Luis Martín-Estudillo: "La lectura permitió a Goya seguir conectado a la sociedad"

El catedrático de la Universidad de Iowa publica un libro en el que estudia cómo documentó en sus pinturas la ‘revolución lectora’ de España en el siglo XVIII.

Martín-Estudillo es profesor del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Iowa.
Martín-Estudillo es profesor del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Iowa.
Ediciones Cátedra

Hace cuatro años publicó ‘Despertarse de Europa’, un ensayo sobre el euroesceptismo en la cultura. ¿Cómo ha llegado a ‘Goya o el misterio de la lectura’?

Ambos libros forman parte de un intento de dilucidar, desde la historia y crítica cultural, ciertos episodios claves para la configuración de la modernidad en España. En el libro anterior abordaba cómo diversos artistas e intelectuales problematizaron la noción de una Europa que resulta mucho más sombría de lo que solemos pensar. Este nuevo estudio se acerca a la obra de Goya como uno de esos singularísimos vectores en los que se encuentran ideas políticas, filosóficas y artísticas de un mundo que se apaga y otro que emerge. Él no solo supo reflejar ese cambio: también contribuyó a forjarlo.

¿Cuál es ese «misterio de la lectura» al que alude en el título?

Aunque la lectura es una actividad que hemos normalizado, en realidad es un fenómeno muy complejo; entre otros motivos, porque hay muchos textos cuyas interpretaciones varían enormemente dependiendo de quién los lea y en qué circunstancias. ‘Don Quijote’, por citar un ejemplo de todos conocido (también, y muy bien, por Goya, que lo tuvo como inspiración), es para algunos lectores esencialmente una obra cómica, mientras para otros representa un libro grave, hasta trágico. El artista aragonés exploró la extrañeza inherente a un proceso que puede transformar de forma radical a un individuo o a toda una comunidad a partir de unas manchas de tinta en el papel.

El pintor se enmarca en una de las que usted define como ‘revoluciones lectoras’. Pero en la España del XVIII había también mucho analfabetismo.

Hasta el siglo XVIII la lectura era una actividad absolutamente minoritaria. Una ínfima parte de la población española sabía leer, y esos escasos lectores manejaban un número muy pequeño de textos. A partir de entonces, el número de ambos creció exponencialmente. Los libros podían alquilarse y empezaron a abrirse bibliotecas al público. Otros materiales de lectura más modestos tenían precios muy asequibles. Esto preocupó mucho a las autoridades, especialmente desde la Revolución Francesa. Se culpó a la lectura de instigar cambios políticos, pero también morales. Hasta se prohibió la publicación de algunas novelas, percibidas como perniciosas, sobre todo para las mujeres jóvenes.

El XVIII es, también, el siglo de la prensa.

Efectivamente. Aunque esos periódicos tenían contenidos muy distintos a los de hoy, había una gran diversidad y daban informaciones prácticas, curiosas, locales e internacionales... Fueron muy populares; tenemos testimonios de que a finales de ese siglo hasta gente humilde los frecuentaba. ¡Y Goya los usó para anunciarse!

¿Es esa ‘revolución’ la que explica la gran cantidad de cuadros y retratos en los que representó libros, cartas y manuscritos?

En parte. Goya es inseparable de su contexto, aunque no debemos reducirlo al mismo. Fue testigo excepcional de su tiempo pero su obra tiene un valor que va mucho más allá del mero testimonio. Creo que estaba fascinado por esa dimensión inescrutable de la lectura, así como por su impacto transformador; un impacto, por cierto, que no siempre representa como algo beneficioso.

Goya fue a las Escuelas Pías, pero a los 13 años ya estudiaba pintura con Luzán. En principio, no parece que estuviera especialmente inclinado a la lectura.

Los tratadistas de arte de la época consideraban que un buen pintor debía poseer una biblioteca nutrida. En algunos casos, como en el de su coetáneo Luis Paret, tenían una notable formación humanística. Los artistas más destacados cultivaban esos gustos librescos, o al menos buscaban dar cierta imagen de ello para no ser tenidos por meros artesanos. Formaba parte de la defensa de su oficio como una profesión liberal, algo que tenía implicaciones tanto fiscales como para su estatus social.

Por la correspondencia con Zapater, la imagen de Goya que nos ha llegado es la de un iletrado...

No era para nada un iletrado; incluso sabía algo de francés antes de exiliarse. La variabilidad ortográfica es propia de su tiempo. Sus textos más relevantes son de enorme densidad conceptual.

Al parecer, hacia el final de su trayectoria tenía una gran biblioteca. ¿Es cierto?

Sabemos poco sobre sus bibliotecas. Sí que, en torno a 1812, tenía una bastante sustancial, la cual no incluía solo libros técnicos, sino también de ficción, incluyendo alguna novela extranjera en traducción. También leía para documentarse antes de pintar sobre ciertos temas.

¿Hasta qué punto la sordera influyó en su actividad lectora?

Desde que perdió el oído, la lectura pasaría a ser todavía más determinante en su vida. Probablemente fue el instrumento que le permitió seguir conectado. Al mismo tiempo, la sordera le haría notar, aún más si cabe, el papel que la lectura estaba adquiriendo en su sociedad.

Goya era un autor muy ‘literario’, incluyó pequeños textos en muchas de sus obras, quizá para explicarlas. Pero algunos parece que no eran de su mano y otros no son en absoluto explicativos.

Tenía capacidad expresiva de sobra para escribir todo ello sin ayuda de sus amigos literatos. Pero quizás sea todavía más interesante señalar que, en muchas ocasiones, más que aclarar el sentido de sus imágenes, lo que escribe entorpece deliberadamente nuestra interpretación de las mismas. Es una de las claves de su modernidad: Goya favorece la ambigüedad, y tiene muy en cuenta las múltiples posibilidades de interpretación. Probablemente porque era muy consciente de que nos movemos en un mundo en el que rara vez las cosas son o blancas o negras.

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