AVENTURA. OCIO Y CULTURA

La aventura de Marieta y Paco, la pareja de Zaragoza que se embarcó en un velero y se echó a la mar

Paco Cuenca y María Lara Belsué van de puerto en puerto y de isla en isla por el Mediterráneo. Así cuentan su historia.

Paco y Marieta en su velero Suika en las cosas ibicencas.
Paco y Marieta en su velero Suika en las cosas ibicencas.
Archivo Cuenca/Lara.

Paco Cuenca y María Lara Belsué, Marieta, han dejado atrás sus anteriores vidas y, como si fueran personajes de Melville, Stevenson o Joseph Conrad, se han echado al mar. Viven en su barco, el Suika, buscan puertos y se consagran a navegar por el Mediterráneo, sobre todo. 

Contemplan atardeceres y ponientes, miran las estrellas, conversan, solos o con amigos, y se enfrentan al misterio incesante del océano como quien asiste a la representación más sorprendente del mundo: hay temporales, calma chicha, un silencio espectral y por supuesto un camino infinito que se abre a las rutas de la aventura entre el cabrilleo de la espuma. Paco dice: «Para un aventurero la estabilidad se encuentra en la incertidumbre». Marieta apunta: «La vida navegando es muy sencilla, pero nada monótona. Llevamos nuestra casa a cuestas y nunca hay el mismo paisaje al otro lado del cristal de la escotilla. Nos encanta recorrer la costa, nuevos lugares, islas».

"La vida navegando es muy sencilla, pero nada monótona. Llevamos nuestra casa a cuestas y nunca hay el mismo paisaje al otro lado del cristal de la escotilla"

Paco Cuenca ha tenido negocios de hostelería y de educación y es, ante todo, cantante: ha grabado varios discos en castellano y francés, y todos los años rinde homenaje a la canción francesa en el Teatro de la Estación o en otros lugares. Marieta trabajaba en el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón, y los dos, desde hacía mucho tiempo amaban el mar. De formas distintas. «El mar, como el fuego, como los ríos de montaña, como las nubes, ejerce una atracción a la que resulta difícil resistirse. Soy de una ciudad interior de Francia, Tarbes, y desde siempre he soñado que un día viviría cerca del mar. Ahora ese sueño se ha cumplido y no solo vivo cerca, sino sobre el mar», cuenta Paco. Marieta vivió una auténtica revelación en la niñez: «Soy de Zaragoza, así que mi primer recuerdo del mar, de ser consciente de su belleza, fue un amanecer en Oropesa, de vacaciones, desde un piso alto», apunta. Agrega Marieta que «tenía diez años y me quedé fascinada, boquiabierta, mirando como el sol asomaba de ese enorme mar. Fue un momento mágico».

Paco Cuenca: "El mar, como el fuego, como los ríos de montaña, como las nubes, ejerce una atracción a la que resulta difícil resistirse"

Aquello tendría una prolongación que explica muchas cosas: «Mis padres compraron una lancha motora donde veraneábamos y tengo muy buenos recuerdos de aquella embarcación, pero uno de los mejores es cómo planeábamos sobre el agua con ella al amanecer, cuando ni siquiera se habían formado las primeras olas y el mar era un espejo que reflejaba la hilera de edificios en primera línea y el ir y venir del vuelo de las gaviotas», recuerda María, que confiesa algo más: su padre es capitán de yate y parecía estar escrito en el viento y la sal que ella sería patrona de yate y capitana después.

Marieta estudia japonés y aquí disfruta de la calma y de la bella  luz.
Marieta estudia japonés y aquí disfruta de la calma y de la bella luz.
Archivo Cuenca/Lara.

Familia de marinos

«Es algo heredado. Somos cinco hermanos y dos ya somos capitanes. De niña hice cursos de vela en verano que disfruté mucho, me hacían sentir libre. Hace muchos años que saqué los títulos y lo hice con idea de navegar de manera esporádica, en verano. Cuando los saqué no pensaba en este futuro. Es verdad que mis padres vivieron diez años en su catamarán, más grande y confortable, pero nunca pensé que yo lo haría y menos a mi edad», matiza.

