La rehén que se hizo amiga de su captor: 50 años de síndrome de Estocolmo

La extraña relación entre secuestrados y ladrones en el robo de un banco sueco, del que el 23 de agosto se cumple medio siglo, dio origen a este trastorno.

El secuestrador Clark Olofsson controla a dos rehenes en el asalto al Banco de Crédito de Estocolmo, en una imagen cedida por la Policía sueca.
El secuestrador Clark Olofsson controla a dos rehenes en el asalto al Banco de Crédito de Estocolmo, en una imagen cedida por la Policía sueca.
EFE

El 23 de agosto de 1973, un atracador llamado Jan Olsson irrumpió en la sucursal del Banco de Crédito del barrio de Norrmalmstorg, en el centro de Estocolmo. Comenzaba así un intento de robo que pasaría a la historia, pero no por el enorme botín sustraído o por un terrible balance de víctimas. Al contrario, el asalto terminó cinco días después, con una intervención policial que se saldó sin heridos. Pero lo que ocurrió en aquellas 120 horas de angustia entre los secuestradores y los rehenes fue tan insólito que ha llenado en el medio siglo siguiente los manuales de psicología y los periódicos. Hace 50 años nació el síndrome de Estocolmo.

Olsson, que tenía 32 años, era un criminal que ya desde adolescente se había especializado en robos a mano armada con violencia. En 1970, conoció en la cárcel a Clark Olofsson, un peligroso delincuente más joven (26 años) al que se llamó 'el primer gánster sueco', y quedó fascinado por él. Cuando en un permiso Olsson escapó de prisión, prometió que iba a sacar a su amigo de la cárcel: en Norrmalmstorg vio su oportunidad de hacerlo.

Olsson entró a fuego en el banco e hirió a un policía. Se atrincheró con cuatro trabajadores de la sucursal, tres mujeres y un hombre, e hizo públicas sus exigencias: tres millones de coronas suecas, dos pistolas, chalecos antibalas, un coche para la huida y, sobre todo, que llevaran al banco a su amigo Olofsson, una reclamación a la que la Policía sueca, sin poner ninguna pega, accedió.

Con los dos delincuentes y los rehenes encerrados, empezó la partida psicológica, y el carismático Olofsson tomó las riendas del robo. Primero, mandó a Olsson que desatara a las mujeres. Después, llamó al primer ministro sueco, Olof Palme, y le advirtió de que iba a matar a los secuestrados si no se cumplían sus exigencias. Y sin embargo, los rehenes empezaron a sentirse seguros con sus captores, mientras que desconfiaban de una violenta intervención policial que pudiera desencadenar un baño de sangre.

Kristin Enmark se convirtió en la cabecilla de los capturados. Tenía 22 años y pronto mostró una extraña actitud hacia los criminales. Cuando Olsson, en sus negociaciones con la Policía, le dijo a Sven Safstrom, el único rehén varón, «te voy a disparar en la pierna, pero voy a evitar los huesos, para no hacerte tanto daño», Enmark trató de tranquilizar a su compañero: «Sven, es solo en la pierna». Olsson no disparó, y la rehén, y el propio Safstrom, experimentaron por primera vez una sensación de agradecimiento que aumentaría con el paso de las horas.

Entre los dos delincuentes, Enmark sintió una empatía especial por Olofsson. «Había un acuerdo entre la Policía y él para que fuera el negociador. Cuando uno está en mi posición, haces lo que puedes. No era confianza, pero sentí que quizás debía respetar a ese hombre, ya que quizás podía hacer algo por nosotros», contó Enmark en una entrevista a la BBC en 2016. «Me acogió bajo su manto protector y me dijo: 'A ti no te va a pasar nada'. Es difícil explicarle a gente que no ha estado en esa situación qué significativo fue eso para mí. Sentía que a alguien le importaba. Quizás era un tipo de dependencia».

Tal fue su apego a los delincuentes que charló por teléfono con el mismo Olof Palme para decirle que en el atraco, «la Policía disparó primero». De hecho, en una situación impensable ahora, Enmark habló con la radio sueca por la noche y lanzó graves acusaciones contra los agentes.

Durante las cinco jornadas del secuestro, la Policía proveyó de comida y cerveza a los secuestradores y a los rehenes. Pero el 28 de agosto, las fuerzas de seguridad tomaron una decisión: romper la bóveda del banco y reducir a los captores con gases lacrimógenos, precisamente lo que había advertido Olofsson que no podía ocurrir si querían que el robo tuviera un final feliz. Pero Olsson y Olofsson no solo no cumplieron su amenaza, sino que se entregaron y liberaron a los detenidos. «No podíamos matar a los rehenes porque se habían vuelto nuestros amigos», reconoció Olsson años después del suceso. «¡Todavía estoy furiosa! Me parece que es un intento de asesinato lanzar gas lacrimógeno cuando hay seis personas atrapadas en una bóveda, sin saber si iban a poder entrar para rescatarnos», protestaba Enmark en la BBC.

Por el atraco Olsson fue condenado a diez años de cárcel y Olofsson, a seis. Pero aquello no fue el final. Durante estas décadas, la rehén Enmark y Olofsson se han escrito cartas y han mantenido su relación de amistad. Cuando la periodista de la BBC preguntó a Enmark si no había pensado decirle a Olofsson que robar bancos y capturar a desconocidos no está bien, la secuestrada respondió riéndose: «Pues sí... Le hablaré sobre eso la próxima vez».

El criminólogo y psiquiatra Nils Bejerot, que colaboró con la Policía durante el secuestro, acuñó el término 'síndrome de Estocolmo' para describir «un fenómeno paradójico de vinculación afectiva entre los rehenes y sus captores», un mecanismo de supervivencia que también puede darse, por ejemplo, entre las víctimas de violencia machista y sus agresores.

King Kong

La literatura, el periodismo y hasta el arte han extendido después su uso hasta convertirlo en un término común, y analizadas posteriormente, películas como King Kong han mostrado relaciones que podrían definirse como 'síndrome de Estocolmo'.

Probablemente el caso más famoso de supuesto 'síndrome de Estocolmo' ocurrió un año después del suceso sueco. En 1974, Patty Hearst, la rica heredera de un imperio periodístico que fundó su abuelo William Randolph Hearst, fue secuestrada por militantes revolucionarios de un pequeño grupo de extrema izquierda norteamericano llamado Ejército Simbiótico de Liberación. Después de que su familia donara seis millones de dólares para alimentar a gente necesitada, Hearst comenzó a simpatizar con sus captores. En 1975 fue detenida y condenada a 35 años de cárcel por haber participado en el robo a un banco, aunque solo cumplió cuatro.

La ciencia todavía discute si existe algo que se pueda llamar propiamente 'síndrome de Estocolmo' o si se trata solo de una manifestación más del denominado 'estrés postraumático complejo'. En un extenso trabajo publicado en la revista española 'Clínica y Salud', la investigadora mexicana Lucía Ester Rizo-Martínez, experta en Psicología, concluye que «aunque el término represente una aportación importante con respecto a la explicación de fenómenos observados en diversos grupos y casos en los cuales está presente la dinámica captor-cautivo, víctima-victimario, etc., queda clara la necesidad de realizar más estudios empíricos» para mejorar «la unificación de criterios diagnósticos».

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