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Los cuatro juglares de las maravillas de América: Cortázar, Gabo, Vargas Llosa y Fuentes

Alfaguara publica ‘Las cartas del Boom’ de los cuatro escritores, de 1955 a 1975, un tratado de amistad y literatura y de identidad latinoamericana

Cuatro grandes narradores de Latinoamérica.
Cuatro grandes narradores de Latinoamérica: Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez.
Archivo Alfaguara.

Ni siquiera el turolense universal Luis Buñuel pudo sustraerse al ciclón envolvente del Boom latinoamericano. Fue admirado y elogiado por muchos de sus autores, y algunos soñaron que adaptase sus cuentos y sus novelas. Esta, para nosotros, podría ser una de las primeras consecuencias de la aparición del libro ‘Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa. Las cartas del Boom’, un volumen de Alfaguara de 562 páginas que han preparado cuatro expertos como Carlos Aguirre, Gerald Martin (biógrafo de García Márquez), Javier Munguía y Augusto Wong Campos, todos ellos escritores y expertos en literatura hispanoamericana. Se trata de un pozo sin fondo y también de un volumen histórico, para leer y releer, de un tirón, de principio a final, o para abrir por cualquiera de sus páginas. Está lleno de detalles, de sorpresas, de afectos, de confidencias y, por supuesto, de curiosidades y de revelaciones.

‘Las cartas del Boom’ recoge 205 misivas, datadas entre 1955, cursada por Carlos Fuentes a Julio Cortázar (pidiéndole un cuento tras la publicación de su primer gran libro, ‘Bestiario’), y 1975, y conforman el corpus básico de esta entrega. Los autores han añadido varios apéndices: cartas desde 1976 a 2012, muchas menos, entrevistas, estudios, perfiles y diversos documentos, entre ellos cartas a Fidel Castro, al que todos veneraron al principio, pero luego tomaron distancia, salvo García Márquez. El epistolario registra cómo se conocen, cómo se seguían los unos a los otros, cómo eran conscientes de que algo excepcional se estaba gestando en el Cono Sur y en castellano con los hijos de Borges, más de José Eustasio Rivera, Jorge Icaza o Ricardo Güiraldes.

Vidas errantes, obra en marcha

Todos ellos llevaron existencias muy itinerantes. De hecho las cartas se cursan desde muchas ciudades y países, aunque podría decirse que París fue clave en las vidas de los cuatro –todos vivieron allí en varios momentos de su existencia–, como lo fue México, Barcelona o, en otra dirección, lo sería Cuba. Pronto se establecen lazos que parecen irrompibles en las 205 epístolas. Este período es clave porque en las cartas hay un poco de todo: un deseo de aproximación, un afán de complicidad encaminado a fortalecer el sentido de la amistad, la conciencia de pertenencia a un mundo común, con un castellano matizado en cada país, e incluso a una familia común, de ahí esa impresión de que sean cuatro hermanos en el alma de América del Sur.

La época es clave: Cortázar ya había iniciado su carrera de cuentista magistral, incuestionable, y se preparaba para firmar una novela de culto entre todos ellos y muchos lectores de la tierra: ‘Rayuela’ (1963), un libro abierto y mestizo, juguetón, que enlazaba París y Buenos Aires, y a Lewis Carroll y Alfred Jarry con el Oulipo y Borges, un libro del que se habla mucho. Carlos Fuentes publicaría libros interesantes, como ‘La muerte de Artemio Cruz’ (1962), y ya había firmado esa ‘nouvelle’ magistral, de miedo y fantasía, que es ‘Aura’. Ya de paso, en una carta de 1962, Carlos Fuentes le cuenta a Cortázar que Buñuel, el viejo Buñuel, quería hacer «una película-ómnibus» basada en tres textos: su ‘Aura’, el cuento de una mujer desprendida de los frescos de Pompeya, «y tu cuento ‘Las Ménades’, que trae de cabeza al viejo Buñuel y que ciertamente le viene como anillo al dedo –no sé si, en su caso, habría que variar y decir “como andaluz al perro”– para tratarlo en cine. Buñuel lleva consigo un ejemplar que le obsequié de ‘Final del juego’, así como tu dirección y teléfono, y se pondrá en contacto contigo en cuanto llegue a París».

A la vez, Mario Vargas Llosa, el más joven de todos, publicaría ‘La ciudad y los perros’ (1963), una novela deslumbrante, con ecos autobiográficos, y García Márquez venía preparándose, no sin algún humor o teatralización, desde su exilio mexicano, previo paso por París, para redactar ‘Cien años de soledad’. Eso sí, ya tenía una pequeña obra maestra: ‘El coronel no tiene quien le escriba’ (1957). Y las letras hispanoamericanas, entre otros, ya contaban con grandes libros de Borges, Bioy Casares, José Donoso, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier (se cita varias veces ‘El siglo de las luces’) o Lezama Lima.

Secretos de un epistolario

Las cartas por lo regular revelan los afectos, los apoyos, los contactos que se pasan y sirven para entender novelas en marcha, cómo germinan y avanzan algunos libros, contactos con editores como Francisco Porrúa. Se ven muchas cosas: la agudeza de ingenio y la capacidad de leer que tenían algunos, algunas tensiones derivadas de parejas complicadas (como Ugné Kurvelis, la de Cortázar; todo lo contrario de la dulce Carol Dunlop), y la brillantez para evaluar los libros, así como para entender que buscaban la novela total.

«Ningún otro escritor dio al juego la dignidad literaria que Cortázar, ni hizo del juego un instrumento de creación y exploración artística tan dúctil y provechoso. La obra de Cortázar abrió puertas inéditas», escribió Vargas Llosa. En una preciosa carta de julio de 1967, Carlos Fuentes elogia así para Julio Cortázar a Gabo: «Acabo de leer ‘Cien años de soledad’ y siento que he pasado por una de las experiencias literarias más entrañables que recuerdo. (…) Tengo la impresión de haber leído algo así como el Quijote latinoamericano». Para Vargas Llosa era «el Amadís de América».

Hay tanto que rescatar y seleccionar y enfatizar que resulta un libro tan hermoso y sugerente como abrumador sobre lo que han hecho estos cuatro autores: «las secretas maravillas de la palabra escrita», como escribió el colombiano Álvaro Mutis.

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