Miguel Ángel Berna: "Bailaré hasta que me muera, pero este es mi último espectáculo propio"

El bailarín lleva al Auditorio de Zaragoza, de miércoles a domingo, su espectáculo ‘Rematadera’, con el que se retirará de los escenarios 

Miguel Ángel Berna posa ante la cámara durante un ensayo de su obra 'Rematadera', que llevará a la sala Mozart de miércoles a domingo
Miguel Ángel Berna posa ante la cámara durante un ensayo de su obra 'Rematadera', que llevará a la sala Mozart de miércoles a domingo
Toni Galán

Miguel Ángel Berna presenta, de miércoles a domingo en la sala Mozart, el espectáculo con el que se va a despedir de los escenarios, 'Rematadera'. Para él ha contado con su equipo habitual (Alberto Artigas como director musical, las voces de Lorena Palacio y María Mazzotta...). Ofrecerá cinco funciones, con entradas entre 15 y 25 euros, antes de llevar el espectáculo a otras ciudades. 

¿Qué es ‘Rematadera’?
Un espectáculo íntimo, personal, una especie de viacrucis que tiene el objetivo de reflexionar sobre lo que he hecho y reconducir mi carrera. Serán cinco días intensos: el cuerpo de baile tiene en el espectáculo cinco números de unos cinco minutos de duración, y yo otros tantos, pero los míos son de entre ocho y 10 minutos.

Hay quien piensa que esta retirada, como las de algunos toreros, no será definitiva. 
Uno es bailarín hasta que se muere, y seguiré bailando, incluso sobre un escenario, porque sé que me llamarán para alguna colaboración o algún acto benéfico. Pero será mi último espectáculo propio. Desde 1999 hasta hoy han sido 28 producciones, algunas más innovadoras que otras, y creo que ha llegado el momento de parar. 

¿Está cansado?
Físicamente me encuentro bastante bien, podría haber seguido bailando, pero siento que debo parar. He abierto caminos que ahora otros deben recorrer. He puesto la jota al nivel de la danza española y del flamenco, nacional e internacionalmente. 

¿Habrá gira de ‘Rematadera’? ¿Qué hará cuando acabe?
Ese es uno de mis objetivos, una gira para despedirme de mi público. Luego, no sé. Tengo muchos proyectos. Puedo abrir una fundación; hay que acabar el documental que está haciendo Gaizka Urresti, en el que voy a contar cosas que nunca he dado a conocer; existe un posible proyecto sobre las castañuelas; participo aún en ‘Eterno’, el espectáculo en torno a Picasso... Y, si me quedo sin nada que hacer, iré a bailar al campo. 

¿Es un adiós amargo o feliz?
Estoy muy satisfecho de esos caminos que he abierto, que ahora están recorriendo algunos de los que antes me criticaban. Lo he dado todo por mi tierra, aunque a veces me hayan apartado, o querido apartar, a un lado. Pero la polémica no me interesa: ojalá a partir de ahora haya más bailarines que sigan esos caminos. En esta tierra no es fácil; yo me he mantenido porque me he hecho un nombre.

Miguel Ángel Berna, durante uno de los ensayos de 'Rematadera'.
Miguel Ángel Berna, durante uno de los ensayos de 'Rematadera'.
Toni Galán

Usted se queja de que no hay bailarines.
De danza española y en Aragón, no los hay. Porque la jota aragonesa no pertenece en exclusiva a los grupos folclóricos, y hay que diferenciar el universo del grupo folclórico del del bailarín profesional. En preparación, envergadura y profesionalidad son distintos. En Zaragoza, un chaval que quiera estudiar danza española no tiene donde ir, se ve obligado a aprender fuera. 

Usted es profesor, lleva 15 años dando clases en la Escuela Municipal de Música y Danza de Zaragoza. ¿No ha creado escuela?
En la escuela hemos hecho cosas interesantes, pero allí la jota, aunque se toma muy en serio, no se ve como profesión, en parte también porque es difícil vivir solo de ella. Los alumnos vienen a la escuela pensando en que se van a dedicar a otra cosa y luego, en su tiempo libre, en los fines de semana, actuar o participar en concursos. La escuela no está del todo pensada para formar profesionales. También es cierto que yo puedo enseñar danza española a un bailarín profesional de clásica o contemporánea, y de hecho lo hacía cuando era compañía residente. Pero me quitaron ese apoyo.

De los 28 espectáculos que ha protagonizado hasta ahora, elija tres.
He trabajado con jota, paloteaos, dances, tambores... He fusionado la jota con la danza contemporánea, con el flamenco o la danza clásica. He hecho espectáculos superambiciosos, como ‘Goya’, y otros más modestos. Si tuviera que elegir tres producciones, me quedaría con ‘Rasmia’, por ser la primera; ‘Mudéjar’; y ‘Mediterráneo’, por explorar los vínculos folclóricos en los territorios de la antigua Corona de Aragón. 

En este último, la influencia de la italiana Manuela Adamo, su esposa, es clara.
No sería el mismo sin ella, evidentemente. Soy aragonés y la mayor parte de lo que he hecho se basa en lo que he reflexionado sobre nuestro folclore. Pero ella ha sido parte fundamental en esa reflexión porque lo ha visto todo desde fuera. Es bailarina pero también ha estudiado una carrera universitaria, ahora está trabajando en su doctorado, y ha elaborado sus propias conclusiones. Yo vengo de Coros y Danzas de España, que ponía en escena una jota distorsionada, pensada para los concursos nacionales, muy atlética y espectacular. Cuando trabajas a partir de una distorsión es difícil llegar a buen puerto.. Al convertir la jota en un espectáculo reglado la despojamos en parte de su esencia. El pueblo llano nunca ha bailado la jota como Coros y Danzas. En Italia, los antropólogos empezaron a revisar con una mirada limpia las manifestaciones folclóricas ya en 1945, nos llevan muchas décadas de adelanto.

