Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Sí, seguía vivo, y ya es inmortal

Shane McGowan, en una imagen de 2020.
Shane McGowan, en una imagen de 2020.
H. A.

Se ha muerto Shane McGowan. Abundar en sus excesos con el alcohol y otras sustancias sería caer en temas mil y un mentados entre los millones de seguidores de The Pogues, la banda que lideró. El documental ‘Crock of gold’ (2020), producido por Johnny Depp y dirigido por Julien Temple, no se ahorra ningún detalle sobre los efectos en su físico e intelecto del salvaje estilo de vida que eligió el inglés más irlandés que haya habido sobre la faz de la tierra: cosas de alumbramientos y crianzas, de nacer y pacer, del dolor y el placer.

Las canciones están ahí. ‘Fairytale of New York’ es uno de los mejores villancicos que se han escrito: con él se llora y se brinda, se baila y se abraza. De ‘Fiesta’ no diré nada que no haya bailado ya hasta el menos jaranero de los mortales: bebida de la fuente original era todo un desparrame, pero también es muy posible que la hayan disfrutado en cualquier patronal de España y el extranjero, gracias a una charanga cercana a usted.

Son las dos favoritas de casi todo el mundo, en pugna con ‘Dirty old town’. Con el resto del repertorio ‘pogue’, que se extiende por tres décadas largas, se pasa de las baladas más tiernas a las patadas voladoras y el pogo desatado sin solución de continuidad: son los elementos arquetípicos de una noche de juerga concentrados en un rato de felicidad. Todo gracias al maestro de ceremonias, un loco de la vida con la sensibilidad a flor de piel, que supo redefinir el concepto de belleza en sus creaciones.

Nada importaba la dentadura destruida o la voz aguardentosa: cuando McGowan sacaba de adentro era complejo no caer rendido a sus pies. Cada canción proponía un viaje en rebobinado, y me atrevo a decir que sin asomo de intención: Shane McGowan era de su tiempo y también de otros, vivía en la tercera década de este siglo cuando medio mundo lo creía muerto, y se ha ido el mismo año que Sinead O’Connor, una especie de hermana pequeña que le salió en el camino al de Pembury: menudo concierto deben estar dando los dos en el más allá.

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