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Bob Dylan, el fetiche sagrado de la aristocracia musical aragonesa: de Amaral a Bunbury y Sopeña

El cantautor estadounidense, que este sábado ofrece un recital en Huesca, ha sido la inspiración para muchos músicos de la Comunidad. 

Bob Dylan, en una fotografía tomada en 1962.
Bob Dylan, en una fotografía tomada en 1962.
Cohen/Reuters

Este sábado 17 de junio será un día histórico. A sus 82 años, Bob Dylan ofrecerá el sexto recital de su carrera en Aragón, y muy probablemente el último. La plaza de toros de Huesca acogerá un concierto a cargo de una de las figuras más influyentes de la música, un tótem reverenciado. La impronta del cantautor de Minnesota ha sido fundamental en la escena aragonesa. Muchos de sus integrantes han reconocido abiertamente su inspiración. 

Amaral es uno de los más fieles feligreses del credo dylaniano. El dúo ha disfrutado del privilegio de compartir escenario con el estadounidense en diversas ocasiones. Las primeras se retrotraen al verano de 2004. Una gira que arrancó en el Fórum de Barcelona con mal pie. Amaral tuvo que cancelar su actuación por la tendinitis en la mano izquierda que sufría Juan Aguirre. Un percance que provocó que Eva cogiera la guitarra y Juan la armónica en las siguientes citas teloneando a Dylan: el recinto ferial de Motril, la plaza de toros de Córdoba, la Huerta del Palacio Episcopal de Alcalá de Henares, la plaza de toros de León y el Monte de Gozo de Santiago de Compostela.

Juan Aguirre rescató para HERALDO aquellas jornadas inolvidables con el maestro e incluso un encuentro en Córdoba: "Recuerdo que había mucha gente que no entendía por qué lo hicimos. Como si sólo pudiéramos hacer conciertos con un montón de watios de sonido y luces y todas esas cosas. La verdad es que lo hicimos y lo volveríamos a hacer porque de alguna manera fue pagar una deuda a toda la música que ha hecho que estemos aquí. Recordamos el buen rollo que hubo con su banda y sus técnicos, y el día que se acercó a saludarnos en Córdoba. Tuvimos que suspender el primer concierto en Barcelona porque yo sufría una tendinitis salvaje que no me dejaba poner ni un do mayor. Estaba fatal, no recuerdo haberme sentido tan mal nunca. El mismo día del concierto, cuando salía en todos los periódicos que Amaral actuaba delante de Dylan, yo estaba en una clínica de Barcelona acompañado por Eva. El médico me prohibió tocar una sola nota, y Eva decidió que tocaría ella la guitarra. Yo la acompañé con la armónica en dos canciones". 

El hilo invisible que une a Dylan con Amaral se prolongó hasta 2008 por dos motivos. El primero, la elección como himno de la Expo de Zaragoza de la versión del 'A hard rain's a gonna fall' del americano adaptado por Juan y Eva bajo el título de 'Llegará la tormenta'. El segundo fue compartir un nuevo concierto. En esa ocasión acaeció el 28 de junio de aquel año en la finca Mesegosillo, a la entrada al Parque Regional de Gredos (Ávila). Más de 11.000 personas gozaron con el 'show' de Amaral con banda completa y de Dylan. Como curiosidad, Amaral participó en el documental 'Las huellas de Dylan' en 2006. 

Aunque nunca han coincidido en un escenario, el respeto y la admiración que despierta el bardo de Minnesota en Enrique Bunbury son también notables. El exlíder de Héroes de Silencio ha certificado esa adscripción en numerosas declaraciones públicas. Como en una entrevista con HERALDO en 2004: "Me gusta Bob Dylan en cualquier momento. Me gusta todo el rato. De hecho, últimamente se me aparece en sueños y me habla. Pero no le entiendo nada de lo que dice".

Un creyente llamado Gabriel Sopeña

Otra figura fundamental en la música aragonesa es Gabriel Sopeña, compositor de temas esenciales en las carreras de Más Birras y Loquillo. Precisamente con la banda de Mauricio Aznar declaró su amor incondicional a Dylan con la canción 'El hombre del tambor'. 

