No se rinde

Al amparo de la noche, la extraña comitiva atravesó presurosa la ciudad, presa de alguna que otra mirada furtiva y sentido padrenuestro. Tras el refugio de las ruinas, el gélido viento hizo acto de presencia, e implacable como sus gentes, puso a temblar a los osados extranjeros. Para su alivio, y ya en mitad del viejo puente, el sargento dio la fatídica orden. Sin palabras, los dos prisioneros fueron empujados hasta un saliente, y con singular superstición obligados a darse la vuelta, pues no había soldado, por poco piadoso que fuera, que quisiera ver el rostro de tan tamaño sacrilegio. El viejo sacerdote miró de reojo al otro, que rezaba sereno. “Valiente hasta el final” exclamó. Este le respondió con una tímida sonrisa. Con el cierzo de frente y el Ebro rugiendo bajo sus pies, los Padres Boggiero y Sas, miraron a su querido Pilar, felices de poder encomendarse a la Virgen, antes de que unas cobardes bayonetas francesas atravesaran para el recuerdo su heroico y leal corazón.


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