Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Ciencia que alimenta

Los mejores alimentos para imponerse a Djokovic en Wimbledon

Ciertos compuestos permiten estimar mejor la distancia, velocidad y dirección de un objeto lejano en movimiento. ¿Están en la dieta de Alcaraz?

Final del torneo de Queen's, Londres, entre Carlos Alcaraz y Alex de Minaur
Final del torneo de Queen's, Londres, entre Carlos Alcaraz y Alex de Minaur
PETER CZIBORRA

“No digo que no sea capaz de vencer a Novak Djokovic, pero creo que en Wimbledon tengo menos posibilidades de hacerlo que en otras superficies”. No lo digo yo, sino nuestro Carlitos -'Charlie'- Alcaraz. El mismo que confiesa que su dieta se basa mucho en pescado, pasta, chocolate y dátiles. Y el mismo que si quiere revertir lo primero, debería plantearse modificar la segunda e incorporar en sus menús más verduras de hoja verde, huevos y fruta.

La razón es que estos alimentos son ricos en carotenos (o carotenoides), los pigmentos lipofílicos responsables de los colores amarillos, rojos y naranjas de futas, vegetales, y también de la yema de los huevos. Y en concreto, son ricos en luteína y zeaxantina, los denominados pigmentos maculares por ser los dos únicos que se encuentran y concentran en la mácula; es decir, en la región central de la retina, donde se localizan la mayor parte de conos fotorreceptores; y, en consecuencia, la región responsable de la agudeza visual y 'a todo color'.

Estructuras químicas de la luteína y la zeaxantina
Estructuras químicas de la luteína y la zeaxantina

Ahora, un nuevo estudio ha venido a confirmar las conclusiones apuntadas por otros anteriores en la misma línea: que una concentración alta de pigmentos maculares mejora la visión funcional; esto es, la capacidad para estimar la distancia, velocidad y dirección de un objeto lejano en movimiento. O explicado de otro modo, con una elevada cantidad de pigmentos maculares en la retina, mayor es la distancia a la que se distingue con claridad un objeto volador al aire libre, al aumentar tanto la nitidez como el contraste de la imagen captada por el ojo. Lo que a su vez proporciona al cerebro la información para estimar aquellos parámetros de forma más precisa.

La luz visible está compuesta por la combinación de todos los colores (del arcoíris). Esto es vox populi. Ya no lo es tanto que cada color es la manifestación de una radiación con una longitud de onda determinada (en realidad, con un estrecho rango de longitudes de onda). Desde el violeta y el azul, los colores con la longitud de onda más corta, hasta el rojo, en el extremo de longitudes de onda más largas.

Si esto de las longitudes de onda te suena a galimatías, no te preocupes porque hay una forma muy pedestre y sencilla de verlo. Una onda viene a ser como una persona, que se desplaza con una zancada y una cadencia características (el equivalente a la longitud de onda y la frecuencia de onda respectivamente). Sucede que todos los colores (como todas las ondas electromagnéticas en realidad) se desplazan a la misma velocidad; y para que esto pueda ser así, aquellas con menor zancada tienen que implementar una mayor cadencia -cuanta menor longitud de onda, mayor frecuencia, de paso y de onda-, tienen que dar más pasos en el mismo tiempo. Tanto más cuanta más corta tengan la onda.

Y esto es importante a efectos visuales porque cuanta menor es la longitud de onda, mayor es la refracción y la dispersión que esta radiación experimenta al atravesar un medio -por ejemplo, el aire; pero también los distintos tejidos oculares.

La refracción se define como la desviación que sufre una onda de su trayectoria inicial. Así pues, la luz azul se desvía más que el resto de los colores (cuanta más pequeña es nuestra zancada y más pasos damos más fácil es torcer la trayectoria). O dicho de otro modo, se sale más del foco. En lugar de aterrizar en el foco de la visión, en el centro de la mácula, lo hace en el borde. Dando lugar a un efecto que se denomina aberración cromática y que se percibe como un difuso borde azulado alrededor del objeto que resta calidad a la imagen al impedir verlo con total nitidez, perfectamente definido.

El fenómeno de la dispersión, por su parte, es fácil de observar y de entender con la alcachofa de la ducha, que nos permite concentrar más los chorros emergentes para que nos den en ese punto de la espalda que tenemos contracturado, o abrirlos más para generar un agradecido efecto lluvia que nos alivia toda la chepa. Pues algo así sucede con los distintos colores (radiaciones de la luz visible), que se dispersan más o menos en función de su longitud de onda. A menor longitud de onda, más dispersión (si quieres puedes verlo como que cuantos más pasos damos y más cortos, más fácil es tropezar con un obstáculo); de lo que se infiere que el azul es el color que más se dispersa. Una dispersión que se manifiesta visualmente como una tenue luz azul o filtro azulado superpuesta a la imagen -como cuando ponemos y quitamos unas gafas de sol con cristal tintado de azul-. Y un efecto que reduce el contraste con el que se percibe el objeto contra el fondo; más aún cuando estamos al aire libre y ese fondo es predominantemente azul (celeste).

Y claro -o cada vez menos claro-, la suma de los dos efectos, pérdida de contraste entre el objeto y el fondo, y pérdida de nitidez o definición de sus límites, penaliza nuestra visión y con ello mengua nuestro rango visual: la distancia a la que somos capaces de percibir con detalle el objeto en cuestión.

Pues bien, la luteína y la zeaxantina actúan en la mácula como filtros de la luz azul: la absorben antes de alcanzar la retina y por tanto minimizan los defectos que produce y las limitaciones que estos suponen para nuestra capacidad de percibir objetos con nitidez.

En resumidas cuentas, que cuanto mayor sea la concentración de estos pigmentos maculares, más aguda es nuestra vista y mejor nuestra visión funcional, algo fundamental para los deportistas que basan gran parte de su éxito en su capacidad para predecir y anticipar la trayectoria de una pelota lanzada a gran velocidad, como es el caso de los tenistas (sobre todo en la hierba de Wimbledon, donde el bote es más bajo, más irregular y la bola sale más disparada).

Y aquí es cuando abandonamos el sentido de la vista y retomamos el sentido del gusto y, de paso, el sentido de que esta explicación sea de ciencia que alimenta: el cuerpo humano no puede sintetizar estos pigmentos y los tiene que asimilar a través de la alimentación (y no, las gallináceas tampoco pueden, la luteína de las yemas de los huevos proviene de la alimentación de mamá gallina). Así que, toma nota, Carlitos: si quieres tener más posibilidades de derrotar a Nole, menos pasta y ambrosía y más col rizada, espinacas, zanahorias y frutas. Y no te escudes en que las primeras son verdes, que eso no significa que no tengan bien de carotenos, que los tienen; lo que pasa es que el verde intenso de la clorofila los enmascara.

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