Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Siguiendo los pasos de nuestros antepasados

Las huellas que hemos dejado en la arena de esa última playa, en el atardecer del último día del verano, se parecen asombrosamente a las pisadas que dejaron algunos de nuestros antepasados remotos en el registro fósil. Estas marcas son hoy un valioso vestigio que habla de la evolución del bipedismo, nuestro característico modo de locomoción.

Caminando junto al océano en una playa de Florida.
Caminando junto al océano en una playa de Florida.
EFE/EPA/CRISTOBAL HERRERA

El verano ha llegado a su fin, los días se acortan y comienza a refrescar. Un año más, muchos de nosotros damos por concluida la época de andar descalzos por la playa y retomamos, calzados, la rutina urbanita. Pero antes de olvidarnos completamente de la vida estival, miremos un vez más hacia atrás, hacia ese rastro de pisadas en la arena. Las marcas que han dejado nuestros pies en el sustrato blando de la orilla contienen información sobre nuestra forma de andar. Vemos la huella profunda que deja el talón, que es la parte del pie con la que iniciamos el paso apoyándolo primero con fuerza en el suelo. Le sigue la marca del arco del pie y, después, la impresión también profunda del dedo gordo, resultado del movimiento con el que impulsamos el pie hacia adelante para despegarlo del suelo en la zancada. Son rasgos distintivos de nuestro modo de locomoción bípeda.

Las marcas en la arena se parecen asombrosamente a las pisadas que dejaron algunos de nuestros antepasados remotos en el registro fósil. Ejemplos de pisadas fósiles como las de Laetoli o Ileret –conocidas con el nombre técnico de icnitas– no abundan, pero son un tipo de fósil muy valioso para entender la evolución de nuestro característico modo de locomoción. En este ‘Aquí hay ciencia’ seguiremos el rastro de nuestros antepasados a través de sus pisadas. 

Laetoli, Tanzania, 1976

En este yacimiento africano, preservadas en una fina capa de cenizas volcánicas, junto con huellas de otros animales y marcas de gotas de lluvia, el equipo liderado por la paleoantropóloga Mary Leakey descubrió, entre 1976 y 1978, un rastro de casi 30 metros que contenía 70 pisadas fósiles de un antepasado de los humanos. Las huellas de Laetoli tienen 3,6 millones de años (Ma) de antigüedad y corresponden a tres individuos que caminaron en una misma dirección, uno de ellos sobre las pisadas de otro. En 2015, fueron descubiertas 14 nuevas huellas de dos individuos a 150 metros de las anteriores. Se cree que todas ellas son de la especie Australopithecus afarensis, a la que pertenece el famoso fósil conocido como ‘Lucy’ (descubierto en 1974 en Hadar, Etiopía), porque en un lugar próximo y en la misma capa sedimentaria se han encontrado restos de esta especie.

Réplica de las huellas de Laetoli en el Museo Nacional de Naturaleza y Ciencia de Tokio.
Réplica de las huellas de Laetoli en el Museo Nacional de Naturaleza y Ciencia de Tokio.
Momotarou2012

Las huellas de Laetoli reúnen las características básicas de la locomoción bípeda que hemos descrito al inicio. Su hallazgo, y el de fósiles como Lucy, permitió determinar que los australopitecos caminaban erguidos y que, en la evolución de los homininos (grupo al que pertenecen los humanos y sus ancestros), el bipedismo es anterior al aumento del tamaño del cerebro que se produjo en el género Homo. Aunque estos bípedos conservan rasgos primitivos como brazos largos y falanges curvadas en pies y manos (que les serían de utilidad para agarrarse a las ramas de los árboles), un estudio de 2010 determinó que andaban con las piernas extendidas como nosotros, una locomoción energéticamente más eficiente que el bipedismo ocasional que practican simios como el chimpancé, con las extremidades posteriores flexionadas.

Ileret, Kenya, 2007

En el norte de Kenya, en la ribera este del lago Turkana, se encontraron, en 2007,  97 pisadas fósiles de, por lo menos, 20 individuos, en dos capas sedimentarias con una antigüedad de 1,51 y 1,53 millones de años, lo que las convierte en las segundas más antiguas después de las de Laetoli. Las huellas de Ileret se distinguen de las de Laetoli por que los pies que las dejaron tenían una anatomía que nos resulta muy familiar: dedos más cortos que los de los simios, el dedo gordo paralelo al resto, y un arco del pie como el nuestro. En áreas cercanas se han encontrado fósiles de Homo erectus de la misma antigüedad y se cree que las pisadas son de esta especie. Sus dimensiones también concuerdan con la altura y el tamaño de Homo erectus/ergaster. Las huellas de Ileret ponen de manifiesto que hace 1,5 millones de años los homininos habían evolucionado hasta desarrollar una forma del pie y una locomoción bípeda esencialmente modernas. Sus autores eran bípedos y andaban de una manera muy similar a la de los humanos modernos, con una transferencia de peso como la nuestra.

