Alfonso I de Aragón, Talesa de Aragón y Gastón de Bearn

Pasean Talesa y Gastón por la desierta calle Alfonso, de la capital zaragozana,

cuando el Pilar ya ha enmudecido y se yergue orgulloso, apuntando al cielo despejado por el Cierzo.


Se sienten ufanos de que las huellas de sus pasos no se hayan perdido, después

de tantos siglos.


Atraviesan la explanada recreándose en lo que les rodea y llegan ante el

Crismón, que les sorprende gratamente verlo en la pared de la basílica incrustado.

-¡Como le gustaría ver esto a nuestro querido Rey Alfonso!–exclama la dama

con un suspiro.

-Razón tenéis, -escuchan a sus espaldas.

Allí está. Tan majestuoso y entrañable como siempre.

-¡Amigos!-exclama abrazándoles.

-Vamos. Nuestro tiempo es pasado. Somos privilegiados por haber podido venir

hoy aquí como testigos.

Y los tres de la mano, a través del Crismón son abducidos.