Por
  • Fernando Sanmartín

Flores

Flores
Flores
Pixabay

Ventilar nuestra vida como se ventila una habitación. Conviene hacerlo alguna vez. Y otorgar a las cosas sencillas la importancia que tienen. Saber que el cruasán matinal puede ser nuestro caviar. O que comer una manzana nos acerca a la Biblia, aunque Josep Plá dijo que es una fruta que roza lo cursi. 

Y beber una cerveza cuando atardece nos convierte en dioses. Lo ha escrito el actor y poeta José Luis Esteban –en su libro 'Palabras que no he gastado'- cuando afirma que la cerveza es el agua oxigenada del espíritu.

Hay que ventilar nuestra vida. Y enriquecerla. Y subir a un avión, pero también conducir el automóvil para llegar a lo que está próximo. Porque lo cercano debe permanecer en nuestra jerarquía de valores. Sin motivo, hace pocos días, recorrí pueblos en los que no había estado nunca, lugares donde encuentras un silencio medieval, se exalta el sosiego y la gente, sin saber quién eres, te saluda en la calle. Estuve en Mesones de Isuela, en Chodes y en Tierga, donde tras comer en la fonda Esther fui a la iglesia, que estaba cerrada, y contemplé allí, en la caída de la tarde, un paisaje curativo.

Los viajes en automóvil, a diferencia de lo que pasa en un avión, muestran su sección de sucesos. Lo hacen en forma de flores que aún se ponen en algunos lugares de la carretera; flores que homenajean a personas que han muerto en accidente y su presencia tiene más fuerza para mí que cualquier campaña puesta en marcha por la D.G.T.

Esas flores descubren lo frágiles que somos. Las vi el otro día. Recuerdan la desdicha y no me dejan, a mi pesar, indiferente.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión