Aragón

Niebla

En esas tardes, cuando el cierzo nos abandona y la niebla todo lo envuelve, cuando los transeúntes no ven la parte más alta de las torres de las iglesias y dejan que se desvanezcan entre la bruma sus pasos perdidos, Zaragoza baja de los tejados para posarse en el silencio de sus calles y sus gentes.


Se vuelve a poner en pie la Torre Nueva y los ladrillos sordos del Torreón Fortea discuten con los fantasmas olvidados de los relojes y campanas, entonces, la estatua de aquel hombre sentado que mira el espacio que dejó la dama inclinada, se sacude el polvo, se pone en pie y vende barquillos a los zagales que juegan en la plaza San Felipe. Las cigarreras vuelven a cogerse capazos en el Tubo, entre bares y cabareteras, donde no palpita el corazón, que retumba a trompicones, vuelven a escucharse los cuplés de las vocalistas, y los vítores salen del Plata tras la actuación de la Boina, haciendo los sueños de poetas y artistas. En ese momento, Zaragoza y su niebla se vuelven mágicas.


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