Por
  • Alejandro E. Orús

Focos sobre el ring

El ring
El ring
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La saturación es una razón importante, aunque no suficiente, para explicar la mala fama que rodea a la política y aún más a los políticos. El momento es idóneo para recordarlo, entre dos relevantes citas electorales, con negociaciones en ciernes y mientras el hartazgo al que arrastran los tiempos políticos toma su forma definitiva.

No parece posible escapar al influjo amargo del monstruo. Muchos tratan en vano de cobrar distancia, al menos públicamente, alegando que no entienden de política o declarándose directamente apolíticos. Y sin embargo, ¿cómo dudar de su trascendencia?, ¿cómo abandonarse a la indiferencia o la resignación ante la sinuosa ciencia del poder?

Es más fácil sobreponerse si se sabe distinguir -un verbo extravagante en una época seducida por pintores de brocha gorda- entre la política como tal y su escenificación, que se concreta en la gresca dominante. En su epitafio virtual de Ciudadanos, Albert Boadella acaba de decir que el ambiente es semejante al de la bronca deportiva. Esta idea recurrente nos lleva a confiar poco en iniciativas como los debates electorales a pesar de su conveniencia y de ese halo de salubridad democrática que les acompaña. En ellos no hay otra cosa en juego que la exhibición oratoria ante el rival, un combate de destrezas argumentativas siempre bien estudiadas en el que se busca antes el fallo ajeno que la brillantez propia. Así se ganan los combates en el ring de la política española. Por si alguien lo dudaba, es el espectáculo el que se impone a las ideas.

Resulta significativo que sea Sánchez, con ardor de guerrero derrotado, quien apueste ahora con evidente desmesura por los debates, como si él fuera el aspirante al título. Dicen los augures que las reglas de la demoscopia apuntan a la irreversibilidad del nuevo ciclo. Y se anuncia, desdeñando cautelas, la hora de Feijóo, que llega aupado por los desastres del sanchismo y sin más propuestas prácticas que su derogación. Esto, que con matices ha venido sucediendo siempre en los relevos en la Moncloa, podrá servir para ganar unas elecciones, pero no para gobernar. Pronto los focos que iluminan el cuadrilátero amainarán su intensidad, pero será solo el intermedio de una velada sin final que algunos insisten en llamar política.

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