Por
  • Luisa Miñana

La casa

La casa
La casa
Pixabay

Hace unos días encontré en mi buzón una nota mecanografiada. Su autor decía estar interesado en la compra de una vivienda de las características generales de la mía y en mi barrio. 

Sin entrar en la veracidad o no de la propuesta, quería contar que esa nota, descaradamente buzoneada, me causó, más que sorpresa, mucha incomodidad por la forma tan banal y frívola de abordar como simple objeto de transacción económica la casa en la que vivo desde hace más de veinticinco años.

"Que la casa nos sirva de sostén con su memoria de nosotros", dice uno de los poemas de mi libro próximo ya entregado a edición, y que explica bien, creo, mi reacción emocional. Más allá de lo personal, me gustaría que la anécdota sirva para llamar la atención, como hace Joan C. Tronto en su libro ‘Democracia y cuidado’, recientemente publicado en España, sobre cómo, incorporada a la razón económica que hoy rige todo en nuestra vida, la casa ha dejado de ser un lugar propio, donde "el habitar es más bien siempre un residir junto a las cosas" (Heidegger, ‘Construir, habitar, pensar’). Tanto la codicia especulativa como la precarización económica han hecho de la casa un mero activo económico, ayudadas también, bajo la vorágine productiva, por la frágil vinculación del tiempo personal con su espacio y sus otros habitantes, humanos y no. Por eso, entre las necesarias tareas para el futuro, Emanuele Coccia (‘Filosofía della casa’) incluye como fundamental la de rescatar el hogar como hecho moral, como lugar (incluidas sus extensiones digitales) a través del cual reconfigurar nuestra relación con el mundo.

Luisa Miñana es escritora

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