Desde hace años usted asegura que la jota ha perdido espontaneidad.
Es así. La jota hay que devolvérsela al pueblo. Mire, yo no busco reconocimientos ni que me traten bien, pero tampoco que me ninguneen. Conozco perfectamente el folclore tradicional, he sido bailador desde edad infantil y he actuado en cientos de pueblos por amor al arte. Pero también he viajado y he visto otras realidades. He recorrido el camino de cualquier otro jotero pero además el mío propio: he actuado en el Teatro Real y en la Maison de la Danse. Y creo que hay cosas que se deben ir cambiando poco a poco porque sobre los escenarios se ve una y otra vez lo mismo. No soy un tipo raro. Estoy aquí, dispuesto a hablar con todo el mundo, a poner en común mis experiencias. Creo que podría aportar muchas cosas si hubiera un diálogo, pero ese diálogo, a día de hoy, no existe.

Para muchos aragoneses usted es un símbolo de la Expo. Ya antes de la inauguración defendió la candidatura en París. 
Bueno, yo no era el elegido para ir a París. Habían pensado en Sara Baras, y fue ella la que sugirió que tenía que ser yo. 

El video del pabellón de Aragón en la Expo sí le convirtió en un símbolo.
Es uno de los trabajos por lo que más se me conoce, sin duda. Todo acompañaba: la música de Roque Baños, las castañuelas de hierro, el traje negro, la dificultad que tiene el baile en sí... Carlos (Saura) me metió en una emboscada, en un escenario austero, pequeño, desnudo. Eso le acabó dando mucha más fuerza a las imágenes. Por otro lado, tampoco se sabe que ni siquiera me invitaron a la inauguración de la Expo ni a ver el audiovisual. Días después de la inauguración fui al pabellón, y cuando estaba en la fila esperando para entrar, una azafata me reconoció y me coló para que lo viera.

El bailarín zaragozano, dirigiendo un ensayo de 'Rematadera' en el Centro de Danza.
El bailarín zaragozano, dirigiendo un ensayo de 'Rematadera' en el Centro de Danza.
Toni Galán

Usted ha reivindicado las castañuelas como instrumento, ha innovado con ellas.  
Durante décadas las castañuelas no han salido del ‘que-te-den, que-te-den, que-te-den-café’, pero yo desde joven las he visto cómo un instrumento con mucha potencialidad. En Aragón se tocan cogidas en el dedo corazón, pero en danza española lo normal es tomarlas con el pulgar, lo que, en parte, te libera. Hay joteros que no pueden bailar sin castañuelas, no saben qué hacer con las manos. Y yo me pregunto, si la jota pertenece al campo, al ámbito rural, ¿qué hacían nuestros abuelos cuando no tenían castañuelas en alguna celebración o fiesta? Está claro: bailaban sin ellas.

Vuelve a lo de la distorsión.
Claro. Pero entramos en un terreno delicado. No soy quién para decirle a la gente lo que tiene que hacer y, lógicamente, quiero respetar a mis mayores, no soy un revolucionario. Pero tenemos que ser conscientes de qué estamos bailando y por qué. La jota de Alcañiz actual no es la misma que bailaba Teresa Salvo hace un siglo. Y algo parecido puede decirse de las jotas de Andorra o Albalate. Si hoy aprendes a bailar académicamente las seguidillas de Leciñena acabarás descubriendo que no puedes bailarlas con los de allí porque no lo hacen igual. Y también pasa con el bolero de Caspe. ¿Cómo vas a bailar un bolero como si fuera una jota? Yo he llevado bailarines profesionales a Yebra de Basa y cuando han visto el paloteao que hacen se han quedado alucinados. Pero, claro, allí el paloteao lo han aprendido de niños, en el patio del colegio, y ese folclore como vivencia íntima y natural se está perdiendo. Tendríamos que reflexionar sobre todo esto.

A usted algunos le consideran un privilegiado.
Les preguntaría por qué no han hecho lo mismo que yo, porque no ha habido nada que se lo impidiera. He empezado desde abajo, sin ayuda, y no me dieron ninguna subvención hasta el año 2004. Y lo que he querido siempre es poder trabajar, no subvenciones. 

La jota va a ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Hay que ver cómo discurre todo. Si se consigue será muy beneficioso para todo el mundo de la jota, pero hay que tener claro que un título, en sí mismo, no arregla nada. Queda mucho por trabajar, investigar y reflexionar. 

¿Qué le preocupa?
Muchas cosas. Que la jota se haya convertido en un espectáculo más y que cada vez se canta y baila menos como diversión, espontáneamente. Que se lesionan de gravedad muchos bailadores, que en determinadas circunstancias se quiera comparar la jota con el flamenco, cuando son realidades y caminos distintos. Que haya cierta desconexión de la jota con la gente joven... 

Pero hay niños y jóvenes en la jota.Afortunadamente. Pero la mayoría de los que bailan hoy son hijos de los que lo hacían tiempo atrás. 

Cosas como éstas las viene diciendo desde hace décadas. No sé si se le hace mucho caso o no, pero hay quien cree que está todo el día quejándose.
Siento mi tierra de forma intensa. He vivido Aragón al extremo, y por amor a la jota he sacrificado mi familia, mi tiempo libre y mis amistades. Quizá en algún momento no haya acertado en la forma de expresarme, pero es que me duele ver la potencialidad que tiene lo nuestro y las dificultades que existen para aprovecharlo. Quejarse no sirve de nada, pero ¿y las nuevas generaciones?

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión