Que quince años son muchos

Recinto de la Expo en el 15 aniversario de la muestra.
El recinto de la Expo de Zaragoza, quince años después.
Guillermo Mestre

Hace cinco años, cuando el anterior aniversario de cifra redonda de la Expo, aún debía andar la conversación pública algo embotada por la resaca de aquellos tiempos extraordinarios, de tanta fiesta e infraestructuras pagadas por el Estado

Porque se habló todavía de pensar Zaragoza, de cómo y hacia dónde podía proyectarse. En 2023, esta es una población algo más avejentada, apagada, y casi la única cuestión que se suscita es la del aprovechamiento en la medida de lo posible de lo gastado entonces.

Qué lejanísimo suena aquello de confiar el futuro de las ciudades a levantar unos edificios o unos acontecimientos colosales. La Exposición Internacional prometía de ambas cosas en abundancia y eso lo cumplió, pero no llegaron las grandes transformaciones asociadas que también se habían anunciado, más allá de la reconciliación de los zaragozanos con las riberas del Ebro. Para empezar, se perdió la oportunidad de ligar a través de actividades e instituciones el nombre de la capital de Aragón con el lema de la Exposición Internacional, ‘Agua y desarrollo sostenible’, que sigue siendo una de las principales urgencias de nuestro tiempo.

Desde ya bastante distancia, la Expo se recuerda cada vez más como un carísimo fogonazo que sacudió Zaragoza unos meses, pero poco alteró su sustancia. Quizá porque si se estaba buscando un Guggenheim que la distinguiera, podría haberse reparado en que ya los había en casa, esperando su ocasión: ser la ciudad de Goya, el contar con un enorme casco histórico, la memoria de su capitalidad de la Corona de Aragón, las huellas de tantas culturas que la hacen única en el norte de la Península Ibérica… Estaban y siguen estando sin explotar.

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