Sopeña, que se halla en plena celebración de sus cuatro décadas en la carretera, rememora sus 'encuentros' con Dylan. "Casi lloré cuando no pude asistir al concierto de 1984 en el campo del Rayo Vallecano, con Santana: 2.200 pesetas (más el viaje) eran disuasorios todavía para un chaval de clase obrera como yo. Pero me resarcí bien a gusto en 1989, en San Sebastián. Abrió Eddie Brickel con su grupo (magníficos) y Dylan nos regaló una hora -no mucho más- impresionante, rozando el hard rock en ocasiones: con una fuerza y un poder excepcionales (eso sí: no dijo ni una sola palabra ni dio un solo bis). Regresé a escucharle el 6 de julio 1993 a Huesca. Creo que es el mejor recital que le he escuchado: una banda ajustadísima y un repertorio que me conmovió (ver a muchos despistados cerca del escenario, que no reconocían ninguna canción fue divertido; y el detalle de Dylan presentando, como guiño para el público español, 'Spanish boots of Spanish leather', digno de pasar a los anales). La soberbia comparecencia de Zaragoza en 1995 me reafirmó tanto en la idea de la honda solvencia musical y literaria de Dylan, como en mis sospechas de autismo real o de simple desdén por el público", comparte.

Su asistencia a rituales dylanescos continuó: "Ya no me gustó tanto su concierto de 1999 (con un Calamaro de telonero, que se colocó la camiseta del futbolista Gustavo López como única oferta artística): ese día las canciones divagaron entre la intención de hacerse con un tinte de actualidad y el temor de no perder su inspiración primera. La consecuencia fue un concierto muy aseado, a veces brillante, pero con un Dylan algo en el limbo".

Bob Dylan, en la histórica gira Rolling Thunder Revue en 1975.
Bob Dylan, en la histórica gira Rolling Thunder Revue en 1975.
Efe

Sopeña culmina este recorrido lúdico-sentimental: "2015 fue la última vez que vi al gran Bob. Fue entrañable, preciosista en ocasiones, siempre correcto; pero fue un recital de escuela: con unos músicos excepcionales -cuya paleta de registros resultaba admirable, por calidad y cantidad, pero que derivaban peligrosamente al 'mainstream'-, vi a Dylan despachar un espectáculo que lo alejaba de mi vieja veneración por él: el viejo Bob había perdido la intuición del cazador, el mando, el descaro del genio, el nervio en la dicción de sus textos y el pulso del orfebre; y mostraba -sin que sea reprochable, a causa de su edad- una evidentísima pérdida de facultades. Para mí, un delicioso y preocupante recital. No iré a verlo este año (¿200 euros? No, gracias. Eso se llama codicia de la Industria. Eso se llama barbaridad)".

El guitarrista Jorge Gascón, integrante del ejército sonoro de Gabriel Sopeña, es otro dylanista irredento. Su primera 'cita' con Dylan fue en 1993 en Vitoria y la última en 2019 en Pamplona. Entre medio, otros siete conciertos más. La prueba fehaciente de un amor eterno que arrancó cuando cursaba EGB en una escuela zaragozana y que fue propiciado por una profesora. Esta es la entrañable historia: "Un día repartió unos folios de multicopista con una canción en inglés y su traducción al lado, armada con el equipo audiovisual del colegio, sacó un elepé y empezamos a escuchar una voz nasal soltando una letanía de palabras incomprensibles. No recuerdo las veces que la escuchamos, pero Sarah, la profesora, nos empezó a contar sobre cuantas montañas han de caer para que un hombre sea libre, de cuantas balas de cañón tiene que volar antes de ser prohibidas para siempre, de cuantos oídos tiene que tener el hombre para oír los gritos de la gente… Con los años, fui haciéndome con casetes, luego los elepés, cedés, vuelta a los elepés, los DVD’s (que grande eres, Scorsese) y ya Bob se convirtió en uno mas de casa. Un gran y melómano amigo me dijo una vez que a Dylan se llega por las versiones que otros artistas hacen de sus canciones, pero yo tuve la enorme suerte de conocerle de primera mano. Precisamente, este melómano y yo nos hicimos amigos en un concierto de Dylan en Vitoria en el 93… Desde entonces no he faltado a al menos, un concierto de cada visita a España del maestro".

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