Por
  • Alejandro E. Orús

Elogio de lo inútil

Elogio de lo inútil
Elogio de lo inútil
Pixabay

El debate de la utilidad o inutilidad de las cosas es también, de alguna manera, el de los límites del capitalismo. Hace una semana murió repentinamente Nuccio Ordine, autor de ‘La utilidad de lo inútil’ y lo hizo menos de 48 horas antes que el Cavaliere Silvio Berlusconi. 

La tentación de convertir a estos dos insignes italianos en una suerte de antagonistas es comprensible. Resultaría atractivo dada la coincidencia temporal de sus muertes, pero no por ello dejaría de ser un exceso. De Berlusconi se sabe mucho, de su personalidad arrolladora y dinámica y de su intensa vida de claroscuros a lo Caravaggio. Del profesor Nuccio Ordine baste con citar una de sus frases: "El saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de la omnipotencia del dinero y el utilitarismo".

Lo que está claro es que Berlusconi era casi una caricatura de otro tiempo y Ordine anunciaba una nueva época. La modernidad consiguió hace no tanto tiempo desasirse del hormigón y el asfalto, elementos básicos de un desarrollismo que empieza a ser superado. Y también de una idea de utilitarismo expansivo y sin control. El éxito actual –y admitámoslo, incluso cargante– de la sostenibilidad se fundamenta en la conciencia reciente e incómoda de una patente escasez de recursos.

Gandhi participaba de un optimismo básico por el que aseguraba que la Tierra posee lo suficiente para proveer las necesidades de todos. Sus temores los reservaba para la segunda parte de la frase: "pero no tanto como para satisfacer las ambiciones de cualquiera". Lo que viniendo de alguien tan frugal como él, vestido con unos trapos blancos –el típico ‘dhoti’– y sandalias, nos interpela a casi todos.

Este necesario reajuste de conciencias y ambiciones es a veces abrupto, como suele suceder en la redefinición de cualquier tipo de fronteras, pero el proceso es inevitable. En este sentido acaba de registrarse un hito que ha pasado casi desapercibido: la capital de Arizona, Phoenix, que cuenta con 1,6 millones de habitantes, ha paralizado nuevos proyectos urbanísticos porque ya no se puede garantizar agua suficiente en una urbe que se nutre de acuíferos sobreexplotados. Allí, el desierto aparentemente inútil es un límite. Y un reto para buscar nuevas formas de desarrollo.

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