Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La historia de Homo naledi: incógnitas de un insólito y controvertido humano arcaico

Hace diez años, se produjo un hallazgo singular relacionado con el origen del ser humano: los restos de una nueva especie completamente desconocida.

Especímenes de Homo naledi identificados en la galería Dinaledi. Se muestran 737 elementos anatómicos parciales o completos, de muchos de ellos se han encontrado varios especímenes.
Especímenes de Homo naledi identificados en la galería Dinaledi. Se muestran 737 elementos anatómicos parciales o completos, de muchos de ellos se han encontrado varios especímenes.
Lee Berger y colaboradores

En 2013 se dio a conocer un hallazgo singular en relación a la evolución y orígenes humanos. Uno de aquellos que se producen una o dos veces cada década: los restos de una nueva especie completamente desconocida hasta entonces. Sus descubridores la denominaron Homo naledi, en referencia a la cueva sudafricana donde fueron encontrados los restos: la cueva Rising star (estrella naciente). 'Naledi' significa estrella en sesoto, lengua bantú hablada en Sudáfrica y Lesoto, entre otros países.

Desde su hallazgo, la estrella de Homo naledi brilla con intensidad propia en el complejo firmamento del registro fósil humano, tanto por la cantidad de restos de esta especie que se han identificado como por sus particulares características.

El descubrimiento de Homo naledi también es singular por la forma en la que se produjo, digna de una película de aventuras. El 13 de septiembre de 2013 dos espeleólogos aficionados, Rick Hunter y Steven Tucker, que exploraban la cueva Rising star, dieron con una galería de difícil acceso a unos 30 metros de profundidad.

Rising star está formada por una serie de cavidades y galerías subterráneas. Es una de los centenares de cuevas dolomíticas que se encuentran en la Cuna de la Humanidad, a unos 50 kilómetros al noroeste de Johannesburgo. Con este nombre se conoce al conjunto de yacimientos sudafricanos que, desde los años treinta del siglo XX, han proporcionado fósiles de varias especies de homininos; entre ellas, Australopithecus africanus, Paranthropus robustus y Homo habilis.

Sección transversal de la cueva Rising Star donde se encuentra la galería Dinaledi
Sección transversal de la cueva Rising Star donde se encuentra la galería Dinaledi

La cámara identificada por Hunter y Tucker, denominada Dinaledi, solo había sido explorada previamente una vez a principios de los 90 y, desde entonces, ningún humano había puesto los pies en ella. En parte, porque para acceder a la galería se tiene que bajar por una estrecha chimenea vertical de 12 metros de largo, que en su tramo más amplio tiene 20 centímetros de ancho y en el punto más estrecho solamente 17 centímetros.

Una vez en la galería Dinaledi, Hunter y Tucker se percataron de que el suelo estaba repleto de huesos que podían ser humanos. Volvieron días después para tomar fotos con la intención de mostrarlas al geólogo Pedro Boshoff y al paleoantropólogo Lee Berger, ambos de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo. Cuando Boshoff y Berger las vieron, enseguida se dieron cuenta del potencial que encerraba Dinaledi.

Las astronautas subterráneas

En 2008, Lee Berger había identificado los restos de un nuevo hominino (Australopithecus sediba) de aproximadamente 2 millones de años de antigüedad, en otro yacimiento de la Cuna de la Humanidad, que durante décadas no había proporcionado nuevos hallazgos al estudio de los orígenes humanos. A finales de 2013 y en la primavera de 2014, Berger capitaneó dos campañas de excavación promovidas por la Universidad de Witwatersrand y la National Geographic Society para explorar la cueva Rising star.

Dadas las particulares características de la galería Dinaledi, Berger hizo un llamamiento a través de un mensaje publicado en Facebook para reclutar científicos con experiencia en excavaciones paleontológicas y en espeleología, y que también fueran lo suficientemente pequeños y delgados para penetrar en la cámara a través del estrecho conducto de entrada.

Fue así como se constituyó el equipo de seis científicas que sería conocido con el nombre de 'the Underground Astronauts' (las astronautas subterráneas) formado por las antropólogas K. Lindsay (Eaves) Hunter y Marina Elliott, las paleoantropólogas Elen Feuerriegel y Alia Gurtov, y las arqueólogas Hannah Morris y Becca Peixotto. La excavación del yacimiento se produjo, en palabras de Marina Elliott, en “unas de las condiciones más difíciles y peligrosas en las que jamás se haya llevado a cabo la búsqueda de fósiles sobre los orígenes humanos”.

Para entrar en la galería Dinaledi, las científicas tenían que estrujar su cuerpo a través de grietas y hendiduras en las que debían contener la respiración para poder impulsarse y avanzar. El interior de la cueva estaba húmedo y en total oscuridad, y era fácil resbalar y lastimarse. Mientras las 'astronautas subterráneas' realizaban su trabajo, el resto del equipo de Berger monitoreba todos sus pasos desde una tienda de campaña en la superficie para asegurarse de que en ningún momento –especialmente en las maniobras de entrada y salida de la cámara– se ponían en riesgo sus vidas.

En la primera campaña de excavación se recuperaron más de 1.500 fósiles de los sedimentos de arcilla del suelo de la galería Dinaledi. Los restos incluían huesos del cráneo, mandíbulas, dientes, costillas, huesos de la pelvis, de las extremidades superiores e inferiores, de manos y de pies casi completos; incluso huesos del oído interno. Se identificaron casi todos los huesos del cuerpo humano y algunos de ellos múltiples veces.

Los restos de H. naledi constituyen la colección más completa de fósiles de hominino jamás encontrados en África en un solo yacimiento, tanto por el amplio muestrario de elementos del esqueleto como porque se identificaron individuos de ambos sexos y de distintas edades. En conjunto, los restos correspondían a 15 individuos, seis de ellos adultos y nueve inmaduros. Es también una de las colecciones de fósiles humanos más completas del mundo junto con los especímenes de la Sima de los Huesos en Atapuerca.

Los restos de otros tres individuos, dos adultos y un niño, fueron hallados en una galería adyacente, la cámara Lesedi, y fueron presentados por el equipo del paleoantropólogo John Hawks en 2017. En total, hasta la fecha, y después de sucesivas excavaciones se han identificado huesos de por lo menos 27 individuos.

Un mosaico de rasgos modernos y primitivos

Para poder analizar la extraordinaria cantidad de fósiles recuperados, Lee Berger reclutó especialistas de todo el mundo en distintas áreas de conocimiento relacionadas con la paleoantropología, con la condición de que el fruto de sus investigaciones se compartiera de forma abierta con la comunidad científica. Los resultados de las primeras campañas fueron publicados en 2015 y revelaron inequívocamente que los restos hallados en Rising star correspondían a una nueva especie. Este nuevo hominino, reconocido desde entonces como Homo naledi, es una rara avis porque presenta una combinación única de rasgos anatómicos primitivos junto con otros modernos.

Comparación de las características del cráneo de Homo naledi y otras especies humanas arcaicas.
Comparación de las características del cráneo de Homo naledi y otras especies humanas arcaicas.
Chris Stringer, Museo de Historia Natural del Reino Unido.

Entre las características arcaicas destaca principalmente su pequeño cráneo, con una capacidad de 465–610 cm3, un tercio de la de los humanos actuales, y sus largos brazos, que lo sitúan más cerca de las especies tempranas del género Homo, como Homo habilis (500–900 cm3), que vivió en África entre 2,3 y 1,6 millones de años antes del presente (a.p.), o de los australopitecos.

A modo de comparación, Homo erectus, que vivió entre 1,9 millones de años y 117.000 años a.p., tenía un volumen craneal de unos 900 cm3 y los humanos modernos 1.270–1.330 cm3. Se calcula que los H. naledi adultos medían aproximadamente un metro y 40 centímetros y debían de pesar unos 40 kilos de media.

Debido al pequeño tamaño de su cráneo, inicialmente se creyó que los restos debían de ser bastante antiguos, entre 1 y 2 millones de años. Sin embargo, dataciones precisas realizadas en 2017 indicaron que este hominino vivió a finales del Pleistoceno medio, hace 335.000–236.000 años.

Este dato es sorprendente porque indica que una especie del género Homo con un pequeño cerebro sobrevivió en África hasta etapas tardías de la evolución de los homininos. Nunca antes se habían identificado restos de un hominino con un cerebro tan pequeño en África con una datación tan reciente. Curiosamente, la presencia de H. naledi en África se sitúa en el mismo período en el que tiene lugar el origen de nuestra especie (Homo sapiens) y, en paralelo, aparecen en el registro fósil de Europa nuestros primos hermanos: los neandertales. Ambos con cerebros mucho mayores.

Pero la sorpresa no se queda aquí, porque, como decíamos, H. naledi presenta también rasgos anatómicos modernos. Entre ellos se encuentran su mandíbula, sus dientes o la forma de sus pies, que es prácticamente idéntica a la nuestra y que lo posiciona claramente como miembro del género Homo. Tanto la forma del pie como sus largas piernas, indican que H. naledi caminaba erguido y estaba adaptado para andar largas distancias. Sin embargo, la forma de su pelvis y la forma y posición de las costillas en la caja torácica recuerdan a la de Australopithecus afarensis.

Las manos de H. naledi combinan rasgos primitivos con otros modernos. Entre los primitivos, se encuentra la curvatura de las falanges que, junto con la anatomía del brazo, sugiere que este hominino podría haber poseído una buena capacidad de trepar por los árboles. Por otro lado, tanto el tamaño como la forma del pulgar son modernos e indican que podía realizar la pinza de precisión y presión y, por lo tanto, manipular herramientas.

Preguntas todavía sin respuesta

La posición de Homo naledi en el árbol evolutivo del género Homo todavía no está clara. A pesar de su edad relativamente reciente, el linaje de esta especie podría tener raíces profundas. Algunos autores han encontrado similitudes entre este hominino y los fósiles de Dmanisi, en Georgia, con una antigüedad de 1,8 millones de años, que se atribuyen a formas tempranas de la especie Homo erectus.

Si realmente H. naledi se hubiera separado del tronco que conduce hasta nuestra especie en un momento tan temprano, ¿cómo se explica su presencia todavía en África centenares de miles de años después?

¿Podría ser que, aunque su cerebro fuese pequeño, la anatomía de este órgano hubiese evolucionado siguiendo un patrón similar al de otras especies de Homo que por aquel entonces habitaban la Tierra y le hubiera permitido un pensamiento y razonamiento complejos?

La acumulación de tal cantidad de restos en una cueva remota y el hecho de que únicamente se identificasen fósiles de hominino (y ni un solo resto de ningún otro animal) sugirió a sus descubridores la posibilidad de que los cuerpos hubieran sido depositados intencionalmente siguiendo algún tipo de rito funerario; una práctica que anteriormente se consideraba exclusiva de nuestra especie.

Hallazgos recientes, todavía no publicados, parecen reforzar esta idea, e indicarían también que H. naledi controlaba el fuego e incluso dejó marcas en las paredes de la cueva. De confirmarse, sugeriría que un cerebro de gran tamaño no es esencial para un pensamiento complejo. Pero de estos hallazgos y de su controvertida interpretación hablaremos en la segunda parte de esta historia.

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