El caso de Paco es un poco distinto: «Soy capitán por puro placer. Lo importante, lo esencial, es adquirir los conocimientos básicos para la navegación: el vocabulario, tan rico como diferente, donde una simple cuerda no es jamás una cuerda sino un cabo, una amarra, una driza o una guía de muerto según el uso que se le dé a bordo. Es un idioma nuevo, enriquecedor, como el de la música, que junto a las reglas, códigos y maniobras ya se aprenden con el primer título, el de Patrón de embarcaciones de recreo. Con ese primer título yo tenía bastante para navegar por el Mediterráneo, pero Marieta ya era capitana y me divirtió ascender a patrón de yate y a capitán después. Navegar con la ayuda de las estrellas invita a soñar», dice con sus fogonazos poéticos de observador de la naturaleza y de letrista de canciones.

Aseguran ambos que conseguir el título es sencillo, basta con estudiar muchas horas, meteorología, inglés, navegación sobre cartas y aplicar unas fórmulas de trigonometría esférica. «Pero navegar, como conducir, pilotar aviones y esquiar, se aprende practicando», declara el ya capitán Cuenca.

La siguiente cuestión es cómo se atrevieron a dar el paso, borrar de un plumazo casi su profesión y lanzarse a la aventura. Fue determinante que ambos son osados, amantes de los viajes, que no se conforman. Paco, que le ha dado muchas vueltas a todo y que es reflexivo y audaz, explica: «La aventura, si es viajando, me ha atraído siempre. Vivir en un barco e ir de un sitio a otro en tu propia casa es el sueño de cualquier viajero. A lo largo de mi vida ya había cambiado de calle, de barrio, de ciudad, de región y de país. Ahora, me ha costado muy poco cambiar de residencia terrestre a residencia flotante». No se aburre. Tiende a retratar casi todo, sobre los fuegos del cielo, y grabar en vídeo a los dos navegantes.

Marieta también lo tiene claro. «La vida es para vivirla. Dejarlo todo y hacer lo que a una le gusta suena muy bien, pero no es nada fácil, hay que ser muy valiente. Abandonar un trabajo estable y, sobre todo, superar el miedo al futuro incierto es la barrera más grande –señala, y a la vez revela que no ha sido tan imprudente como pudiera parecer–. Como no me bastaba con ser capitana de yate, he alcanzado el grado superior que es patrón profesional, con el que puedo trabajar en el mar. Todavía soy joven, así que mi camino ahora es vivir, pero buscaré alternativas laborales relacionadas con la náutica. Un año después de haber cambiado de vida, puedo decir que es una de las decisiones más sabias que he tomado», se reafirma.

Paco Cuenca: «La aventura, si es viajando, me ha atraído siempre. Vivir en un barco e ir de un sitio a otro en tu propia casa es el sueño de cualquier viajero. A lo largo de mi vida ya había cambiado de calle, de barrio, de ciudad, de región y de país. Ahora, me ha costado muy poco cambiar de residencia terrestre a residencia flotante»

Antes de comprar el actual barco, el Suika, cuenta Marieta que al principio alquilaba veleros, sin preocuparse de nada que no fuera la navegación. Adquirió su primer velero precisamente para aprender, para tener complicaciones y solucionarlas. «Así es como realmente se aprende». Y ese empeño se sumaría su compañero Paco Cuenca, que vive a diario experiencias llenas de placer, de sensualidad, de descubrimiento de los cambios climáticos y del lenguaje de las estaciones. Además, él, entre otras cosas, es un fotógrafo muy meticuloso que siente debilidad por el blanco y negro.

Paco Cuenca es un gran coleccionista de fuegos del amanecer en su cámara. Es un apasionado de la fotografía.
Paco Cuenca es un gran coleccionista de fuegos del amanecer en su cámara. Es un apasionado de la fotografía.
Archivo Cuenca/Lara.

Diario de a bordo

Define así su vida a bordo: «Cada mañana, al amanecer, fotografío lo que rodea el barco e, invariablemente, pienso en la dicha y la fortuna que tenemos por cumplir este sueño. Cada día es una pequeña aventura porque en este medio la meteorología es esencial y, puesto que no tenemos limitaciones ni temporales ni geográficas, decidimos cada día donde pasaremos el día siguiente. También proyectamos más en el tiempo: cuándo iremos a Malta, cuándo a Montenegro, cuándo a Grecia, que es nuestro destino. Navegar, trimar velas, echar o levar el ancla, patronear el barco, llevarlo de un sitio a otro es interesante, un pequeño reto diario. A esto se suma lo cotidiano que, a bordo, es casi siempre extraordinario: conocer nuevos lugares, cocinar y comer, recibir a amigos que acuden desde el aeropuerto más cercano, brindar, celebrar la vida, compartir y vivir, descansar hasta cansarse de descansar. De todo esto se trata».

