Siete días menos

Investidura de Jorge Azcón en las Cortes.
Investidura de Jorge Azcón en las Cortes.
Guillermo Mestre

Nuestro país, Aragón, tiene un nuevo presidente: Jorge Azcón Navarro (Zaragoza, 21 de noviembre de 1973). Es el décimo de nuestra historia como autonomía. Tomó posesión el pasado 11 de agosto en el palacio de la Aljafería. Y ahí pronunció su primer discurso como tal. Aunque el vídeo está disponible para quien quiera verlo en internet, esas primeras palabras son irrepetibles. Es lo que tiene. No habrá otra primera vez. Por eso, es de imaginar que tanto él como sus asesores pensarían en ello al preparar su contenido, donde se entreveran lo personal, lo institucional y lo ideológico. En buena medida, fue un remix simplificado de ideas que apuntó en el debate de investidura. En algunos momentos, vacío y hueco, en otros sugerente, sobre todo cuando se sale de lo previsible.

Comenzó confesando que nunca soñó en su carrera política con llegar a ser presidente. Es obvio que su meta era ser alcalde de Zaragoza y ahí habría seguido feliz. Como se deduce, no había pasado por su cabeza gobernar nuestro país. No estaba entre sus ‘ambiciones políticas’, pero el partido manda. La apuesta, de momento, ha salido bien. Corrían el riesgo de desvestir a un santo y quedarse sin ropa. Triunfaron, pero no del todo. Como dijo en la entrevista de Manuel López el domingo en HERALDO, prefería gobernar en solitario antes que pactar con nadie, pero los números son los que son. Gobernará con Vox y con el PAR. Un reto interesante –por no calificarlo de otra manera–, cargado de prejuicios a contrastar con los hechos, según pase el tiempo.

Y ese es un aspecto para rescatar de su discurso: su conciencia del tiempo y de la temporalidad. Va más allá de las idas y venidas de la cosa pública; más allá de los ‘cuatro años’ como "nueva oportunidad para tratar de constituirnos en el mejor legado posible para las próximas generaciones de aragoneses". Transmitió una percepción de la vida como etapas que se suceden y suceden entre generaciones. Sabe que forma parte de un proceso a construir sobre el legado recibido y que seguirá con quienes vendrán después. El punto ‘original’ fue reconocer que le "queda un día menos como presidente". Muestra su vis disruptiva, crítica e irónica respecto de sí mismo que esperemos conserve. Esto lo acompañó con su mención a "los miles de niños y jóvenes aragoneses", haciendo un guiño –no sabemos si casual o premeditado– "recordando a quienes lo hicieron posible para entregarlo a quienes nos sucederán". En su forma de empujar la historia, de insistir en nuestra españolidad, resultó cansino. Habría sido suficiente la cita literal de "Joaquín Costa para recordar que los aragoneses por serlo somos doblemente españoles". Cada quien tiene sus querencias, en su caso son obvias. No engaña.

Otro aspecto del discurso es la relación entre mirada, horizonte y acción colectiva. Para ello recurrió a sus años escolares, a un profesor anónimo que "instaba permanentemente a elevar la mirada, porque la belleza no está en el suelo sino hacia arriba, en los edificios, en la naturaleza o, sencillamente, en los ojos de la persona que teníamos delante". Esto tuvo su dosis de lirismo combinado con una propuesta política donde convoca al conjunto de la sociedad aragonesa a mirar a largo plazo. Y esto suena bien, pero es algo que no va a ser fácil, ni lo ha sido hasta hoy. No lo dice él, en Aragón no somos amables con nosotros mismos ni hemos sabido derrotar nuestro propio cainismo. Quizá funcione su idea de poner en marcha grandes proyectos como comunidad, haciendo un mejor Aragón, soñando y apostando por algo que aglutine voluntades. Hasta la fecha, no se vislumbra. Tiene a unos cuantos esperando su error. Hace bien en partir de lo que hay. Evita la tierra quemada y no cae en el adanismo. Quiere encontrar ese catalizador de voluntades capaz de impulsar el bienestar colectivo. Y en esto, de nuevo, juega con el tiempo apelando al futuro, que es presente, y al diálogo frente a los gritos. Aceptar que las ideas de uno no son las únicas posibles, como apuntó en el debate, es un detalle a valorar. Y deja a más de uno perplejo. Sabe que hay mucho por hacer. Ahora le toca servir y cumplir. Como escribía en estas páginas Víctor Orcastégui, "de momento, tiene el contador a cero", pero el reloj y el calendario ya han empezado a volar. Le quedan siete días menos.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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