Por
  • Fernando Sanmartín

Pensar en voz alta

Pensar en voz alta
Pensar en voz alta
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Me lo dice un amigo: "Desearía que no hubiera lunes". Podría haberlo dicho Homer Simpson. O un miembro de la Cosa Nostra con una agenda repleta. Hay personas que desean pocas cosas. Son místicos. 

Y los hay con los que sucede lo contrario. Pero lo cierto es que los deseos nos rodean. Como los indios cuando atacaban un fuerte en el Far West. Se desea acertar una Primitiva, que llegue pronto el autobús urbano, un chuletón poco hecho, salir guapo en las fotos y que gane el Real Zaragoza.

Conozco a una persona que quiso hablar con su abuelo diez años después de su muerte. Y lo hizo ante la güija, en una sesión de espiritismo. Y el abuelo se manifestó para decirle, como único deseo, que dejara a su novia. Pero la sorpresa de la que no se ha recuperado fue que la novia, más tarde, lo dejó a él.

Conozco a los que desean adelgazar; y a los que pierden kilos y pierden alegría, algo que no es justo. Antes de engordarse, Marlon Brando hizo ‘Un tranvía llamado deseo’, la mejor imagen de un actor de Hollywood en camiseta. Son inolvidables unas palabras suyas que pronunció, al final de su carrera, como resumen: "Tuve buenos y malos años, y buenos y malos papeles, aunque la mayoría de ellos simplemente fueron una mierda".

Al pie de un Cristo de la catedral de Estocolmo -lo contó el escritor Rafael Pérez Estrada- alguien escribió varios deseos: "Hola, Dios, yo quiero que Eveline se enamore de mí, también quisiera tener dinero lo más pronto posible". Los deseos que se llenan de inocencia me conmueven. Por su carga de verdad. Y esto último nos conviene, mucho, en tiempos tan chungos.

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