Más que amarrar el barco al puerto, prefieren fondear; eso sí, por lo regular siempre están conectados. Y las sorpresas son como la isla del tesoro: un lugar que siempre aguarda con sus enigmas. «Fondear es inmovilizar y asegurar el barco con ancla, con más frecuencia que en puertos. En primer lugar porque es mucho más hermoso reposar o dormir en una cala que amarrados entre la aglomeración de un pantalán. En segundo lugar, porque es gratuito. Como suele suceder, al estar cerca del ambiente marino nos encontramos con cada vez mayor frecuencia a otras personas que también lo han dejado todo para partir a la aventura del mar. Son pocos en términos absolutos, pero en nuestro medio, abundan. Nos estamos conociendo en persona y a través de las redes sociales. Alimentamos con nuestras navegaciones un canal de Youtube y de Instagram SUIKAVELERO, propicio para estos encuentros», dice Paco Cuenca.

«El mar es maravilloso, se pueden tener los mejores momentos de la vida, pero también los peores. Hay que ser muy prudentes y respetuosos y, a la vez, tener mucha confianza en lo que una hace", dice Marieta

Marieta revela: «El mar es maravilloso, se pueden tener los mejores momentos de la vida, pero también los peores. Hay que ser muy prudentes y respetuosos y, a la vez, tener mucha confianza en lo que una hace. Otra de las cosas que me atrae de esta vida es la simplicidad, la sencillez de la vida a bordo. En un barco, los objetos inútiles molestan, así que solo guardamos lo útil. Poca ropa, pocos cachivaches que distraen, minimalismo en estado puro. No hay grandes peligros. Con nuestra forma de vida, con los medios que tenemos a nuestro alcance, una buena información meteorológica, un buen mantenimiento del barco y nuestra formación no deberíamos nunca pasar por una situación de peligro».

A Paco Cuenca lo que más le deslumbra «es la naturaleza, su inacabable belleza y su inmenso poder, que se nota pronto y mucho. Para mí, que siempre me he encontrado más cómodo en el corazón de cualquier gran ciudad que en un sendero de las afueras, ese contacto con la naturaleza es una revelación. Lo más emocionante no me lo producen las maniobras comprometidas, los equilibrios sobre la cubierta o la captura de un atún, sino la sensación de libertad, independencia y privilegio que me acompaña en todo momento».

Navegación en un día de turbulencias y quizá de lluvias.
Navegación en un día de turbulencias y quizá de lluvias.
Archivo Cuenca/Lara.

Con todo cada uno tiene sus instantes preferidos. Pero son conscientes de que habitan un estado de felicidad pautado por el amor. Por su amor, por el respeto, por las ilusiones de navegar y de asomarse a ese campo de estrellas del firmamento. «El amor es o no es. Ambos sabemos, y aún así nos lo recordamos varias veces al día, la suerte que tenemos de vivir esto y de vivirlo juntos. Sabemos estar juntos y, además de compartir este interés por el viaje y por el mar, nos reímos mucho», dice Paco. Marieta precisa: «Nuestro amor es tan estable como nuestro velero. Cuando cuidas al otro cada día vives en un entorno equilibrado, estable y seguro. Creo que esta es la vida más auténtica que he vivido hasta ahora, la más real. Y de momento no tengo fecha de regreso». 

Paco Cuenca: "El amor es o no es. Ambos sabemos, y aún así nos lo recordamos varias veces al día, la suerte que tenemos de vivir esto y de vivirlo juntos. Sabemos estar juntos y, además de compartir este interés por el viaje y por el mar, nos reímos mucho"

Regresa al amor y a la convivencia, que siempre es como una prueba de fuego en un ambiente así. «El espacio en un barco es limitado y la convivencia dura veinticuatro horas. Tenemos una muy buena relación y nos favorece que vivamos exactamente la vida que queremos, eso ayuda. Si surge algún roce, enseguida se pasa. Nos admiramos, respetamos y lo más importante, nos hacemos reír». Con su característico humor, Cuenca se explaya:«Un velero es un espacio menos limitado de lo que se suele pensar. Es un dúplex: la planta inferior que se habita y la superior, con la bañera, por una parte, en la que se convive, se come, se charla, se viaja, y la cubierta, por otra, a modo de terraza, propicia para los amantes del sol. Lo fácil o difícil en un barco es lo mismo que en todas las convivencias, pero multiplicado por diez. Nuestra convivencia era muy buena antes. Aplico el axioma: ahora es diez veces mejor».

Paco Cuenca: "El espacio en un barco es limitado y la convivencia dura veinticuatro horas. Tenemos una muy buena relación y nos favorece que vivamos exactamente la vida que queremos, eso ayuda. Si surge algún roce, enseguida se pasa. Nos admiramos, respetamos y lo más importante, nos hacemos reír"

Señalan también que en las grandes ciudades no se ven las estrellas ni la luna, o solo de pasada, y que se vive al margen de la naturaleza. Se escapan los atardeceres y los amaneceres porque los tapan los edificios y las prisas. En el mar no sucede eso. «Aquí somos más conscientes de los cambios de temperatura, consultamos cada día el barómetro, nos despertamos y acostamos con el sol. Disfrutamos de muchos momentos de contemplación, sin prisas, solo eso, contemplación», subraya Marieta, que tampoco ha renunciado a sus aficiones.

Un día de esos de solaz: Paco y Marieta miran por la borda.
Un día de esos de solaz: Paco y Marieta miran por la borda.
Archivo Cuenca/Lara.

La rareza de navegar

Casi a modo de despedida, confiesa esta joven capitana del mar que no ha sufrido discriminación alguna por ser mujer. «Está claro que hay un poso machista en este mundo del mar. Por ejemplo, siempre ha habido supersticiones con la supuesta mala suerte de tener mujeres a bordo. Lo noto mucho en este entorno, todavía las mujeres somos una rareza al timón y parece que a veces resulta incómodo hablar con nosotras de cosas de barcos, mecánica o cualquier tema náutico. Hay muchas mujeres inspiradoras que han roto estos tabúes como Isabelle Autissier, Ellen MacArthur, Laura Dekker, Kirsten Neuschäfer, Joanne Socrates, etc.», dice.

Paco Cuenca, que se ha adaptado a las mil maravillas, no sabe hasta cuándo vivirá así: «Hasta que tomemos un nuevo rumbo, es una forma de vivir. Solo quiero sumar a esta nueva vida, poder seguir haciendo fotografía, escribir y cantar. Ese debe ser el secreto, haber conseguido hacer realidad mis sueños, como el de ser cantante que era mi gran sueño de adolescente». Tienen algunos ahorros, alguna modesta propiedad en alquiler y ensayan alguna forma de supervivencia mediante la pesca. Como se ve, sucumben a la música del mar: esa partitura que les brindan, «acompasados, el mar, el viento y los pájaros circundantes».

El Suika, la casa de agua y el hogar acogedor

¿Cómo se compra un barco, qué debe tener?Paco Cuenca explica su visión:«Nosotros queríamos un barco para vivir y viajar, de modo que debía tener unas comodidades básicas, una amplitud suficiente y, no es despreciable, que fuera un hogar acogedor. Estamos encantados. Salón, baño completo, cocina y tres camarotes. Hay pisos más pequeños. Por lo demás, hecha la elección con cuidado, se paga y se le pone nombre».

El velero se llama Suika, sandía en japonés porque «Marieta estudia japonés y a mí me encantan las sandías, y fonéticamente suena como ‘casa de agua’. Nos pareció una casualidad oportuna». Marieta compró un velero de ocho metros. A Paco ya le atraía entonces este mundo, pero no tenía todavía los títulos náuticos. «Lo tuve un año y fue cuando decidimos, ya entre los dos, comprar otro de mayor eslora, más cómodo y que nos llevara más lejos». Paco confiesa que ahora tarda menos de cinco minutos en decir que es armador como Onasis. «Es tan inimaginable e inesperado que me sorprendo».

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