran inquietud", asegura Lasierra, quien reclama "una solución definitiva al grave problema que tenemos desde hace 30 años" y explicaciones claras. Para la mayoría de los vecinos, tanto los olores como la contaminación del agua del río tienen que ver con el movimiento de los residuos en Bailín, pero quieren saber qué falló y quién es el responsable.  "El agua cambiaba de color"

También ha vivido de cerca el problema José Ángel Pérez, secretario local de UGT, que creció en una casa junto al embalse y frente a la fábrica, ya que su padre trabajaba en la presa. "Le decían que cuando viera algo extraño avisara para parar las turbinas. El agua se ponía de todos los colores: azul, verde, rojo...", señala. Él reconoce que "mucha gente ha echado tierra sobre el tema para evitar perjudicar la imagen de Sabiñánigo y el turismo, pero al final todo sale". Ahora le preocupa que la fábrica esté abandonada, que en Sardas no se hayan desalojado los residuos (ha habido que variar el recorrido de la autovía), así como la posible existencia de otros puntos de vertido. 


Este sindicalista reclama al Gobierno aragonés la realización de un estudio epidemiológico. "Es cierto que se hacen estadísticas sanitarias de enfermedades, pero se toma como ámbito toda la comarca y se debería reducir la cuadrícula", sugiere.


Sin embargo, Pedro Grasa, empresario, presidente de la Comarca del Alto Gállego y concejal del Ayuntamiento de Sabiñánigo (PAR), opina que "la situación ha estado controlada, porque el lindano estaba confinado". A su juicio, el Gobierno de Aragón ha actuado "con determinación, porque los problemas no se pueden dejar ocultos, hay que sacarlos y hay que intentar tratarlos", pero "no hay que ser alarmistas". Sabiñánigo es capital de una comarca turística que "no se ha visto afectada", asegura, "aunque no es buena propaganda que se hable de la contaminación"."Nadie nos creyó"

Quienes primero lo hicieron fueron los ecologistas, en los 80. Mariano Polanco estaba en la asociación Adepa y actualmente es portavoz de Ecologistas en Acción. Al principio, recuerda, "nadie nos creyó", incluso sufrieron  amenazas y agresiones, pero el tiempo les ha dado la razón. "En el origen había inquietud en un pequeño núcleo de personas, sufrimos una abierta hostilidad porque todo el mundo hablaba de los puestos de trabajo", explica. "Las instituciones intentaban taparlo y la mayor parte de la gente hacía más caso de ellas que de un grupo que tachaban de locos".   


Hoy sus críticas van dirigidas a cómo se gestionan los suelos contaminados. "Las actuaciones han estado urgidas por emergencias, sin planificación", señala. A su juicio, la percepción que la ciudad tiene de este problema ha cambiado. "No es consciente de la bomba que pesa sobre ellos, pero sí de que hay un peligro, y más al ver la repercusión río abajo. La charla informativa celebrada el jueves por la DGA, lejos de tranquilizar, sembró más dudas", afirma. 


En su opinión, ahora todo el mundo se ha dado cuenta de que "la riqueza generada en su día por Inquinosa es pecata minuta al lado de lo que va a costar la descontaminación", con la gestión de los vertederos, la limpieza del Gállego e incluso los abastecimientos de agua alternativos.