Por
  • Luisa Miñana

Lo malo, lo bueno, lo de siempre y lo inédito

Lo malo, lo bueno, lo de siempre y lo inédito
Lo malo, lo bueno, lo de siempre y lo inédito
Pixabay

Aunque la inteligencia artificial lleva tiempo entre nosotros, desarrollándose y siendo aplicada en diferentes ámbitos de la actividad humana, ha sido ahora, cuando hemos empezado a relacionarlos con ella mediante nuestro lenguaje gramatical natural, cuando nos estamos dando cuenta de la magnitud y profundidad de las implicaciones de su presencia en nuestras vidas presentes y, sobre todo, en el futuro. 

Como señalan Mariano Sigman y Santiago Bilinkis, "nos ofrece un canal de comunicación mucho más amplio, en el que el repertorio de cosas que les podemos pedir (a las redes neuronales) se expande en proporción al casi infinito poder del lenguaje y su capacidad combinatoria" (‘Artificial. La nueva inteligencia y el contorno de lo humano’).

Es en esa voluntad humana (todavía), es decir, en la definición de cuáles serán las funciones de valor y de uso con las que las AI realizan su aprendizaje, donde (al menos, por el momento) se encuentran los peligros y las oportunidades a los que nos enfrentamos ante este salto (no solamente) tecnológico, que lo está cambiando todo. El presente ofrece ya suficientes indicios de todo lo malo y también de cuánto bueno puede traer el nuevo paradigma de civilización. Tal ambivalencia no es nueva, por supuesto, cualquier desarrollo tecnológico la ha conllevado desde siempre, desde que el ser humano aprendió a producir y utilizar el fuego o las más primitivas herramientas.

A toda velocidad se nos van presentando nuevas situaciones y casuística debido a la capacidad de la inteligencia artificial de acumular conocimientos (nuestros conocimientos) y de avanzar opciones de gestión a partir de ellos, con mayor eficacia que nosotros

Por intentar representar en términos generales los peligros y oportunidades que ya suponen las AI, destacaremos, entre los primeros, su capacidad de extender y multiplicar la manipulación engañosa de la realidad (física y virtual), incluido cuanto se refiere a nuestra identidad personal, y especialmente preocupante por la utilización que ya están realizando los actores políticos de deriva autoritaria para socavar la confianza en la democracia. Al mismo tiempo, asistimos a beneficios impensables antes de contar con la colaboración de las AI. En investigación médica, por ejemplo, la inteligencia artificial parece ya indispensable: avances en la diagnosis precoz del Parkinson, de ataques cardíacos, búsqueda profunda de biomarcadores de enfermedades neurodegenerativas o identificación de tumores malignos, etc.

Los metaversos pueden ser meros universos de consumo y especulación, donde seguir engordando la codicia y la rentas de los señores tecnofeudales (Yanis Varoufakis). Pero también podrían democratizar y enriquecer nuestras experiencias de vida, poniéndolas de una manera virtual, pero cierta, al alcance de quienes no accederían quizás a ellas de otra forma, como, por ejemplo, las personas con discapacidades.

Estamos en un tiempo nuevo. Esto ya nos pasó otras veces. Lo inédito es la velocidad con que las nuevas situaciones y casuísticas se nos van presentando, precisamente debido a la capacidad de acumular conocimientos (nuestros conocimientos) de la IA y de avanzar opciones de gestión a partir de ellos, mucho más eficazmente que nosotros. A la sociedad civil nos toca despertar y, entre otras cosas, exigir formación, transparencia y colaboración entre gobiernos y corporaciones. 

Luisa Miñana es escritora

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