La asfixia y las tiritas catalanas

El separatismo ha conseguido que muchos catalanes se crean a pies juntillas auténticas patrañas, mentiras pensadas para fingir un supuesto maltrato por parte de España.

La catarata de fábulas e invenciones de los separatistas catalanes ha calado en bastantes habitantes de esa comunidad y comienza a regar una parte de la prensa extranjera. Hay patrañas fácticas, como la de que casi todos los catalanes están por la independencia. La realidad no es esa y los separatistas olvidan apuntar que son ellos los que han dividido dolorosamente a la sociedad catalana. Hay otras jurídicas, como aquella –bien acogida entre intelectuales extranjeros a los que, como apunta Muñoz Molina, les encanta nuestro pintoresquismo– que sostiene que en España pervive el franquismo y la democracia es imperfecta. La realidad es que somos un Estado de derecho con poco que envidiar a los demás occidentales; y Cataluña tiene unas competencias no inferiores a las de cualquier estado alemán o estadounidense. Es la Generalitat, como acaba de sentenciar el Tribunal Constitucional, quien se ha situado al margen del derecho. El Alto Tribunal concluye: "Un poder que niega expresamente el derecho se niega a sí mismo como autoridad merecedora de acatamiento".

Hay patrañas económicas, como la de que España ‘les roba’. Parece que el resto de España tiene una forma ocurrente de robar a Cataluña, pues el Gobierno central envía regularmente fondos para que los proveedores de la Generalitat puedan cobrar, las cuatro capitales catalanas son las únicas de una comunidad unidas por el AVE y, más importante, todos los españoles continuamos comprando desaforadamente productos catalanes. Y es normal que así sea. Una buena parte de las medicinas que consumimos, miles de millones de euros, está fabricada en Cataluña, la comida para tu cachorro o los yogures proceden casi todos de allí; y un amigo me comentaba, con cierta irritación, que en las farmacias de su barrio solo expedían tiritas hechas en Cataluña. Es decir, las demás comunidades españolas somos el principal y suculento mercado para sus negocios. No nos quejamos, muy pocos piensan que nos estén colonizando. No obstante, oímos que les estamos ‘robando’. ¡Fascinante!

Pero la falacia más cómica, y amarga, es la de que España está ‘asfixiando culturalmente’ a Cataluña. Un extranjero mal instruido –hay bastantes– podría pensar que en nuestra España democrática la cultura catalana ha sido aherrojada, amordazada, suprimida. ¡Otra bobada! Cualquiera que viaje por Cataluña y abra los ojos se da cuenta de que es lo contrario. El idioma catalán es lógicamente de uso normal y respetado, la televisión catalana, aunque siembre con frecuencia el odio a España, emite en catalán, hay muchas ediciones en esa lengua y los artistas catalanes crean, pintan, componen, representan obras de teatro y se expresan como les da la gana. En los teatros de Barcelona se estrenan el doble de obras en catalán que en castellano. En las escuelas catalanas se estudian libros de historia con interpretaciones que no son precisamente asfixiantes para Cataluña, sino, a veces, nocivas para la unidad de España.

Está además la clara aceptación por el público español de lo que viene culturalmente de Cataluña. Continuamos con gusto ovacionando a artistas catalanes. Serrat llena, el Tricicle igual, La Fura del Baus ídem, La Cubana también, Albéniz y Granados no son exactamente despreciados o ignorados. Jordi Savall es admirado. Hay una pléyade de autores catalanes ganadores del Premio Nacional de Narrativa y del Cervantes: Carmen Laforet, Ana María Matute, Eduardo Mendoza, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Terenci Moix... Y es normal, son muy buenos. Y en Madrid o en Granada nadie boicotea a un artista catalán. No asfixiamos.

En otros terrenos, las universidades españolas han elegido al rector de Lérida como su presidente; el equipo español de tenis es dirigido desde hace días por Sergi Bruguera, y los seleccionadores sucesivos de fútbol no han hecho distinciones entre catalanes y extremeños o canarios. No olvidemos, por último, que, ya en el terreno oficial, la sofocante y centralista Madrid acoge y premia a los artistas catalanes. La dimisión de Àlex Rigola como director de los Teatros del Canal madrileños nos ha hecho ver la existencia simultánea de tres catalanes al frente de teatros oficiales de la capital de España: Matabosch, en el Real, Carme Portaceli, en el Español y el mencionado Rigola. ¿Podría darse lo contrario en Barcelona, tres castellanos dirigiendo el Liceo y dos teatros de relieve? Me temo que no. En los escenarios madrileños Jordi Galceran hace taquillazos y Sergi Belbel es apreciado. Y no olvidemos el cine. La Academia Española ha seleccionado como candidata al Óscar este año ‘Estiu 1993’, de Carla Simón, una bella película catalana hablada en catalán. Ya hizo lo mismo en el 2012 con ‘Pa Negre’, de Villaronga, que también se alzó con el Goya.

No me negarán que lo de la asfixia cultural es un lema estulto y falso. Irritante. El drama de Cataluña y de España es que, siendo todo esto una patraña, lo acepten como cierto un número no despreciable de catalanes, que lo vienen mamando en el instituto y en su televisión.