Happisburgh, Reino Unido, 2013

Las huellas más antiguas identificadas hasta la fecha fuera de África son las que se encontraron en 2013 en una playa cerca del pueblo de Happisburgh en la costa inglesa de Norfolk. Tienen entre 1 millón y 780.000 años de antigüedad, y se cree que las dejaron varios individuos que se desplazaron en una misma dirección por el margen de un río. Se estima que las dejaron individuos de distintas edades, de entre 0,93 y 1,73 metros de altura, y con una morfología de pies como la nuestra, arqueada y con el dedo gordo alineado con el resto. Podrían ser de Homo antecessor, la única especie de hominino que se conoce en Europa con esta antigüedad y cuyos restos se han identificado en Atapuerca. Las dimensiones de los pies que dejaron su impronta en Happisburgh y las alturas estimadas encajarían con las de los fósiles burgaleses del yacimiento de la Gran Dolina.

Antes de Happisburgh, las huellas más antiguas encontradas en Europa eran las de Ciampate del Diavolo, cerca del volcán de Roccamonfina al norte de Nápoles, en Italia, de 350.000 años de antigüedad. Tres rastros de pisadas de individuos bípedos que descendían por la ladera oeste del volcán y, en un de ellos, incluso hay pruebas de que su autor se resbaló porque dejó la huella ocasional de sus manos. Se cree que podrían ser de la especie Homo heidelbergensis. Más recientes son las del lago de Langebaan, en Sudáfrica, de 117.000 años de antigüedad; las más antiguas conocidas de un humano anatómicamente moderno. Se cree que corresponden a una mujer de nuestra especie, Homo sapiens, y por ello se conocen como las ‘huellas de Eva’.

Marcadores: pelvis, piernas, columna, cráneo y pies

El estudio de los fósiles es la principal fuente de información para comprender los cambios anatómicos que ha experimentado el esqueleto de los homininos en su adaptación a la locomoción bípeda. Rasgos como la posición adelantada del foramen magno –el orificio en la base del cráneo por el que sale la médula espinal– y el acortamiento de la base anterior del cráneo se emplean como marcadores de bipedismo. Otros caracteres distintivos son la forma de la pelvis (corta y ancha), el alargamiento de las piernas o una columna vertebral en forma de S. También los pies con una bóveda plantar marcada y un dedo gordo no oponible y alineado con el resto (como vemos en las especies de Australopithecus y de Homo). 

En el registro fósil, uno de los homininos bípedos más antiguos es Ardipithecus ramidus (de 4,4 millones de años), del que en 2009, se presentó un esqueleto casi completo, conocido como ‘Ardi’, que combina rasgos primitivos con otros más evolucionados.

Sus dedos largos y curvos, los pies con el dedo gordo oponible o una longitud similar de brazos y piernas indican que debía de desplazarse de forma ágil por los árboles sobre las palmas de las manos y las plantas de los pies como hacen los monos. En cambio, la parte superior de la pelvis lo relaciona con una locomoción bípeda más primitiva que la de los australopitecos posteriores. Ardi simultaneaba su vida en los árboles con desplazamientos como bípedo en el suelo; lo que se conoce como un bípedo facultativo o habitual.

¿Por qué se desarrolló el bipedismo?

Para muchos autores el hecho de andar erguidos es una de las características distintivas de los homininos. Pero, ¿por qué apareció? Hace veinte años se creía que el desarrollo del bipedismo estaba relacionado con la pérdida de densidad de los bosques en el África tropical y la extensión de las sabanas hace entre 4 y 2 millones de años (Ma). La ‘hipótesis de la sabana’ favoreció distintas teorías sobre el bipedismo, pero estas han quedado desfasadas con el descubrimiento de fósiles de homininos de más de 4 Ma como los de Ardipithecus. Los estudios de paleoecología indican que entre 7 y 4 Ma los hábitats de los homininos eran boscosos con algunos claros, pero nunca de sabana abierta. De este modo, el bipedismo se debió de desarrollar en un entorno boscoso como un medio de locomoción opcional como en el caso de Ardipithecus y, en algún momento entre 3 y 2 Ma, evolucionó a un sistema bípedo obligado como el nuestro, coincidiendo con la apertura de las sabanas y el nacimiento del género Homo. 

Recientemente se ha encontrado en Creta un rastro de 50 pisadas de un animal aparentemente bípedo de hace 5,6 Ma, dos millones de años más antiguas que las de Laetoli. La distancia de Creta con África complica su interpretación, y no está claro si corresponden a un hominino o un primate, que habría desarrollado de forma independiente una anatomía del pie similar a la de estos. El registro fósil nos depara todavía muchas sorpresas, ya sea en forma de pisadas o del esqueleto de uno de nuestros antepasados remotos, que nos permitirán reescribir una vez más nuestra historia evolutiva.

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